Estados Unidos continúa viviendo momentos de graves tensiones a consecuencia de los hechos de brutalidad policial cometidos por agentes blancos en sus actuaciones contra ciudadanos negros, atribuidos a prejuicios raciales.
Entre los casos de estos que actualmente se debaten, figuran la muerte en julio pasado de Eric Garner, de 43 años, mientras supuestamente vendía cigarrillos ilegalmente en Staten Island, Nueva York. El hecho fue grabado por un aficionado y en el video se observa a Garner discutir con dos agentes policiales, pero sin actuar de manera violenta. Luego llegan otros tres policías, y los cinco inician un movimiento para esposarle: dos actúan por los costados y otro por la espalda, que le coge el cuello con su brazo derecho, y lo echa al suelo. Él se queja de que no puede respirar. Asmático y obeso, pierde el conocimiento y es declarado muerto en el hospital. Su caso fue declarado homicidio por los médicos forenses actuantes.
La decisión reciente de un gran jurado de no presentar cargos contra el agente que apretó a Garner por el cuello causándole la muerte, Daniel Pantaleo, ha provocado diversas manifestaciones por todo el Estado de Nueva York, las que se suman a los recientes actos de protesta, pacíficos y violentos, registrados en Ferguson, Misuri, luego de que otro gran jurado también decidiera sobreseer el caso que se seguía contra Darren Wilson, el policía que el pasado 9 de agosto dio muerte de varios disparos al joven Michael Brown. Wilson alegó que Brown, que estaba desarmado, se resistió al arresto.
Otro caso que ha provocado conmoción en Estados Unidos es el de Tamil Rice, un niño de 12 años muerto a tiros por agentes policiales mientras jugaba en un parque de Cleveland, Ohio, con un juguete en forma de pistola. La policía acudió al lugar luego de una llamada telefónica hecha por un vecino alarmado. El hecho ocurrió el 22 de noviembre.
Los casos de abusos policiales son numerosos y las manifestaciones de indignación de la comunidad afroamericana de hoy hacen recordar las oleadas de protesta de los años 60.
“La manifestación es comprensible, tenemos siglos de racismo detrás nuestro”, dijo el Alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, quien en un esfuerzo por calmar los ánimos anunció un programa de reentrenamiento de 22 mil agentes de la policía del Estado.
El presidente Barack Obama, al conocer el veredicto del gran jurado sobre el caso Garner, reaccionó diciendo que “estamos viendo demasiadas instancias en las que la gente no tiene confianza en ser tratada de manera justa”.
Por su parte, el secretario de Justicia, Eric Holder, dijo que “hay motivos para creer que la Policía de Cleveland practica un uso de la fuerza irrazonable e inútil, violando la cuarta enmienda de la Constitución”, mientras que sobre el caso Garner anunció la apertura de una investigación federal por una posible violación de los derechos del fallecido.
Todo esto ocurre cuando Estados Unidos tiene en la Casa Blanca a un afroamericano como presidente por primera vez en su historia. La elección de Barack Obama para el cargo más importante de la nación fue interpretada en todo el mundo como una manifestación de los avances de la sociedad norteamericana en la superación del racismo.
Pero lo que actualmente ocurre demuestra que el racismo nunca se fue y que este fenómeno sigue permeando profundamente al Estado y a la sociedad norteamericana, si bien se avanzó en la conquista de los derechos civiles.
Obama fue el producto de una coyuntura muy particular, en la que millones de seres humanos afectados por una crisis atribuible a fallas causadas por el establishment mismo, quiso castigar a los responsables de provocarla promoviendo a la presidencia del país al hombre que mejor supo desentrañarla y que le devolvió al mismo tiempo la esperanza con inteligentes mensajes de aliento, sin importar el color de su piel.
Pero el ascenso al poder de un presidente negro, un acontecimiento de extraordinario peso simbólico, ha servido para redimensionar las aspiraciones de la comunidad afroamericana, hoy evidentemente más resuelta en el reclamo de un trato justo e igualitario.
Como parecen sugerir algunos de los casos que hoy generan indignación, la sensación de que los vientos soplan a favor pudiera estar provocando actitudes desafiantes que el sistema no parece en actitud de permitir, so pena de un socavamiento de la autoridad susceptible de desestabilizar los cimientos mismos del Estado.
La esclavitud en Estados Unidos sobrevivió a la aprobación de la Constitución. La segregación y la discriminación institucionalizada por motivo de raza fueron una realidad hasta hace tan solo unas décadas. Los afrodescendientes, víctimas hoy de un tipo de discriminación no declarada, pero presente en actitudes, sienten aún el peso de la peor de las cadenas: la que se lleva en el subconsciente.
Por eso no es de extrañar que pudiera verse alguna actitud racista donde no hay otra cosa que la exigencia del cumplimiento de las normas de convivencia, con las que no siempre se está a gusto.
Eric Garner fue sorprendido mientras violaba la ley. Su actitud fue desafiante, no cabe duda, y su detención era la consecuencia lógica de su inconducta. El procedimiento para su reducción es el mismo que se emplea a diario en las calles de las ciudades norteamericanas, aunque con obvios excesos, no siempre tan fáciles de evitar cuando se cumplen tareas tan delicadas.
La oficial al frente de la unidad actuante, una afroamericana, descarta el desprecio racial como motivación de la actuación de la Policía, entrenada para imponerse cuando se le hace resistencia, como ocurre en todo el mundo.
Es difícil aceptar la idea de una conspiración por parte de un jurado integrado por 23 miembros para no presentar cargos contra el agente Pantaleo. Pero la magnitud de las protestas que su veredicto provocó habla claramente de la falta de confianza colectiva en las instancias de poder del Estado.
El aumento de las tensiones raciales ocurre cuando se percibe el fracaso del presidente Obama en la materialización de muchas de sus promesas. Y no deja de ser sintomático el hecho de que algunas de las iniciativas del presidente, como el incremento de los impuestos a los más ricos o la reforma al sector salud, fueron bloqueadas o desnaturalizadas en el Congreso bajo el alegato de que el objetivo de las mismas era favorecer a la minoría representada por su autor, el presidente de los Estados Unidos, quien parece haber perdido parte del apoyo de aquellos que lo aceptaron en la especial coyuntura a la que hemos hecho referencia, ni hablar de una parte importante de la comunidad afroamericana, que siente que el presidente no ha sido lo suficientemente resuelto en la defensa de sus intereses, como quedó demostrado en las recién pasadas elecciones de medio término.
Cuando en medio de la campaña electoral pasada le preguntaron en un programa de la NBC a la entonces senadora de Luisiana, la demócrata Mary Landrieu, sobre las causas del desplome de la popularidad del presidente, ésta respondió sin tapujos: “Voy a ser muy, muy honesta con usted. El Sur no siempre ha sido un lugar muy amistoso para los afroamericanos”.
Las contradicciones políticas llevadas sutilmente al plano racial no dejan de ser un caldo de cultivo para las actitudes xenófobas que terminan permeando los distintos órganos del Estado. Ellas también engendran indignación y desconfianza. El repunte de la segregación racial, que según los estudios se ha experimentado en los últimos años, también tiene mucho que ver con esto.
En fin, el racismo ha existido siempre en la sociedad norteamericana, pero el proceso de su superación, en lo que indiscutiblemente se ha avanzado mucho, experimenta algunos reveses que la indignación y la desconfianza a veces magnifican.