Editorial

El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos anunciada por los presidentes de ambos países constituye una auspiciosa noticia para el mundo.

Se trata de un trascendente paso con el que los presidentes Barack Obama y Raúl Castro le ofrecen a sus respectivas naciones y al mundo el inicio de un proceso que dará por terminada una férrea confrontación que se prolongó por más de medio siglo, y que tiene en el bloqueo o embargo económico y financiero a la hermana nación caribeña desde febrero de 1962, su más pernicioso componente, cuya eliminación habrá de coronar esta histórica gestión.

A partir del 1959, con el triunfo de la revolución encabezada por Fidel Castro y la posterior ruptura de las relaciones diplomáticas dispuesta por Estados Unidos en enero de 1961, el mundo, pero muy particularmente América Latina, observó con singular atención el desarrollo de un enfrentamiento que impactó en la región, alentando movimientos revolucionarios en unos casos y provocando a su vez, acciones de fuerza que vulneraron el clima democrático y soberano en varias naciones.

Lo anunciado forma simultanea desde Washington y La Habana, es el resultado de un proceso de diálogo y negociación en la que han tenido vital participación como mediadores el Papa Francisco y las autoridades de Canadá y que habrá de continuar con los trabajos iniciados por delegaciones de ambas naciones llamadas a delinear las acciones con las que se procurará dar formal reinicio a esas relaciones.

Este nuevo capítulo en las relaciones de estas dos naciones se inicia sobre bases tan fundamentales como el respeto mutuo, focalizado en la soberanía y la libre determinación de sus respectivos pueblos, como bien enfatizara en su comparecencia de ayer en la Habana el presidente Raúl Castro.

Para Vanguardia del Pueblo, el diálogo entre estas naciones, sustentado en principios como los señalados, conforman la base para que medidas como la eliminación del embargo, que habrá de pasar por el Congreso de los Estados Unidos y sortear intereses creados durante este medio siglo de confrontación, constituye el próximo y obligado paso para llevar a feliz término este histórico acontecimiento.

Observar y alentar la continuación de ese proceso ha de ser el papel a desempeñar por las naciones y pueblos del mundo que con sobradas razones celebran en forma entusiasta lo que auguramos deberá ser el principio del fin de una era de confrontación con dolorosas secuelas de agresión y oprobio.

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