Hablan los hechos

Con el ascenso a la Presidencia de la República del doctor Salvador Jorge Blanco el 16 de agosto de 1982 quedaron consolidadas las tendencias dentro del entonces gobernante Partido Revolucionario Dominicano (PRD), que no eran más que grupos que rivalizaban internamente por la organización que tiene como símbolo un hacho prendido.

Jorge Blanco asumía el poder tras derrotar abrumadoramente en las urnas al anciano candidato del Partido Reformista, el ex presidente Joaquín Balaguer y recibió el mando de manos del presidente Jacobo Majluta, quien ocupaba la Presidencia de la República desde hacía 43 días por el suicidio de Don Antonio Guzmán, gobernante constitucional.

Los cómputos finales de la Junta Central Electoral (JCE) arrojan que a nivel nacional el PRD sacó 854,868 votos; el Partido Reformista, 717,719 votos y el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), con su líder Juan Bosch de candidato, 179,849 votos.

Lo que muchos analistas pasan por alto es que el PLD comenzaba a romper el bipartidismo en el país, subiendo de 18 mil votos en 1978, a 179 mil votos en 1982.

Desde antes del arribo al poder del PRD en 1978 se conocían en esa organización las tendencias de Guzmán, Majluta y Jorge Blanco, en lo que dilapidaban energías que le impedía a la entidad dirimir sus conflictos con espíritu de cuerpo.

Con el gobierno que se juramentó en 16 de agosto de 1982 se produjo el desplazamiento de los guzmanistas del poder, quienes al quedar acéfalos por la muerte de su adalid, se unieron a los majlutistas con la esperanza de volver a sus puestos en los comicios de 1986.

Después de las elecciones del 1982 predominaban en el ambiente político dominicano la apreciación de que el partido blanco se mantendría en el poder durante varias décadas, escribiendo en República Dominicana la historia del Partido Revolucionario Independiente (PRI), que se acercaba a los sesenta años de gobierno.

Se daba como un hecho que el liderazgo del viejo caudillo reformista tenía los días contados. Sectores oligárquicos tradicionalmente balagueristas comenzaba a formar filas en el PRD, mientras otros accedían por grupos externos como la Avanzada Electoral.

La división, la torpeza política y la incapacidad administrativa en el Estado se encargó de extinguir las expectativas de prolongación de gestiones perredeistas. En tanto, descuidaban la amenaza de Balaguer, eterno candidato presidencial reformista.

En su discurso de toma de posesión, Jorge Blanco no le reconoció al gobierno anterior conquista alguna, ni siquiera las que son de consenso como la despolitización de las fuerzas armadas y el respeto a las libertades públicas y a la libre expresión del pensamiento. Durante todo lo que fue su gestión de cuatro años, sus adversarios internos no vacilaron en pagarle con la misma moneda.

Por su lado, el secretario general del PRD, José Francisco Peña Gómez, también reclamaba lo que entendía su derecho a buscar la candidatura presidencial al igual que los respectivos jefes de tendencias, surgiendo un nuevo elemento dentro de la división.

Como parte de las grandes incongruencias que caracterizaron a la administración jorgeblanquista estuvo la designación de su gobierno como de Concentración Nacional, advirtiendo que sería de austeridad, alejando las esperanzas de bienestar por parte de las mayorías empobrecidas que le dieron un 63 por ciento de los votos en las elecciones.

Un gobierno en los brazos del FMI

Debido a la situación económica definida por él mismo como desastrosa, y asesorado por su gobernador del Banco Central Bernardo Vega, el presidente Jorge Blanco suscribió un convenio con el Fondo Monetario Internacional (FMI) tendente a disciplinar la economía.

Parecido a lo que ocurrió a principio de siglo XX tras la muerte del dictador Ulises Hereaux, que los gobernantes siguientes debieron suscribir convenciones que comprometían severamente el desenvolvimiento del país, el presidente perredeista optó por acogerse a esas condiciones en la octava década de la centuria.

El incremento de los precios del petróleo, las dificultades para mantener los niveles de venta en los mercados mineros de bauxita, ferroníquel, oro y plata, junto a la caída de los precios del azúcar y una deuda externa de dos US$2,400 millones de dólares, se refieren entre los males encontrados por Jorge Blanco.

Economistas como Guillermo Caram y Arturo Martínez Moya, de diferentes corrientes políticas y económicas, coinciden en que en 1982 la banca privada internacional se negaba a otorgar nuevos préstamos y a renegociar el pago de los intereses de los ya concedidos, por lo que el jefe del Estado optó por solicitar la asistencia del FMI, aún consciente de que tendría que someterse a la disciplina recomendada por el organismo.

La opinión generalizada entre los expertos en materia económica es que la aplicación de las recomendaciones del organismo internacional se realizó de manera tan rígida que trajo como resultado que, en términos populares, la medicina fuera peor que la enfermedad.

Los periódicos de la época registran que las negociaciones terminaron en enero de 1983, con un acuerdo de servicio ampliado por el monto de 460 millones de dólares. El gobierno se comprometió a cambio de la asistencia del FMI suprimir las subvenciones al consumo, suprimir el crédito interno, suprimir toda emisión monetaria sin debido respaldo y prolongar la austeridad presupuestaria.

Todas esas medidas impuestas al gobierno por el FMI trajeron como consecuencia el encarecimiento de los productos básicos de la canasta familiar, como alimentos, medicinas, combustibles y artículos ferreteros.

Concomitantemente a la situación de carestía que afectaba a la población más pobre, crecía el sector financiero especulador con el auge de las llamadas Financieras, que pagaba elevados intereses a quienes colocaban en ellas sus capitales, incentivando la paralización de las áreas productivas que prefería depositar en esos bancos sus dineros a plazos fijos antes que invertirlos en empresas de riesgos en medio de la crisis.

En todo el país aumentaban las ventas de fábricas, fincas, parcelas, casas y locales comerciales para colocar esos recursos en financieras y en la banca comercial que ofrecía las mismas ventajas, con el convencimiento de que en el país se podía vivir de los intereses, sin tener que esclavizarse en un negocio ni tener compromisos laborales con empleados.

Fue así como creció en campos y ciudades el desempleo, la pobreza, la marginalidad y la desesperanza, ambiente que antes de buscar paliativos o mecanismos de compensación que frenaran la posibilidad de un estallido social, con sus palabras el propio gobernante incentivaba el desaliento. Así marchaba un gobierno del partido que se autodefinía como “el de la esperanza nacional”.

Expresiones como “comeremos piedras”, fueron escuchadas de boca del presidente Jorge Blanco, y en su discurso ante la Asamblea Nacional de 27 de febrero de 1984, en una imprudente manifestación de franqueza, se atrevió a proclamar, con esas desesperanzadoras palabras con las que ya tenía acostumbrado al pueblo empobrecido, que “todavía lo peor no ha pasado”.

Lo peor llegó el 24 de abril de 1984

El lunes 23 de abril de 1984, después de las celebraciones de Semana Santa, los barrios empobrecidos de la capital dominicana se encontraron con todos los precios de los productos de primera necesidad aumentados hasta en un 100 por ciento.

Mucha gente que había gastado sus chelitos en las playas con el asueto de la Semana Mayor ahora no reunía con qué desayunarse.

Aunque los precios de aquella época eran de centavos, las alzas resultaron demoledoras para los pobre de aquella época, si se toma en cuenta de que el salario mínimo era de apenas RD$175.0 pesos mensuales, lo que hoy cuesta un chimichurris.

Viejos, jóvenes, amas de casas y gente de todas las edades residentes en barriadas como San Carlos, Villa Francisca, Borojol, Las Cañitas, Gualey, Guachupita y Mejoramiento Social se encontraron demasiado caros el pan de a cinco cheles subido a diez, la tabla de chocolate de siete cheles a quince y los huevos de cinco elevados a diez, produciéndose unas discusiones altisonantes con los pulperos que siguieron con tiraderas de latas y quemaderas de gomas hasta que llegó la policía siendo recibida con lluvias de piedras que al ser respondidas con balas se dio inicio a una de las más atroces matanzas que recuerda la historia dominicana.

La noche del 23 de abril y la mañana del 24 fueron vividas por los barrios capitaleños bajo el terror policial, mientras el gobierno y los propios líderes del PRD comprobaban que la situación se les iba de las manos por lo que entendieron necesario lanzar la guaria a las calles, aumentando el número de muertos entre la población indefensa.

Nunca se supo con propiedad la cantidad de muertos y heridos que se produjeron en abril de 1984, 18 años después de la Revolución del 1965, fecha en que esas barriadas hambrientas se levantaron contra el gobierno de facto que encabezó Donald Reid Cabral. En medio de la confusión, los medios de prensa hablaban de miles de muertos.

Debido a que se desconoce que los acontecimientos de abril de 1984 fueran organizados por partido político alguno, aquella explosión de ira popular fue definida por Bosch como una poblada.

Lo cierto fue que después de aquella poblada el PRD comenzó a mermar su aceptación en los barrios pobres de la capital y el resto del país, en los que desde su arribo a la República Dominicana el 5 de julio de 1961 desde el exilio había sido un bastión inconmovible.

Retorno de Balaguer en 1986

Pese a la decadencia que muchos observaban con criterios objetivos en el caudillo reformista, el descrédito en que cayó el PRD con la matanza del 1984 fue irreparable para esa organización de tanto arraigo entre los descamisados. Balaguer hábilmente fusionó su organización con el Partido Revolucionario Social Cristiano (PRSC), surgiendo el Partido Reformista Social Cristiano, con las mismas siglas.

El mismo liderazgo de Peña Gómez resultó lesionado, perdiendo la convención de Majluta para la candidatura presidencial en las elecciones de 1986.

Así las cosas, Majluta fue como candidato de aquellos comicios con un PRD dividido. El mismo aspirante presidencial buscaba la manera de diferenciarse de los jorgeblanquistas con la expresión: “estamos juntos, pero no reburujados”. Recuérdese que la candidata a Senadora por el Distrito Nacional era Doña Asela Mera de Jorge, esposa del Presidente de la República.

Peña Gómez, en el peor momento de su liderazgo popular, considerado como mesiánico por algunos politólogos, se acercó a su viejo maestro Juan Bosch en procura de reconciliación, tras más de una década de agrias contradicciones.

La periodista Angela Peña, en su libro “Campaña y Crisis Electorales”, dice que el encuentro fue preparado por amigos comunes. “Versiones recorridas entonces declararon que cuando el dirigente perredeista vio a Bosch se arrodilló frente a éste, le tomó las manos y embargado por la emoción le dijo, más o menos: “!Maestro, maestro! Usted me ha regañado con mucha dureza, pero me lo tengo merecido”, comenta Peña.

Refiere que “Bosch, siempre de la mano de Peña, lo condujo a un asiento y, más o menos, le respondió: -Siéntate mi hijo”.

La autora concluye: “Se acusó a Peña de haber instruido a sus seguidores para que votaran por el PLD y de entorpecer la candidatura de Jacobo, lo que éste desmintió. El encuentro se interpretó como un mensaje de Peña para que sus seguidores votaran por el PLD restando votos a Majluta”.

Un elemento a resaltar en los comicios de 1986 fue la debilidad de la JCE, que prácticamente fue sustituida por una Comisión de Asesores Electorales (CAE), designada por decreto del Presidente Jorge Blanco. Las labores de esa instancia fueron determinante en el resultado final de las elecciones.

Monseñor Agripino Núñez Collado, miembro de la CAE, describe en su libro Testigo de una Crisis cómo República Dominicana estuvo nuevamente al borde del caos tras un proceso electoral.

Se evidencia en el libro de Núñez Collado que al país le resultó sorprendente la victoria electoral del anciano Balaguer frente al joven Majluta. Pero revela que “desde la noche del día 16 de mayo de 1986, el licenciado Jacobo Majluta sabía los resultados de las elecciones. Por Consiguiente, conocía su derrota que, según informes confiables, le fue comunicada por el propio Presidente de la República, doctor Salvador Jorge Blanco”.

Núñez Collado publica en Testigo de una Crisis los cómputos de los resultados: PRSC, 841,705; PRD, 694,839 y PLD, 380,683. La periodista Peña, en su libro Campañas y Crisis Electorales, difiere notablemente de los ofrecidos por Monseñor: PRSC, 863,510 votos; PRD, 819,783 y PLD, 370,783.

Los compañeros de boleta de los candidatos Balaguer, Majluta y Bosch fueron Carlos Morales Troncoso, Nicolás Vargas y José Joaquín Bidó Medina, respectivamente.

A partir de entonces no se podía hablar de bipartidismo en República Dominicana, debido a que el PLD, con su votación se convertía en una tercera fuerza mayoritaria con vocación de poder.

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