Quirino Ernesto Paulino Castillo fue detenido por agentes antinarcóticos en República Dominicana cuando dirigía una operación de traslado de 1,387 kilos de cocaína cuyo destino era Estados Unidos, país que de inmediato solicitó su extradición bajo la acusación de haber introducido a su territorio más de 30 toneladas del polvo blanco.
Quirino se las ingenió para crear una eficiente banda de delincuentes que no solo trasegó con habilidad miles de kilos de cocaína, sino que también traficó armas, “lavó” millones de dólares, cometió asesinatos y corrompió autoridades para agenciarse impunidad.
De “pitcher” de guaguas pasó a ser multimillonario, se hizo de Capitán Ejército del dominicano, propietario de un helicóptero que guardaba en un hangar de la fuerza aérea, presidida entonces por un amigo de infancia. Le llamaban el “Don”.
En el entendido de que la justicia norteamericana sabría cómo proceder, las autoridades dominicanas se desinteresaron de la persecución penal contra este pez gordo del bajo mundo para facilitar su extradición y viabilizar un acuerdo que permitiría obtener información valiosa para la lucha contra el crimen organizado.
Diez años después Quirino regresa al país sin asuntos pendientes con la justicia, pero con una clara deuda insoluta con la sociedad dominicana.
¿Por qué no permaneció el Don en el programa de protección de testigos en Estados Unidos? Porque estar en este programa no es nada placentero: trabajo duro para ganarse el pan, vigilancia permanente, ausencia de ciertos placeres en situación de semi aislamiento y en un medio totalmente desconocido. Agreguemos a esto que, a pesar de la protección, el riesgo nunca está del todo ausente.
Pero el Don, además de habilidad para abrirse paso en el bajo mundo y negociar su suerte con la justicia estadounidense una vez en sus manos, tuvo la dicha de resultar atractivo para los que en la coyuntura política que vive actualmente la República Dominicana intentan por todos los medios bajar al doctor Leonel Fernández del sitial en el que lo ha colocado el pueblo dominicano y convertirlo en un cadáver político.
El Don, convicto y confeso capo de la droga que salió esposado del país, regresa ahora en busca de venganza y en medio de gran fanfarria mediática, como toda una celebridad. La complacencia de ciertos medios es notoria y sumamente reveladora.
¿Su fuerte? Poder confesar pecados sin temor a consecuencia legal alguna y el terror que causa la sola posibilidad de ser señalado por semejante señor, cuyo poder de dañar está en relación directa con su pasado tenebroso. Su capacidad de ensuciar depende de los lodos que arrastra.
Así, el Don se da el lujo de emplazar a la justicia a través de abogados cual víctima que reclama un resarcimiento. Acusa a otros de pecar por supuestamente recibir dinero sucio de la droga, pero considera un despojo el que se le hayan confiscado los bienes mal habidos.
Nadie puede colocar en territorio norteamericano más de 30 toneladas de cocaína si no se dispone de una banda bien organizada para contratar los envíos desde los centros de producción, traer la droga al territorio nacional, custodiarla y enviarla a su destino final, donde alguien tiene que recibirla, cobrar el dinero y enviarlo al país, para finalmente “lavarlo” y disfrutarlo. Para hacer todo eso se necesitan amplios contactos, muchas complicidades. Pero el blanco visible de Quirino es uno solo: el responsable del gobierno que lo apresó y extraditó apenas cuatro meses después de haberse instalado.
¿Por qué el Don se da el lujo de contratar costosísimos abogados si contra él ya no pesa acusación alguna? ¿De dónde sale el dinero?
Dicen que el capo de la droga aprovecha ahora el miedo que infunde su capacidad de enlodar para cobrar viejas deudas. El hombre se deja utilizar políticamente, pero al mismo tiempo recoge sus acreencias y organiza sus bienes, aprovechando al máximo la capacidad de hacer ruido que le han concedido. Es una afrenta y un grave riesgo para la sociedad que un individuo de semejante calaña haga ahora ostentación de fortuna sucia de sangre y drogas.
Quirino no se ha ganado el derecho a la palabra. Una condición indispensable para que un delincuente convicto y confeso merezca ser escuchado es mostrar algún tipo de arrepentimiento por las tropelías cometidas. Pero en vez de eso, el hombre se presenta arrogante y sediento de venganza. Incluso, ha dejado entrever la posibilidad de reclamar por la vía legal la devolución de parte de lo que se le confiscó por ser producto del delito. O sea, que a juicio de Quirino la sociedad le debe a él y no al revés.
Como parte de una estrategia para dañar el Don presiona a la Procuraduría “poniéndose a sus órdenes”. Pero ya él habló, dijo todo cuanto tenía que decir a cambio de una reducción de la pena. Y si la información que aportó a las autoridades norteamericanas no ha tenido la repercusión jurídica por él deseada es porque no hay mérito para ello. La justicia norteamericana con eso no transige.
Quirino pone en evidencia que sigue siendo un peligro para la sociedad. Razones suficientes hay para pensar que si se le presentara la oportunidad volvería a delinquir. El afán de ajustar cuentas con sus captores es la reacción más socorrida de la gente del bajo mundo. Por eso hubo en Colombia los denominados “jueces sin rostro”, un recurso extremo. El Don intenta degradar moralmente a Leonel Fernández porque no tiene forma de hacerlo al mejor estilo de los capos del narcotráfico. El que se presta para hacerle el juego a un hombre así cae en lo más bajo que se pueda imaginar.
Obviamente, tiene el personaje sentimientos encontrados: por un lado pretende degradar a otros acusándole de haber recibido dinero suyo, y por tanto sucio, mientras que por el otro pretende que se le devuelva lo que se le quitó, aunque fuera mal habido. Y más aún: se queja de una supuesta deslealtad aún cuando debe a la traición a su propia gente la libertad de que ahora disfruta.
Al doctor Leonel Fernández lo defiende su trayectoria. Su gobierno cumplió cabalmente con el sagrado deber de enfrentar el tráfico de drogas, uno de los peores flagelos que afectan al mundo de hoy. Le cabe el mérito de haber desmantelado las bandas de Quirino, Maconi, Toño Leña y Figueroa Agosto, las más peligrosas de cuantas hemos tenido.