Obtener mayoría de votos en una primera vuelta electoral está muy lejos de garantizar el triunfo en una segunda vuelta como quedó evidenciado el histórico 30 de junio de 1996, cuando el candidato del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), Leonel Fernández Reyna, superó con un 51 por ciento de los votos al del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), José Francisco Peña Gómez, que alcanzó un 49 por ciento.
Todas las encuestas con prestigio ganado en las mediciones del mercado electoral habían pronosticado que le sería muy difícil al candidato perredeista salir airoso frente al joven candidato del PLD, debido a que el primero, que sacó un 47 por ciento en la primera ronda contra un 38 por ciento del segundo habría agotado sus espacios de crecimiento y nuevas alianzas, contrario a su competidor que emergía como el favorito entre los simpatizantes del descalificado pero gobernante Partido Reformista Social Cristiano (PRSC).
Como se ha dicho en reiteradas ocasiones, lo ocurrido electoralmente en el país en la segunda vuelta del 1996 fue un choque de titanes, que se fajaron a buscar votos hasta debajo de las piedras para ganar los comicios. El Presidente Joaquín Balaguer, líder del PRSC, no ocultó que entre los contendientes que superaron la eliminatoria se sentía más a gusto con el candidato del PLD.
El PLD y el PRSC encabezaron una coalición que se denominó Frente Patriótico, en el que participaron organizaciones tan disímiles como la Fuerza Nacional Progresista (FNP) del doctor Marino Vinicio Castillo (Vincho) hasta el Movimiento de Izquierda Unida (MIU) de Miguel Mejía hasta la Alianza Social Demócrata (ASD), del doctor José Rafael Abinader.
El PRD, que ya había hecho sus alianzas en lo que se conoció como Acuerdo de Santo Domingo, hizo ingentes esfuerzos por captar la simpatía de los descontentos del reformismo al tiempo que magnificaba el histórico antibalaguerismo de los sectores liberales del país.
La honestidad obliga a sostener que tanto los candidatos Fernández Reyna como Peña Gómez cosecharon como fruto de sus esfuerzos proselitistas un crecimiento extraordinario, pero como en su momento proclamó Balaguer, las matemáticas indicaban que dos grandes fuerzas unidas necesariamente tenían que vencer a una.
El resultado porcentual de la segunda vuelta electoral del 30 de junio de 1996, de acuerdo con los cómputos finales de la Junta Central Electoral (JCE), fue 51.2 para Fernández Reyna y 48.8 para Peña Gómez. Los votos reformistas fueron decisivos. Con el escrutinio de las urnas, se daba inicio a un nuevo liderazgo político en la República Dominicana.
En su recién publicada obra El Estrategicón, el militar y escritor José Miguel Soto Jiménez pondera la estrategia exitosa del partido morado en 1996 y la califica como “un ejemplo histórico de sorpresa política a nivel estratégico”.
Estima el autor que el PLD puso en evidencia “una aplicación de los principios como base de su organización” destacando nueve aspectos que describió como “la unidad del partido, respetar los métodos de trabajo, predominio de la mayoría, disciplina partidaria, calidad política de sus miembros, rendición de cuentas de los órganos del partido, dirección colectiva, unificación de criterios y consulta a la base”.
El investigador concluye en que “la aplicación de algunos de estos principios tras el tránsito de ese partido de una organización de cuadros a una de masa ha hecho que esa entidad se diferencie de otras y mantenga perfiles convenientes para sus propósitos de mantenerse en el poder pese a sus contradicciones internas, sobre todo en lo referente a la disciplina partidaria, unificación de criterios. Dirección (sic) colectiva, creando así un evidente contraste con su principal contendor”.
Eso lo afirma en su más reciente libro el mayor general retirado Soto Jiménez, quien ha estado más cercano al PRD que al PLD.
Los logros alcanzados por el primer gobierno del PLD encabezado por el Presidente Fernández a partir del 16 de agosto de 1996 son reconocidos incluso por figuras emblemáticas de la oposición, que como se sabe, la más radical ha sido la del PRD, en los tiempos que tuvo a Hipólito Mejía como su dirigente principal.
En el libro Luchas por el Poder, su autor Radhamés Abreu, de reconocida militancia perredeista, en la sección titulada “La economía del Presidente Fernández”, refiriéndose a la gestión iniciada en 1996 dice que “el nuevo gobierno estableció su plan de reformas económicas con el objeto de elevar los recursos del Estado Dominicano” y que “en efecto, en el primer año de gestión, los ingresos se multiplicaron por el doble”.
Abreu señala que la recaudación del Estado “pudo haber sido de mayor monto de los ingresos, si no es por la oposición que hizo el Congreso a todo el Plan de Reformas que anhelaba el Presidente Fernández”.
Aunque hace críticas al manejo político en el poder del PLD en su primera administración, reconoce que “el gobierno del doctor Fernández Reyna incentivó la educación nacional mediante el incremento del presupuesto en el renglón Educación; priorizó el desayuno escolar y estimuló a los estudiantes mediante el incentivo de becas y reconocimientos”.
Abreu destaca que Fernández “introdujo la computadora en las escuelas públicas, aunque nunca llegaron a la cantidad que promovió mediante sus discursos de campaña”.
Reconoce que el gobierno 1996-2000, “logró un avance significativo en la organización del transporte público y también en la organización del tránsito urbano; por igual, el gobierno peledeista le dio un giro a los servicios públicos, en especial agilizó la entrega de la licencia de conducir, del pasaporte y del pago de los impuestos y, de manera muy especial, se esforzó por la institucionalización e independencia de la Justicia, como poder independiente del aparato estatal dominicano”.
Con un crecimiento de un 7.5 del Producto Bruto Interno (PBI), el país registró una notable mejoría con relación a los gobiernos anteriores en sectores como el agropecuario, turismo, zonas francas y exportaciones, aunque también de las importaciones, resalta el investigador, quien sostiene que pese a los errores del primer gobierno peledeista “nada impide que veamos y objetivicemos los aspectos positivos realizados por este gobernante”.
Quien así escribe en su libro Luchas por el Poder, como afirmamos de Soto Jiménez en El Estrategicón, es una figura pública que nadie podría vincular al PLD, sino al PRD.
Muchos jóvenes se preguntan cómo fue posible que el PLD perdiera las elecciones del año 2000, llevando aquella vez como candidato al hoy Presidente Danilo Medina, pese a los logros y avances que hasta sus opositores le reconocen frente a la administración pública.
La organización morada venía de perder las elecciones congresuales y municipales de 1998, seis días después de la muerte de Peña Gómez, líder del PRD, lo que para muchos politólogos, sociólogos y psicólogos sociales fue una expresión del voto sentimental ante el deceso de uno de los líderes de masas más carismáticos en la historia política dominicana.
Esas expresiones se mantuvieron, alentadas por el propio PRD, con el nuevo ingrediente de que Balaguer, nonagenario líder del PRSC, se distanció del PLD, procurando reagrupar sus fuerzas con miras a las elecciones del 16 de mayo del año 2000.
Así las cosas, la unión de peledeistas y reformistas contra los perredeistas se fragmentó, recobrando el PRD su condición de fuerza mayoritaria. De la división del bloque que en la segunda vuelta de 1996 obtuvo 51.2 por ciento de votos, nació el triunfo con poco menos de 50 por ciento de Hipólito Mejía, candidato opositor frente a Medina, proclamado ganador por un entendimiento entre los competidores políticos a solicitud de la JCE.
Como se sabe, Mejía en el poder realizó un gobierno desastroso que levó la tasa del dólar del 17 al más del 50 por un dólar, provocó la escasez de todos los productos de primera necesidad, la quiebra del sector financiero, generó desempleo, detuvo los procesos de modernización de las instituciones estatales, con una inflación estrepitosa que hizo que los supermercados fueran bautizados como “la casa del terror”.
No existe una bibliografía abundante sobre el fracaso del gobierno perredeista 2000-2004, probablemente porque sus debilidades en todos los aspectos son tan evidentes que ni siquiera ameritan que un investigador invierta energía en describirlas.
El Año en que vivimos en Peligro, libro del periodista Pablo Mckinney y un documental titulado El Peligro de Olvidar, de la Fuerza Nacional Progresista, quedan como testimonio social de lo que fue una administración fallida del Estado Dominicano. Fíjese el lector como siempre se relaciona esa gestión con el peligro.
Mejía, pese al descalabro económico y social en que su administración había sumergido al país, no detuvo sus planes continuistas después que logró ganar las elecciones de medio término en el 2002, gracias manejo de los recursos provenientes de mil millones de dólares de bonos soberanos.
El denominado Proyecto Presidencial Hipólito (PPH), actuando como grupo predominante dentro del PRD, logró manipular parte de la oposición para modificar la Constitución y restablecer la figura de la Reelección Presidencia, aumentando el rechazo de la población de la permanencia de ese partido en el poder.
No se hizo esperar la resistencia interna al proyecto reeleccionista, como fue el caso del entonces presidente del PRD, Hatuey Decamps, quien por su oposición a las pretensiones de Mejía fue expulsado del partido blanco.
Visiblemente indignado, quien hasta esa época había sido una figura emblemática de la organización de hacho prendido, llamó al pueblo a votar “hasta por el diablo”, pero no por el líder del PPH.
Como era de esperarse, todas las fuerzas sociales se nuclearon en el 2004 en torno al PLD, de nuevo con el Presidente Fernández como candidato, para desalojar a Mejía y su PPH del Palacio Nacional. Se recuerda que frente a la misma casa de gobierno, se podía contemplar una gran valla con la imagen del candidato peledeista que rezaba: “Vuelve el Progreso”.
Contra el PPH, con el PLD como centro, se unieron reformistas, descontentos perredeistas y gente de todos los sectores, políticos, sociales y religiosos.
Del seno del mismo pueblo brotó una expresión que se convirtió en coro nacional: “E pafuera que van”. El 16 de mayo del 2004 la gente se levantó a votar temprano, según las filas interminables que observamos los reporteros de los diferentes medios de comunicación.
Desde el primero boletín ya se perfilaba la tendencia triunfal del PLD, cuyo candidato terminó acumulando un 58 por ciento de la votación contra un 33 por ciento del tozudo gobernante, quien aunque a regañadientes, tuvo que aceptar su derrota aquella misma noche.
El retorno a la primera magistratura del Estado del Presidente Fernández demostró que el eslogan “Vuelve el progreso” no fue solo un recurso de campaña. Incluso días antes de su juramentación, todos los organismos crediticios que le habían negado el concurso a la administración pasada se acercaron al Presidente Electo para ofrecerle su colaboración.
La misma prima del dólar, que volaba por los sesenta, bajó a un 26 por uno con relación al dólar. Todos los agentes económicos recuperaron la confianza y retornó la estabilidad macroeconómica que Mejía había tirado por la borda.
El doctor Franklin Almeyda Rancier, miembro del Comité Político de la organización fundada por Juan Bosch, describe en su libro El PLD y las Fuerzas Sociales el proceso de transformación de su partido a partir de la derrota del 2000, analizando su proceso de apertura para convertirse de agrupación de cuadro a entidad de masas, lo que le ha permitido salir airosa en todos los procesos a partir del 2004.
“Desde el 2004, cuando vuelve el PLD al poder con el Dr. Leonel Fernández, hasta el 2012 que es el final de su segundo mandato consecutivo, los gobiernos del PLD han llevado el PIB al múltiplo”, resalta, pero advierte que ahora “corresponde llevar a la sociedad la superación de la pobreza y de los niveles educativos y culturales, sin desatender la producción de riquezas”.
El propio presidente Fernández, en un reciente artículo publicado en su columna Observatorio Global con el título La Aceleración del Cambio, destaca cómo el país tuvo un crecimiento de su PIB de 20 mil millones de dólares en el 2004 a 60 mil millones de dólares en el 2012, refiriéndose a la investigación El Gran Cambio, del historiador Frank Moya Pons sobre 50 años de progreso dominicano entre, el 1963 hasta el 2013.
“Eso equivale a decir que durante ocho años, la República Dominicana triplicó su capacidad de generación de riquezas, lo que constituye un hecho histórico sin precedentes en la vida nacional”, escribe Fernández.
Destaca que mientras al país le costó 160 años llegar a 20 mil millones de dólares de su PIB, en ocho años, del 2004 al 2012 ascendió a 60 mil. Coincide con Moya Pons en que hay motivos para derrotar el viejo pesimismo que ha caracterizado a las élites intelectuales dominicanas.
Es indiscutible que la tendencia progresista ha continuado en la presente gestión del Presidente Medina, quien, como dirigente destacado del PLD, está llamado a unificar su liderazgo al del Presidente Fernández para que el progreso se mantenga a partir del 16 de agosto del 2016, cuando se estarían celebrando cien años de la nefasta intervención norteamericana de 1916.
De esa manera, la tarea pendiente en la sociedad de hacer más equitativa la distribución de la riqueza en el país, con la reducción al mínimo de la pobreza, quedaría consagrada la misión que según el fundador del PLD tiene su organización, que no es otra que completar la obra de Juan Pablo Duarte, con la liberación política, económica, cultural y espiritual del pueblo dominicano.