Probablemente en ninguna región del mundo el ajedrez político presenta un cuadro tan complicado como el de Oriente Medio, donde las creencias religiosas compiten con la identidad étnica en el contexto local y regional, donde los intereses individuales de cada nación hay que conjugarlo con los de las distintas potencias extraregionales y donde muchas veces las alianzas se tejen en base a factores muy coyunturales.
Todo esto se pone de manifiesto en lo que actualmente ocurre en Yemen, el país más pobre del mundo árabe, con un producto Interno Bruto similar al de la República Dominicana, pero con un territorio casi once veces más grande y una población que es más del doble de la nuestra.
Sin embargo, ese Yemen enigmático que tanto asemeja hoy a un estado fallido es de enorme importancia estratégica. Para constatarlo basta con echar un vistazo a su ubicación en el mapa: se trata de un Estado bicontinental, con una parte de su territorio en Asia y otra en África. Limita al norte con Arabia Saudí, al este con Omán, al sur con el golfo de Adén y al oeste con el mar Rojo. A Yemen pertenece también el archipiélago de Socotra, ubicado frente al Cuerno de África.
En su parte sur Yemen cuenta con el puerto de Adén, ubicado en la ciudad del mismo nombre, justo en el cruce de algunas de las vías marítimas más transitadas del mundo. Por el Golfo de Adén, frente a las costas de Yemen, cruzan anualmente cerca de 25 mil barcos cargueros. El Golfo de Adén es enlazado al norte con el Mar Rojo por el estrecho de Bab el Mandeb, que en la parte ubicada frente a las costas de Djibouti tiene una anchura de tan solo 16 kilómetros.
Al norte de este país de historia milenaria, cuna del reino de Saba, cuya soberana según dice el Antiguo Testamento conquistó al Rey Salomón, está el Canal de Suez, mientras que al sur están el Océano Indico y las rutas de navegación hacia los países asiáticos.
Tratándose de un país con estas características, no es difícil entender por qué los acontecimientos internos que allí se suscitan devienen con frecuencia en problemas regionales.
Recordemos que el Yemen actual nació de la fusión en 1990 de la República Árabe de Yemen del Norte y la República Democrática de Yemen del Sur. El norte nació a la vida independiente en 1918, luego del colapso del Imperio Otomano, con el nombre de Reino de Yemen. El sur, por su parte, siguió siendo un dominio británico.
En 1962 estalla en el norte una revolución para derrocar al imán al Badr, perteneciente a una rama del Islam chiita conocida como zaidismo, y sustituir el sistema de imanato por una república. Frente a este acontecimiento el mundo árabe se dividió. Arabia Saudí (sunita), por ejemplo, apoyó a las fuerzas realistas (chiitas), mientras que Egipto, dirigido entonces por el panarabista Gamal Abdel Nasser, apoyó a los partidarios de la república (sunitas). Los realistas también contaron con el apoyo de Irán (chiita), en ese entonces dirigido por el Shah Reza Pahlevi, y Estados Unidos.
Esa guerra la ganaron los republicanos en 1970, aunque Egipto había tenido que retirar sus tropas de Yemen en 1967, cuando estalló la Guerra de los Seis Días, una contienda que enfrentó a Israel con Egipto, Jordania, Irak y Siria. Bajo dominio republicano, el país adoptó el nombre de República Árabe de Yemen del Norte.
El sur, por su parte, se convirtió formalmente en República Popular de Yemen del Sur luego de la retirada de los británicos de su territorio en 1967, producto de la lucha armada iniciada en 1963 por un grupo de organizaciones progresistas agrupadas en el Partido Socialista. Fue el primer país árabe en pasar a formar parte de la órbita soviética.
Tras la caída del campo socialista, en 1990, se produjo la reunificación de los dos territorios bajo el nombre de República de Yemen. Alí abdullah Saleh, que venía dirigiendo la República Árabe de Yemen del Norte desde 1978, pasó a dirigir al Yemen unificado.
Otro gran intento de incidir en el curso de la política interna de Yemen lo hizo Arabia Saudí poco después de la reunificación cuando el gobierno de Saleh se negó a condenar la invasión de Kuwait por parte de Irak. El reino wahabita decidió entonces la expulsión de cerca de un millón de trabajadores yemeníes de su territorio, lo que terminó provocando una grave crisis económica y social en la nación vecina, que terminó alentando el secesionismo en el sur que no veía ningún resultado positivo de la unificación.
En 1994 estalla la guerra entre el norte y el sur secesionista. El presidente Saleh, de confesión zaidita, apela a sus convicciones religiosas para movilizar al norte chiita contra el sur predominantemente sunita. En esta ocasión Arabia Saudí apoya militarmente al secesionismo, pero vuelve a perder su apuesta.
En el mes de junio de 2004 se inicia la rebelión de los zaiditas en la provincia de Sadá, en el norte, luego de que las autoridades intentaran detener al líder chií Hussein al-Huti bajo la acusación de incitar a sus seguidores contra Estados Unidos e Israel y de crear un grupo armado conocido como Ansar Allah (Partidarios de Dios) con el objetivo de derrocar al gobierno e instaurar un imanato semejante al existente antes de 1962. Al-Huti murió en septiembre de 2004 durante el primer alzamiento y su hermano, Abdelmalek al-Huti, tomó el relevo. A partir de ese momento, los rebeldes zaiditas se hacen denominar huties, haciendo honor al apellido de su líder.
Los huties predominan en el norte del país y constituyen un tercio de la población total de Yemen. Su principal reclamo era la concesión de una mayor autonomía para la provincia de Sadá, a fin de proteger su religión y cultura de lo que consideraban como una usurpación de los islamistas sunitas. Sus contradicciones con los sunitas los llevaron a enfrentarse con los grupos locales de Al Qaeda en la Península Arábiga, considerados por Estados Unidos como la rama más peligrosa de la organización terrorista fundada por Osama Bin Ladem, quien intentó establecer sus bases en territorio yemení luego de abandonar el territorio saudí, de donde procedían sus padres, por tener allí gran influencia. Sin embargo, debido a la oposición de los grupos chiitas locales, Bin Ladem optó por establecer sus bases en Afganistán.
Los huties han demostrado ser unos combatientes muy resueltos y eficaces. Sus filas se nutrieron desde el principio del propio ejército yemení, muchos de cuyos soldados y oficiales son también zaiditas que no ven a los chiitas como sus principales adversarios, sino a los sunitas que los consideran herejes y que son los que soportan a los grupos terroristas locales. De ahí que Abdullah Saleh, en su afán de permanecer en el poder, terminó optando por procurar el respaldo suní para su causa.
Los huties del norte han contado siempre con el respaldo de Irán, también chiita. De ahí que Arabia Saudí (sunita), que lidera el grupo de los países árabes asociados en el Consejo de Cooperación del Golfo (todos controlados por los grupos sunitas, salvo Oman), vea en la insurrección de los huties un peligro para su propia seguridad.
Esto es lo que explica que los países árabes hayan terminado apoyando a Abdullah Saleh en su lucha contra la insurrección hutis. En agosto de 2009 el ejército saudí lanzó una ofensiva contra los huties en la zona fronteriza, con lo que el conflicto interno de Yemen, una vez más, se volvió internacional.
La situación de Yemen se complicó seriamente en el 2011, cuando en el marco de la denominada primavera árabe miles de manifestantes salieron a las calles a exigir la dimisión de Abdullah Saleh, que ya llevaba 33 años en el poder.
Los huties se unieron a las manifestaciones, que finalmente recibieron el apoyo del gobierno de Estados Unidos. Diez meses después del estallido de la rebelión popular Abdullah Saleh se vio obligado a dimitir, cediendo el puesto a su vicepresidente, Abd Rabbuh Mansur Hadi.
Hadi fue un general de las Fuerzas Armadas de la socialista República Popular Democrática de Yemen que en la guerra de 1994 se puso al servicio de Abdullah Saleh y llegó a comandar la toma de Adén, su ciudad natal, antigua capital de la parte sur de Yemen. Como recompensa, Abdullah Saleh lo escogió como su vicepresidente.
La salida del poder del antiguo dictador terminó complicando la situación debido a la profundización de las tensiones entre los diversos grupos tribales que predominan el país, fuertemente matizadas por las diferencias religiosas.
Hadi intentó sofocar sin éxito la rebelión y en el 2014 procuró una salida política al conflicto convocando a un Diálogo Nacional para discutir un proyecto de reforma constitucional que contemplaba la división del país en seis regiones autónomas.
Pero la iniciativa fracasó porque los diferentes grupos tribales que predominan en el país no pudieron ponerse de acuerdo y la guerra civil se profundizó. Los combatientes huties se fueron haciendo con el control de casi todo el norte del país, incluyendo Saná, la capital. El presidente Hadi tuvo que abandonar el territorio yemení.
Temerosa de que la situación pudiera contagiarle y de que Irán multiplique su influencia en territorio yemení, el gobierno saudí inició una operación de bombardeos aéreos contra las posiciones huties, que posteriormente recibió el apoyo de Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Qatar, Egipto, Jordania, Bahrein y Sudán, que conformaron una fuerza multinacional para contener el avance rebelde bajo el liderazgo de la monarquía wahabita.
La ofensiva ha sido rechazada por los gobiernos Irán, Irak y Siria, así como por el grupo libanés Hezboláh. Como dato interesante anotemos que el depuesto dictador Alí Abdullah Saleh (zaidita como ya dijimos), que tiene mucha influencia todavía en Yemen, apoya también la rebelión hutis.
Como puede observarse, en Yemen se presenta una situación muy particular que solo puede darse en una región como Oriente Medio, donde se mezclan las pugnas tribales, sectarias y regionales para crear un complicadísimo laberinto político capaz de confundir al más agudo observador.
Ocurre que mientras una coalición conformada por los países occidentales con el apoyo de las naciones árabes combate al Estado Islámico (sunita) en los territorios de Irak y Siria que éste controla, una iniciativa que cuenta con la simpatía del gobierno de Irán y del grupo libanés Hezbolláh, en el caso de Yemen los países árabes se unen para combatir una rebelión chiita, que paralelamente es también enfrentada por el grupo Al Qaeda en la Península Arábiga, devenido en rama local del Estado Islámico (EI), la misma que reivindicó el atentado contra la revista satírica Charlie Ebdo en Francia.
Queda demostrado, una vez más, que los países árabes temen más a Irán que a los grupos terroristas, que al fin y al cabo son también sunitas, aunque, como hemos visto, en el complicado mudo árabe la lealtad religiosa no siempre se impone.
Además, tanto en caso de la lucha contra el EI en los territorios de Irak y Siria como en la guerra contra los hutis en Yemen, nadie quiere involucrarse resueltamente en los combates directos por tierra. Los que actualmente combaten cuerpo a cuerpo a los terroristas son los chiitas y kurdos iraquíes y los zaiditas de Yemen. En ambos casos con el apoyo iraní, material o moral.
Aunque Estados Unidos le dio su visto bueno a la operación contra los huties liderada por Arabia Saudí, algunos expertos advierten que la posición norteamericana tiene mucho que ver con el diálogo que se estaba sosteniendo en ese momento con Irán en Suiza, en procura de un acuerdo que evite el uso de la energía nuclear con fines militares por parte del país persa. Muchos países árabes conjuntamente con Israel se oponían a esas conversaciones, razón por la cual Washington habría convenido en respaldar las acciones conjuntas de los países árabes en Yemen como forma de buscar un equilibrio y ganar tiempo para llevar a buen término las negociaciones con Irán, lo que finalmente se logró el pasado 2 de abril.
La situación de Yemen es un ejemplo claro del caos que amenaza toda la región de Oriente Medio. En este contexto, Estados Unidos parece tener claras sus prioridades, identificando a los grupos terroristas Al Qaeda y Estado Islámico como los enemigos principales y evitando en lo posible abrir nuevos frentes que pudieran complicar esta lucha. De ahí sus esfuerzos por lograr un entendimiento con Irán y su posición de mantenerse abierto a un posible acuerdo negociado con el gobierno sirio.
Pero los países árabes e Israel se empeñan en convertir a Yemen en una lucha de poder con Irán, a quien acusan de estar detrás de la rebelión huti, algo que parece estarse exagerando. Según Jon Altman, director para Oriente medio del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington, el apoyo de Irán a los huties en los últimos diez años ha sido “lento y limitado”.
“No hay indicios de que el gobierno de Irán vea a Yemen como una prioridad estratégica”, dijo textualmente Altman.
Entretanto, los rebeldes parecen avanzar en su ofensiva, pese a los bombardeos aéreos de la coalición de países árabes, estrategia cuya efectividad ha quedado en entredicho en el caso de la lucha contra el EI en territorio de Irak y Siria. Al momento de escribir este trabajo los huties consolidaban su dominio en el norte yemení con la conquista de nuevos territorios. La lucha será larga con un posible desenlace de pronóstico muy reservado.