La histórica displicencia dominicana en la defensa de sus intereses a nivel internacional se mantiene como un fardo pesado para las autoridades dominicanas en su imagen exógena, pese a los esfuerzos oficiales de las últimas dos décadas por regular a los extranjeros residentes en el país,como es norma general en casi todas las naciones del mundo.
Un rastreo por los cables de las agencias de prensa extranjera demuestra que República Dominicana no tiene la mejor imagen frente a las naciones del hemisferio proyectada con el Plan Nacional de Regulación de Extranjeros, y se observa que la impresión que tienen los ciudadanos de países hermanos es que solo se trata de expulsar a los ilegales haitianos del territorio nacional.
Las notas diplomáticas, noticias y opiniones se manejan como si se tratara de un “Plan de Regularización de Haitianos” y no de un Plan de Regularización de Extranjeros. De esa percepción, aparentemente generalizada, nace la creencia en una supuesta discriminación racial y hasta de xenofobia contra los nacionales del vecino país.
Para nadie es un secreto que una imagen distorsionada en el concierto de naciones podría convertirse en el paso previo a cualquier tipo de agresión a su soberanía sin que su clamor encuentre solidaridad por apreciarse como un castigo internacional por un crimen de lesa humanidad.
El mismo informe oficial sobre los resultados del Plan de Regularización no ofrece detalles sobre la situación de extranjeros que no son haitianos y que debieron someterse al mismo dispositivo migratorio.
El mismo informe divulgado por los medios de comunicación dominicanos refiere que de los extranjeros que se encontraban de forma irregular en territorio dominicanos 17,456 se habían marchado voluntariamente del país al 17 de junio de los corrientes.
El dato de los inmigrantes que se retiran por propia voluntad no precisa si se trata solamente de haitianos o si hay nacionales de otros países. Sin embargo, en el contexto que se ofrecen las informaciones se da como un hecho de que solamente se habla de los oriundos del país con que República Dominicana comparte la isla de Santo Domingo.
El informe gubernamental habla de que unas 365,000 personas fueron registradas en el marco de la Ley Especial 169-14, y queda la inquietud sobre si todas eran haitianas, como es lo que se ha estado proyectando internacionalmente, con la preocupación por la posibilidad de que se inscribieran chinos, coreanos, colombianos, venezolanos, ecuatorianos, peruanos y gente de todas las latitudes, en consonancia con la población cada vez más abundante de extranjeros que se observan en las calles dominicanas.
El hecho de que Haití como nación, inteligentemente, ha promovido la idea en el extranjero de que hay una discriminación exclusiva contra sus nacionales debiera animar a las autoridades a desmentir con las estadísticas esa apreciación tan peligrosa para el destino de República Dominicana.
Se precisa que del total de registrados 102,942 extranjeros presentaron actas de nacimiento; 69,997 pasaportes; 25,000 cédulas; 288,486 inscritos de la Junta Central Electoral (JCE); 8,755 por el Ministerio de Interior y Policía; 10,000 estudiantes por la Dirección General de Migración y 2,724 pensionados pensionados de la industria azucarera.
Pese a que por razones geográficas el número de extranjeros que viven irregularmente en territorio dominicano necesariamente tiene que ser mayoritariamente haitiano, resulta inconcebible, tanto aquí como fuera, que no existan en esa condición ciudadanos de otros países, incluyendo los que habrían acudido puntualmente a corregir su situación.
Incluir en los datos oficiales que se ofrecen la regularización de extranjeros no haitianos, aún se entienda el número como insignificante, aportaría significativamente a desmentir la idea de que hay un trato exclusivo para los hijos del más empobrecido país afrocaribeño.
Dominicanos de todos los niveles, desde el Presidente Danilo Medina hasta embajadores y dirigentes políticos de todos los partidos hasta humildes ciudadanos que se expresan en las redes sociales les salieron al frente a declaraciones que contra República Dominicana hicieron los alcaldes de Nueva York y de la capital canadiense.
El fervor patriótico, de conciencia o con candidez, es valioso pero insuficiente ante la delicada situación internacional de República Dominicana. Los campesinos de San Juan de la Maguana, entre El Cercado, Sonador, Jorgillo, Batista y Mogollón, dicen que todo el que quiere matar a un perro primero dice que el can tiene la rabia.
De esa manera el “mata perro” se convierte en un defensor de la comunidad, indefendible hasta para la Sociedad Protectora de Animales. República Dominicana es, en lenguaje figurado, el perro diagnosticado de rabia de que nos habla el astuto campesino sanjuanero ante la comunidad internacional. Humanamente hablando no hay peor rabia que el racismo y la xenofobia. Y lo más grave, la acusación ha sido formulada por dominicanos que responden a intereses de Ongs y la denominada sociedad civil.
Al tiempo que se rechaza el ataque proveniente de las naciones conocidas como “Amigas de Haití”, hay que analizar por qué el tema migratorio dominicano ha sido de tanto interés para un líder mundial, dentro y fuera de la Iglesia Católica, como el Papa Francisco, hasta el punto que le ordenó a sus obispos en el país a brindar “atención pastoral y caritativa con los inmigrantes”.
Hay mucha probabilidad que la visión que se ha vendido internacionalmente de República Dominicana haya calado profundamente en quien hoy lleva el timón de la barca de Pedro. La última edición de la revista Rayo de Luz, de la Iglesia, trae íntegramente las palabras del Papa en su reunión ordinaria con los obispos dominicanos, en las que los amonesta a defender los inmigrantes “sobre todo a los provenientes de la vecina Haití, que buscan mejores condiciones de vida en territoriodominicano”, lo que en su opinión, “no admite la indiferencia de los pastores de la Iglesia”.
Para que no se entienda que existe interés en manipular, ofrezco textualmente el párrafo completo sobre el aspecto migratorio dominicano: “Es necesario seguir colaborando con las autoridades civiles para alcanzar soluciones solidarias a los problemas de quienes son privados dedocumentos o se les niega sus derechos básicos”.
El pontífice añade: “Es inexcusable no promover iniciativas de fraternidad y paz entre ambas naciones, que conforman esta bella isla del Caribe. Es importante saber integrar a los inmigrantes en la sociedad y acogerlos en la comunidad eclesial. Les agradezco que estén cerca de ellos y de todos los que sufren, como gesto de la amorosa solicitud por el hermano que se siente solo y desamparado, con quien Cristo se identificó”.
El mismo Francisco habla de inmigrantes en términos generales, aunque pide un trato especial para los del país vecino, en lo que coincide con sus hermanos de la Compañía de Jesús, radicados en Haití y República Dominicana.
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, como refiere Manuel Arturo Peña Batlle en su Historia de la cuestión fronteriza dominico-haitiana, se buscó al Papa León XIII como árbitro en los conflictos territoriales que enfrentaban los dos países, precisándose que la imagen dominicana había llegado distorsionada ante el Obispo de Roma. Hoy, con el Papa Francisco, se podría estar repitiendo la historia.