Humberto Almonte

Empedrado es el camino de las nuevas cinematografías para establecerse, crear cánones y solidificar las prácticas profesionales propias que reflejen los valores culturales que validan los productos sólidos de una industria y la convierten en una real marca país.
Los manuales de cómo hacer las cosas pueden ser útiles en esos inicios, así como la experiencia de cómo se filma en este o aquel otro país, pero esas formas deben adaptarse para darle un toque propio, trazando una ruta hacia la originalidad riesgosa.
Hacer cine es parecido a aprender a cocinar con un manual de cocina, y si es de un chef famoso, mucho peor porque no necesariamente te sale el plato como dice el librito hasta que no le agregues tus propios sazones, los mezcles en las proporciones debidas y adereces los ingredientes al gusto. Así puede que empiece a salir bien el plato.
El coctel de los nuevos cines pasa por darles rostro a los personajes que intervienen en esas películas y ahí se debe hacer la tarea. Si se comienza echando mano a los famosos de la tv y del espectáculo, estaremos echando mano de una solución temporal que no aguanta distancias largas, porque esas figuras terminaran repitiéndose y los espectadores cansándose de ellas.
El paso que dio Hollywood al colocar los nombres de los actores en los carteles y marquesinas de las salas fue un paso audaz. Convirtió a los actores en estrellas y en un pilar importante del mercadeo del producto fílmico que llena los bolsillos de los inversionistas de la industria de los sueños.
Al cine dominicano se le viene señalando hace rato que el recambio de figuras no puede dilatarse mucho, que es necesario sacar de las canteras de cuando en cuando actores y actrices que refresquen las pantallas con nuevas formas de interpretar, de decir los diálogos y hasta de mirar.
La polémica iniciada por unas declaraciones en un diario nacional de un ejecutivo y algunos críticos -entre otros personajes de la industria-, de que frente a la necesidad de actrices, o no las había o eran muy escasas, y que esto obligaba al uso de figuras tradicionales del medio o a contratar interpretes extranjeras, el escándalo no se hizo esperar de parte del gremio actoral.
La batalla está planteada entre estas organizaciones que han entregado unos listados de actrices que llegan hasta ahora a los 200 nombres y los autores de estas afirmaciones. A ojos vistas, tenemos un número importante de intérpretes femeninas y sin duda de incuestionable calidad.
Los ánimos se han caldeado tanto que ya involucra a los directores y guionistas, a quienes se les atribuye falta de pericia y competencia, lo que a nuestro juicio es un exceso, porque aquí hay de todo y negarlo no contribuirá a solucionar el problema planteado.
Cuando se me dice que tenemos pocos guionistas o un puñado de directores, y esa misma afirmación se habla de la inexistencia de actrices, se lo atribuyo a un cierto inmovilismo o exceso de comodidad. Delante de los ojos de todos estamos viendo productos como 339 Amín Abel de Etzel Báez, Tu y Yo de Natalia Cabral y Ariel Estrada, Dólares de Arena de Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas, Saneamiento de María Victoria Hernández y La Gunguna de Ernesto Alemany, solo para citar algunos ejemplos.
No estamos siendo para nada condescendientes si podemos citar los logros de directores como Ángel Muñiz, Agliberto Meléndez, Tito Rodríguez, Luis Corporán, Gisely Montilla , Violeta Lockhard o Leticia Tonos y a guionistas como Miguel Yarull o Virginia Binet. Que los aciertos no sean totales sino parciales no le quita calidad estética ninguna a estos filmes. ¿O es que solo en el exterior pueden ver lo que está delante de nuestras narices?
Muy ciertamente es una afirmación sin sustento declarar que aquí no tenemos actrices suficientes para los filmes, como también lo es negarle reconocimiento a nuestra crítica de cine. Como decía Juan Pablo Duarte: “Sed justos si queréis ser felices y así apagareis la tea de discordia”. Para darle merito a alguien no es necesario quitárselo a otros.
Este episodio, la rebelión de las actrices, debe ser mirado como algo positivo. Un colectivo artístico se ha puesto de pie para defender sus derechos y visibilizar un problema de fondo y debe ser aprovechado para crear un registro, como ya lo hacen gente tan valiosa como Patz Guerrero y Johnnie Mercedes, entre muchas heroínas y héroes que dan la cara en nombre de sus compañeras y compañeros.
Teniendo en cuenta las características de este arte industrial, ya habíamos llamado la atención sobre la necesidad de fortalecer a los gremios profesionales dentro de esta fábrica de ilusiones. Así como lo han hecho las actrices, también los productores, directores, guionistas, directores de fotografía, sonidistas o vestuaristas, deben elevar su voz, agruparse y hacer valer sus derechos.
Si queremos buscar ejemplos ilustrativos en industrias de prestigio, entonces tornemos nuestras miradas hacia Hollywood y notaremos la fortaleza de sus gremios, verdaderos poderes a los que se debe consultar a la hora de mover un alfiler en los Ángeles, si de cine hablamos.
¿Qué es el cine actual sin el talento de actrices y actores? Nada, un amasijo hecho de luces y de cámaras, inspirándonos en el poeta cantor de San Antonio de los Baños. Ver la estupenda interpretación de Yamile Scheker en El Color de la Noche de Agliberto Meléndez, la frescura de Yanet Mojica en Dólares de Arena, o la fuerza de Eileen de la Cruz en el corto Un Día Cualquiera, son bofetadas para quienes alegran falta de actrices, son una pequeña muestra de las actuaciones en femenino.
Cualquier conocedor que recorra el audiovisual dominicano puede darse cuenta sin mucho esfuerzo del talento dramático femenino, y que al igual que en otras áreas, sobresalen por la calidad de su trabajo. Afirmaba en otro artículo mío, y es necesario recordarlo, “que el cine dominicano tiene cara de mujer”.
La tarea que tienen por delante los productores, la DGCINE y el colectivo de actrices es tan clara como urgente: Abrir espacios de comunicación y participación. Una labor que va en línea directa para un incremento aún mayor de la calidad del producto cinematográfico dominicano.
Los malos entendidos y las polémicas no son necesariamente negativas. Traen a la luz problemas estructurales que de otra forma seguirían larvando el desarrollo estético de un cine que debe apostar por una renovación dramática de sus rostros femeninos, dando mayor peso a esos nuevos valores, miradas y dicciones.
“La Rebelión de las Actrices” dejará instalada en la imaginación fílmica dominicana la lucha de unas guerreras dramatúrgicas por ocupar el lugar que se han ganado en una industria con un rostro indudablemente femenino.