Hablan los hechos

Hablar del peso geopolítico y la relevancia de la Alemania actual sin reconocer su devenir y legado histórico, es como tratar de entender las maravillas de la modernidad haciendo caso omiso a los aportes de distintas culturas, potencias y civilizaciones a lo largo de los siglos.

Por ello, a pesar de notables errores históricos cometidos durante la primera mitad del siglo XX, es imprescindible reconocer en Alemania una nación cimentada en base a un férreo sentido de identidad, con una visión de Estado bien marcada y sentido de historia envidiable.

Bastaría mencionar que esta nación, heredera del Sacro Imperio Romano Germánico, fue la cuna de la imprenta Johannes Gutenberg; cuna del protestantismo tras las 95 tesis de Martín Lutero; tierra que vio nacer a grandes músicos, poetas y filósofos como Johann Sebastián Bach, Ludwig van Beethoven, Johann Wolfgang von Goethe y Enmanuel Kant. Además de Alemania procede el más grande físico de la historia, Albert Einstein, así como connotadas figuras del paso militarista de la Prusia antigua, como son Federico el Grande y Otto von Bismark.

En el pasado reciente, tras el proceso de reunificación del país cursado entre los años 1989 y 1990, es decir, en un contexto histórico coincidente con el ocaso y posterior disolución de la URSS, Alemania entraba en una nueva fase de refundación bajo el acecho de un fantasma que le recordaba recurrentemente su deuda moral, tras las atrocidades de un pasado Nazi que dio lugar a la Segunda Guerra Mundial. En efecto, había sido este nefasto legado, el que junto a otras características propias de una nación con vocación al liderazgo regional, alimentaría el recelo de países como Reino Unido y Francia, ambos adversarios de Alemania durante las dos grandes guerras.

Fue durante este período que hace su incursión en la arena política una joven Ángela Merkel, física de profesión y criada en la Alemania Oriental, conocida también como la República Democrática Alemana, porción del país bajo la órbita soviética que estuvo aislada del mundo occidental desde que en 1961 se erigiera el tristemente célebre Muro de Berlín. Sus inicios estuvieron ligados al entonces líder de la Unión Cristiano Demócrata, Helmunt Kohl, quien en una primera etapa la llegó a nombrar ministra de Mujeres y Juventud, para luego ponerla al frente de los Ministerios de Medio Ambiente y Seguridad Nuclear.

Tras romper con su mentor político, el salto de Merkel a la posición más relevante dentro del aparato estatal alemán se daría para el 2005, siendo desde entonces la primera mujer en ser nombrada Canciller de Alemania, posición desde la cual ha dirigido con especial destreza la economía más grande y pujante de Europa. Su particular manejo de la crisis del euro, a la vez de su capacidad de asumir un liderazgo cohesionador en tiempos en que la idoneidad del proyecto europeo era puesto a prueba, le mereció ser considerada en una decena de ocasiones como “la mujer más poderosa del mundo”.

Llegados al 2017 y con 12 años al frente del Estado alemán, Merkel superó a Margaret Thatcher y a Golda Meir como la mujer con más tiempo al frente de un gobierno, pudiendo ahora superar a su mentor Helmunt Khol quien presidio la Cancillería entre 1982 y 1998.

Esta longevidad en el poder ha sido fruto de su pragmatismo, capacidad de mantener la estabilidad económica y su defensa del multilateralismo dentro de la Unión Europea. A esto se suma su reacción ante la crisis de refugiados vivida en Europa entre los años 2015 y 2016, donde Merkel llegó a ofrecer asilo a un millón de refugiados, una movida riesgosa, que a pesar de superar positivamente la prueba del tiempo, daría paso a una nueva y recalcitrante oposición dentro de su país.

La llamada Alternativa por Alemania, se ha convertido desde entonces en el peor dolor de cabeza para la clase política tradicional, en especial para Merkel que ha visto como este partido, surgido en el 2013 como una formación antieuropea, pasó a concentrar su agenda en oponerse a la inmigración islámica. De hecho, el creciente rechazo en sectores conservadores hacia la política de asimilación de refugiados, fue hábilmente capitalizado por esta organización de ultraderecha, al punto de convertirse en el primer partido de estas características que logra ganar escaños en el Parlamento Alemán (Bundestag), desde la Segunda Guerra Mundial.

Bajo este desafiante contexto, que se unía a las incertidumbres generadas en todo el Continente tras el Brexit y el advenimiento de líderes populistas que pusieron en vilo a naciones como Francia, Holanda y Austria, la canciller alemana se abocaba a revalidar su mandato el pasado 24 de septiembre. Sin embargo, partiendo de las experiencias citadas, su principal reto no estaba en perder ante una formación populista, sino en preservar la confianza de una nación que procura mantener su estabilidad basada en un superávit presupuestario, el crecimiento económico sostenido y baja tasa de desempleo.

En efecto, Ángela Merkel resultó ser reelegida para un cuarto mandato, aunque no con la solidez que se preveía en las encuestas, lo que plantea en lo adelante un arduo proceso de negociación para sacar a camino una coalición heterogénea. Obteniendo el peor resultado en 70 años, el partido de Merkel también había dado por disuelta su gran alianza con los socialdemócratas, partido que había decidido presentar como su candidato a Martin Schulz, emblemático presidente del Parlamento Europeo.

Concretamente los resultados fueron de un 33% para la Unión Demócrata Cristiana (de Merkel); 20.5% para el Partido Socialdemócrata (de Martin Schulz); y 12.6% para la Alternativa por Alemania (ultraderechistas); 10.7% para el Partido Liberal; 9.2% para la Izquierda; y 8.9 para el Partido Verde. Con estos porcentajes Alemania tendrá seis organizaciones representadas en el Bundestag, donde a pesar de las posibilidades de quedar aislados, la Alternativa por Alemania que ganó 13 escaños en los parlamentos regionales, pasará a ser un dolor de cabeza para el futuro gobierno encabezado por Merkel.

De cara a su cuarto mandato, Merkel está llamada a constituirse una vez más en uno de los líderes mundiales de mayor peso, condición que se ve reforzada tras la postura errática de la administración Trump respecto a Europa y la Organización del Atlántico Norte (OTAN).

Hay quienes al ponderar la fortaleza alemana, basándose en sus características geográficas, económicas y culturales, la ven como una potencia demasiado grande para Europa, pero aun pequeña para ejercer especial presión sobre el devenir internacional. Pero lo cierto es que de más allá de los prejuicios y temores propios de los vestigios del pasado, Alemania está llamada a reencontrar su lugar en Europa, aunque en esta ocasión bajo un esquema multilateral en el que una Francia de Macron se muestra presta a cooperar.

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