Opinión

El 2018 hizo su entrada por viejas puertas, por aquellas que desde inicio del presente siglo, e incluso del anterior, comenzaron recibir las líneas de orientación que marcarían la dinámica de un reacomodo planetario impulsado por las nuevas fuerzas sociales que vienen engendrando el avance de las ciencias y la tecnología, que incluyen el de las comunicaciones y su horizontalización que, en conjunción con el afianzamiento de la inteligencia artificial, impulsan novedosos esquemas productivos y modelos de negocios.

Los fuertes se ven sucumbir, o al menos parecen gigantescos peces aleteando en medio de un lago que pierde profundidad, aquel que dominaban con sus descomunales anatomías bélicas y aterradoras bocas que succionaban proteínas, que es lo mismo que el despojo, a veces violento, como la mayoría del tiempo; a veces sutil, bajo el amparo de la disuasión de sus músculos, siempre amenazantes, aún en el cercano apretón de manos, la sonrisa «afable» o la distante carcajada.

El nuevo año es una pista por la que continuará transitando el reacomodamiento que va dejando en la obsolescencia viejos paradigmas: viejas fuerzas hegemónicas, viejos mercados, viejas rutas comerciales, viejas y decadentes monedas, desfasados talantes diplomáticos marcados por el cañón y la sumisión; cuestión que, aclaro, no terminará con la lucha por los mercados, sino que reorientará las alianzas y redefinirá los movimientos de la economía global y las formas en que se definirán las áreas de influencia de las nuevas fuerzas hegemónicas.

Corea del Norte, como nueva potencia nuclear, pudiera ser un referente de como los países emergentes entran en el tablero geopolítico global. Ya no como simples peones, sino que pudieran ascender a la categoría de alfiles o torres. El ascenso económico de otros, como India, el indiscutible afianzamiento del liderazgo mundial de China, el formidable relanzamiento de Qatar, el sacudimiento económico y político de América Latina, el lento pero sostenido despertar de África, confirman, no solo la inevitable recomposición planetaria, sino el axioma darwinista de que no son los más fuertes los que sobreviven, sino los que tienen mayor capacidad de adaptarse a los cambios.

Partiendo de esa realidad, el occidente político, que no geográfico, actor fundamental de los acontecimientos que han marcado el destino de la Humanidad en los últimos siglos, entra en una confusión que le encamina a una atomización que va desde el Brexit, como consecuencia del euroescepticismo que toma cuerpo hasta infestar incluso a la propia OTAN, marcada por los cuestionamientos de Turquía y la difusa identidad que la balancea entre Oriente y Occidente, hasta el rebrote de los ánimos secesionistas que no solo ponen en situación de dificultad a los países que regentean sus soberanías, sino a la propia Bruselas.

Este enero es en realidad la continuación de otros eneros portadores de acontecimientos dialécticos en los que se ha venido incubando el nacimiento de otra civilización, que como todas las que se han construido a base de la lucha por dominar la naturaleza para ponerla al servicio del Hombre y las luchas por sobrevivir y mejorar las condiciones materiales de existencia en lo individual y colectivo, alumbrará un racimo de valores que en muchos casos se enfrentarán a los que sustentan todavía el comportamiento de la actual civilización, algo que no solo asoma, sino que comienza a vivirse y plantear la crisis de lo nuevo que quiere nacer y lo viejo que se niega a morir.

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