Hablan los hechos

Resulta incuestionable el creciente protagonismo de China durante las últimas década, donde se le ha visto hacer causa común con otras pujantes economías, como las de Brasil, Rusia, India y Sudáfrica (junto a las cuales creó el Grupo BRICS), hasta perfilarse como el principal rival de Estados Unidos por el liderazgo mundial.

Sin embargo, sería a partir del 2012 que los frutos de tres décadas de constante expansión económica legados por la visión de Deng Xiaoping, comenzarían a ser gestionados estratégicamente para rescatar la preminencia de este auténtico Estado bajo el mandato de Xi Jinping.

Ahora bien, si algo ha resultado especialmente interesante en este trayecto, ha sido la notable determinación de China de convertirse en el líder mundial del multilateralismo, constituyéndose en el principal abanderado de la globalización, lucha contra el cambio climático y el respeto a la libre determinación de los pueblos.

Son precisamente estos aspectos los que han llevado al Gigante Asiático a esparcir su presencia por el mundo, logrando sendos acuerdos comerciales con naciones alrededor del mundo, muchas de las cuales no recibían suficiente respaldo o eran simplemente ignoradas por Estados Unidos.

Este sería el caso de gran parte de Latinoamérica y el Caribe, una región que después de más de 150 años de férreo control desde Washington bajo los preceptos de la doctrina Monroe, ha visto cómo se le va dejando a su suerte en el aspecto económico y comercial, no así en materia de seguridad y gobernabilidad.

No obstante, ha sido el nicho económico el que ha sido aprovechado proactivamente por la gestión de Xi Jinping, haciendo de la región uno de los principales focos de inversión china, destinando más de $70,000 millones de dólares en los últimos 5 años.

No obstante, esa cifra ha de quedar eclipsada con la otorgada por el presidente chino durante la reunión de la CELAC-China en el 2015, una de sus tres visitas a la región, donde adelantó que durante los próximos 10 años China invertirá unos $250,000 millones de dólares.

Agregado a esto, la creciente preponderancia de China en Latinoamérica ha coincidido en el último año con el gobierno de Donald Trump en Estados Unidos, en cuya gestión se ha percibido un mayor desinterés hacia la región, pero una evidente preocupación por la influencia de la potencia asiática. De hecho, el secretario de Estado, Rex Tillerson, llegó a denunciar que“América Latina no necesita de otro poder imperial”, aludiendo al peso determinante que está teniendo el comercio chino en este hemisferio, donde incluso es el principal socio en casos como Argentina, Brasil, Chile y Perú. Es decir, el pulso global entre ambas potencias está en parte replicando en esta zona del Continente Americano, los escenarios de tensión que también se ven en Asia Pacifico.

Por si fuera poco, según la firma encuestadora Gallup, desde la llegada de Trump a la Casa Blanca la imagen de Estados Unidos en la región ha caído de un modo notable, siendo relegada por el creciente liderazgo de China. A esto se agrega la alerta que ha creado el potencial económico chino frente a Estados Unidos, pues mientras Estados Unidos pasó de representar más del 50% del PIB global tras la Segunda Guerra Mundial a tan sólo el 16%, China ha venido de poseer solo un 2% del PIB global a principio de los 80´s, a un 18% en la actualidad. De ahí que muchos analistas rememoren, a modo de advertencia, a la famosa “Trampa de Tucídides”, que responde a una narración del siglo V a.C., donde se infiere que cuando una potencia emergente crece lo suficiente como para retar a otra potencia establecida, la guerra suele ser inevitable.

Según el texto de Tucídides, tal escenario se dio entre Atenas y Esparta en la Guerra del Peloponeso, cuando el apogeo del primero alarmó al segundo, y evidentemente hay quienes vaticinan que lo propio podría pasar entre China y Estados Unidos.

En este contexto no es de sorprender el que la CIA emitiese recientemente un informe, en el cual citaba a China y Rusia como “amenazas” para Estados Unidos, por su tendencia a “influir” en Occidente. Además, Washington ha decidido imponer unos aranceles elevados a las importaciones de lavadoras y paneles solares, medida que afecta principalmente a empresas chinas, con más de 2 millones de lavadoras vendidas y con un 61% del mercado global de paneles.

Como era de esperar, desde Pekín se protestó contra la medida proteccionista de la administración Trump, adelantando que recurrirá a la Organización Mundial del Comercio (OMC), para ventilar este caso. Sin embargo, la decisión de Washington podría también tener represalias desde China, con quienes poseen un comercio bilateral que rozan los $600,000 millones de dólares al año, ya sea limitando importaciones estadounidenses hacia China, en especial de vehículos y carnes; prohibir el turismo chino hacia Estados Unidos (se estima que China posee más de 130 millones de potenciales turistas, con capacidad de gastar unos $270,000 millones de dólares); e incluso podrían vender cerca del billón de deuda estadounidense que poseen en bonos.

Para sorpresa de muchos, el presidente estadounidense también ha anunciado recientemente su solicitud para la celebración de un desfile militar en Washington, medida que en Estados Unidos se ha llevado a cabo exclusivamente para celebrar el fin de una guerra y rendir honores a los combatientes; sin embargo esa no es la realidad actual. Según el Washington Post, el mandatario había quedado impresionado con el desfile francés del “Día de la Bastilla”, todo parece indicar que su interés es sumarse a la tradicional muestra de poderío militar con el objetivo de impresionar e intimidar a adversarios, como sucede en Rusia, Corea del Norte, Reino Unido, Francia y la propia China.

Resulta cuesta arriba poder anticiparse a los movimientos futuros de ambos gobiernos, sobre todo por la incoherencia que ha mostrado Washington en su política exterior, por un lado haciendo gala del proteccionismo y el aislamiento de “América Primero”, pero por otro recelando del espacio perdido que va ocupando China.

La confrontación abierta entre ambas potencias, ya sea comercial, diplomática o bélica no es favorable para ninguna de las partes, mucho menos para el mundo, por lo que queda esperar cómo lograrán gestionar la creciente tensión.

últimas Noticias
Noticias Relacionadas