Opinión

En recién pasados días del hermoso carnaval dominicano, el Ministerio de Cultura ha colocado a lo largo de un tramo de la Av. Malecón el rostro repetido de una especie de vendedora callejera de piel negra con pañuelos de distintos colores. Ante ella, el viejo amigo Ignacio Ditrén y otras personas han manifestado su inconformidad por vía de las redes cibersociales, señalando que esa es una forma subliminal de promover la presencia de haitianos en nuestro país.

El escritor amigo Pedro Antonio Valdez ha aclarado que se trata de uno de los personajes del carnaval de San Juan de la Maguana, y que por tanto no tiene nada que ver con Haití ni haitianos. Comparto la afirmación de Valdez porque ahora no debemos caer en una especie de complejo de persecución que nos lleve a ver haitianos hasta en la sopa. Si bien creo necesaria una solución al problema de la excesiva migración de ese país, pues trae más perjuicios que beneficios económicos y sociales; debe haber mayores controles fronterizos y una aplicación más minuciosa de nuestra ley de extranjería.

El indígena, el negro y el blanco “tras de la oreja”

Sin embargo, pensándolo bien, esas figuras que el Ministerio de Cultura colocó en el Malecón debieron recoger la naturaleza real de la composición étnica nacional: que es el mulataje, el mestizaje. Pudo colocarse quizá una imagen negra, otra blanca, o indígena, o una sola que recogiera los distintos grados de nuestros rasgos raciales. Esto incluye diversas gradaciones que pueden hacer a la gente y a la persona misma confundirse respecto a su verdadera etnia, llamando negro o blanco a quienes, por sus detalles corporales, son otra cosa. Debemos evitar caer en el error antropológico de los norteamericanos al llamar negro a Barack Obama, cuando en realidad es mulato: por venir de una madre blanca y padre negro.

Hay en República Dominicana muchas variedades de mulatos. Especialmente, dos grandes grupos: unos con mayor tendencia negra y otros blanca. Ejemplos de lo primero: El cantante Sergio Vargas, la mezzosoprano Glemner Pérez, el compositor Rafael Solano, la pintora Ada Balcácer. Muestras de lo segundo: la escritora Kianny R. Antigua, el pelotero Juan Marichal, la diseñadora de modas Jenny Polanco, el periodista Pablo McKinney.

Algunos se nos presentan con apariencia casi totalmente negra, como Johnny Ventura o Pedro Martínez, o dan la impresión de ser puramente blancos, como el escritor Manuel Salvador Gautier o el cantante Niní Cáfaro. Sin embargo, en ambos casos respectivamente, un análisis minucioso encontraría “el negro tras de la oreja”, o “el blanco tras de la oreja”.

Aparte de los mencionados, no hay dudas de que tenemos dos minorías muy minoritarias: aquellos cuyo análisis por parte de los especialistas en etnología dé por resultado que no tienen mezclas raciales.

Estudio científico de la composición racial dominicana

Me alegra haber leído una reciente publicación que trata lo que digo de forma genético estadística, y la cito:

“La población dominicana posee un 39% de ADN de ancestros europeos, un 49% africano y un 4% precolombino, es decir taínos, lo que confirma su complicada ascendencia genética e implica que el mulato predomina entre los dominicanos.

Así lo establece un trabajo realizado por la Academia Dominicana de la Historia, la National Geographic Society y la Universidad de Pennsylvania, con la colaboración de la Universidad Iberoamericana (UNIBE), investigación que forma parte del Proyecto Genographic que se realiza en 140 países del mundo (https://genographic.nationalgeographic.com/).

La investigación se hizo con muestras de saliva de la mucosa oral que se tomaron a 1,000 dominicanos en 25 puntos muestrales, tanto rurales como urbanos del país, y en cada uno 40 voluntarios aceptaron que se les tomaran sus muestras de ADN”, dice una comunicación de prensa de la Academia Dominicana de la Historia”.

Además, tenemos también al “indígena tras la oreja”, aunque en muy minoritaria proporción, ya que, tal como afirman Christian Martínez –director del Museo del Hombre Dominicano- y otros estudiosos, en el país quedan elementos indígenas, aunque en mucho menor proporción que los de blancos y negros, de modo que el mestizaje también nos acompaña.

El Haitianígena Trujillo y el indio en nuestra cédula

Quizás aprovechando esto de que, aunque mínimos, quedaron influencias raciales indígenas, el tirano Trujillo y sus secuaces buscaron huirle a la negritud, a pesar de él saber que tenía al negro tras la oreja, pues era un mulato con antecedentes haitianos en su genealogía. Para ello, impuso que, cuando fuese a indicarse en la cédula el color de la piel las respuestas fueran solo una de dos: blanco o indio. Tal vez porque el horroroso dictador quería un país blanco, y asociaba la condición de negro con la de atrasado, mal educado, haitiano, esclavo, sucio, etc. Claro, se sabe que, como destaca en su libro Manuel Marino Miniño Marión-Landais, los primeros negros en llegar a la isla (con sus religiones, mitos y costumbres) no fueron los de Haití, sino que ya habían venido a La Española desde los tiempos de Diego Colón, Montesino y Las Casas. Porque, además, debemos estar claros en que negro no es sinónimo de haitiano. Y el hecho de que aparezca una figura de ese color no significa para nada que se esté promoviendo la presencia haitiana en nuestro país, pues si así fuera, entonces, ¿el maestro Jorge Severino estaría promoviendo la migración haitiana con sus hermosas damas y princesas negras? No, hombre, no caigamos en extremismos huecos.

Sucede que en nuestro país han predominado dos corrientes de pensamiento: 1- Los que son pro-blancos o pro-hispánicos o hispanófilos, para quienes la condición de negro es inferior, y tratan de eliminarla de nuestra historia cultural, política y social. 2-Los pro-negros, pro-haitianos o negrófilos, que tratan de ignorar la presencia blanca, las raíces hispánicas y similares de nuestra cultura, política y sociedad. Ambas están igualmente equivocadas, porque la idiosincrasia del pueblo dominicano carga como una marca indeleble en su sangre y mente la presencia de indígenas, blancos y negros, en un mulataje y mestizaje que es parte fundamental en nuestra identidad nacional, y que debe ser parte de la marca-país a difundir en el mundo.

Cabe decir, de paso, que en nuestro país hace falta retomar el tema de la herencia española, y realizar nuevas investigaciones sobre ello, ya que es parte de nuestra riqueza. Que yo sepa, se ha hurgado poco sobre los aportes españoles, árabes, norteamericanos –recuérdese que en Samaná hubo unos inmigrantes estadounidenses hace muchos años-, así como los de otras etnias. Tal vez por temor de ser acusados de racistas y pro-blanco, no se han hecho esos necesarios estudios que enriquecerían nuestra cultura en aspectos científicos y artísticos, por la información que aportarían.

Porque, como decimos en el títular de este artículo, no somos negros, blancos o indígenas, sino el el país más mulato del mundo. Debemos difundir esta condición a nivel internacional como parte de nuestra marca-país. Con ello obtendremos ventajas publicitarias, mercadológicas, al promover nuestra mentalidad abierta, no discriminatoria como parte de la empatía que caracteriza la naturaleza del dominicano. Así, hacer ver con alegría y entusiasmo nuestra democracia racial, lo cual no quiere decir que en nuestro país no haya ciertos prejuicios raciales subliminalmente llevados, tal como se da, unas veces más y otras menos, en todos los países del mundo.

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