Hablan los hechos

La economía de Brasil en la primera década del siglo XXI se colocó en la 9ª del mundo al ponderar el tamaño de su PIB, el cual lograba un crecimiento de hasta un 8,5%, lo que permitió el milagro de una década entera de crecimiento sostenido que fue la base para sacar de la pobreza a millones de familias que engrosaron a las filas de una nueva clase media emergente, algo nunca había ocurrido durante décadas. Tal realidad se pudo observar desde 2003 en el cual más de 30 millones de brasileños procedentes de las clases más pobres abandonaron la tragedia que lo acompañaba toda la vida, pero lo más relevante de esta transformación es que ese ascenso impactaba en toda la pirámide socioeconómica.

La furia de la población fue aprovechada por un poderoso sector conservador para llevarla a su máxima efervescencia, convirtiéndola en un torniquete para de manera grosera y atropellante destituir en agosto de 2016 a la presidenta Dilma Rousseff y reemplazarla por Michel Temer, quien, en lo inmediato, puso en ejecución un plan estratégico de corte neoliberal.

En poco tiempo esa historia experimentó un cambio cuando a partir del 2013 la economía brasileña mostró signos de ralentización y entró en recesión a partir de 2015, expresándose en una crisis económica sin precedentes fruto de la desaceleración del consumo privado y la caída de las inversiones. La mayor manifestación de esto es verificable con la contracción del 2016 cuando el PIB registró una deprimente caída de un -3,3% y una anémica recuperación de 0,6% del crecimiento en el 2017, en la que incidieron las medidas de ajuste presupuestario y una expansión de la inversión.

Para el año 2016 lo que sucedió en la economía Brasileña es que se reiteró la recesión económica que se había alojado en el 2015, situación que explicaba una debilidad por la caída de los precios del petróleo, las materias primas y la ralentización de la economía china. En tal sentido, Brasil inició el tránsito hacia una grave crisis económica y política cuya esperanza de contrarrestarla eran los Juegos Olímpicos de 2016, pero estos no estimularon el crecimiento económico esperado, por el contrario, activaron la crisis.

La economía brasileña ya no funcionaba a los niveles que la población se había acostumbrado, no había fórmula concreta para detener la expansión de la crisis económica y política que habían sacudido los cimientos de la sociedad y más bien lo que persistía era volver a los niveles de pobreza del pasado y una preocupante deuda/PIB por el orden del 80%. La furia de la población fue aprovechada por un poderoso sector conservador para llevarla a su máxima efervescencia, convirtiéndola en un torniquete para de manera grosera y atropellante destituir en agosto de 2016 a la presidenta Dilma Rousseff y reemplazarla por Michel Temer, quien, en lo inmediato, puso en ejecución un plan estratégico de corte neoliberal.

El gobierno de Temer ha sido una tragedia para retornar a la estabilidad económica y política que durante más de una década se disfrutaba en Brasil.

El esquema neoliberal puesto en marcha se expresaba en fijar un límite al aumento del gasto público, lo que implicó congelar los salarios a los empleados a fines de 2016, reforma del sistema de jubilación y del código laboral, en ambos casos perjudicando a los sectores más vulnerables de la sociedad. En lo adelante, lo que ha reinado en la sociedad brasileña es una incontrolable inestabilidad política y económica de gran preocupación, no tan solo de ese país, sino en América Latina por el peso que representa este gigante económico en la región.

El gobierno de Temer ha sido una tragedia para retornar a la estabilidad económica y política que durante más de una década se disfrutaba en Brasil. Para tener una idea de lo que ha estado sucediendo en Brasil, basta solo con detener la mirada en algunos indicadores socioeconómico relevantes; el PIB percápita como indicador de la calidad de vida ha experimentado un retroceso de tal manera que se coloca en el puesto 75 del ranking mundial, lo que explica el retorno indetenible a la pobreza de una franja amplia de la población, igual colocación se tiene en el índice de desarrollo humano, IDH, que ronda en el 0,767 puntos, esto es el indeseable puesto 87 de 187 países, se ha colocado en el 123º puesto del Doing Business de los 190 que conforman éste ranking y en cuanto al índice de percepción de la corrupción del sector público se ha colocado en 38 puntos, llegando al puesto 76 de los 167.

Es en ese contexto que Brasil está atravesando por una grave crisis institucional, en un escenario de profundización de la crisis económica, de polarización social y política. En este sentido es posible observar un conjunto multifactorial, que agrupados en varias dimensiones, explican mucho mejor la retaliación política desatada por la clase dominante y se iniciaron con el proceso de destitución de la presidenta Dilma Rousseff y que hoy piden la cabeza del ex Presidente Luiz Ignacio Lula Da Silva expresado en un atropellante apresamiento justificado por un falso expediente anti corrupción.

Es en ese contexto que Brasil está atravesando por una grave crisis institucional, en un escenario de profundización de la crisis económica, de polarización social y política.

Este seudo discurso anti corrupción se justifica ante el deterioro institucional, errado manejo de la economía y regreso de políticas neoliberales, ya superadas, incapaces de orientar la economía por una vía de crecimiento con estabilidad. Es esta incapacidad que ha permitido recurrir al expediente anti corrupción para neutralizar el regreso del presidente Lula tal como evidencian las mediciones de las encuestas, deteriorando los niveles requeridos de la decencia en la sociedad Brasileña, lo que parece una repetición de un patrón de actuación en muchos países de la región.

Esa clase dominante de Brasil es incapaz de entender que la crisis económica predominante es fruto del debilitamiento del modelo de exportación de materias primas, vinculado a la reducción del crecimiento de China y la disminución de su valor en el mercado internacional. En adición, ese país sigue siendo uno de los más desiguales del mundo y donde en los dos últimos años se ha profundizado de manera contunden las disparidades regionales, tanto en la desigualdad económica como en la expansión de la pobreza, lo que se ha tornado insostenible.

Los problemas políticos y económicos actuales de Brasil están deteriorando, aún más, a la ya compleja coyuntura que viven las economías de la región, produciéndose una crisis de confianza con potencialidad de tener efectos contagio, o de dominó. Pero resulta que esta crisis de confianza, en Brasil, es más grave de lo que se pensaba ya que las mediciones creíbles están indicando que existe una desconfianza en relación a los partidos políticos en ese país que oscila entre el 80 y el 86%, durante el periodo 2015-2018 e igual asignación porcentual tienen el congreso y las instituciones políticas, respectivamente.

Los problemas políticos y económicos actuales de Brasil están deteriorando, aún más, a la ya compleja coyuntura que viven las economías de la región, produciéndose una crisis de confianza con potencialidad de tener efectos contagio, o de dominó.

Estos indicadores conducen a observar que la percepción de desconfianza generalizada en las instituciones políticas parece agravada al ser instrumentalizada por el discurso anti-corrupción, encabezado por grupos del conservadurismo Brasileño cuyo objetivo primario es despolitizar el debate y encauzar la rabia y decepción de los electores contra Lula. En virtud de que el discurso anti corrupción y moralista no tiene ningún fundamento ideológico sino de posicionamiento electoral e interés político para conquistar partes significativas del electorado, detrás del cual están los intereses de los grupos políticos, económicos y mediáticos más importantes de Brasil con la finalidad de seguir beneficiándose del Estado mediante subvenciones.

Son esos grupos, que nunca han aceptado el ascenso de gobiernos progresistas, y que toleraban a estos mientras se beneficiaban de la coyuntura económica favorable, pero que desnudan sus verdaderas pretensiones cuando las condiciones empeoraron a través de una agresiva campaña mediática y el uso de la justicia, como mecanismo de judicializar la política. Para muestra solo hay que observar como después de que la justicia brasileña ratificara la condena de “Lula” da Silva se han manipulado algunas variables financieras de forma favorable, como una supuesta muestra de confianza de los mercados, así como la apreciación de la moneda local, el real frente al dólar, y el bastión de un nuevo récord histórico de la bolsa de valores que subió más de 2 %.

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