Opinión

El chisme en la actividad política es tan dañino como el comején cuando se apodera de una silla, de una mesa o de alguna cama.

El chisme lo destruye todo. Para el político chismoso el sentido de la lealtad no existe y mucho menos el tener que llegar al sacrificio en aras de la unidad partidaria. Eso no va con él. Prefiere conseguir todo con facilidad, especializarse en lo conocido como lambonismo o, en el mejor y más rápido de los casos, como un auténtico correveidile.

Al chismoso político para nada le interesa la salud de la organización a la cual pertenece y se supone le debe respeto. Lo único válido para un chismoso cuando pertenece a un partido político, y más si ese partido dirige los destinos de la nación, es la acumulación de dinero que casi siempre proviene del ámbito de la corrupción administrativa.

La industria del chisme tomó fuerza de carácter institucional con Trujillo y luego continuó con Balaguer. Pasó cuando los gobiernos del PRD y ahora existe como agente disociador dentro de las filas del partido gobernante.

Cuando más brilla es en tiempo de elecciones. En efecto. El chismoso político entiende que ha llegado su zafra y que por tal razón nada ni nadie pueden lograr dejarlo fuera del círculo del candidato de su preferencia.

Realmente no es fácil erradicar de golpe esta lacra social. Sin embargo se puede alejar del entorno cuando no se le hace mucho caso a sus endiabladas pretensiones particulares. Queda dicho.

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