Hablan los hechos

Terminó año destructor y debe comenzar uno constructor

Terminó el año bisiesto muy destructor en el mundo, pues 2020 hizo más estragos a la sociedad que un elefante en una cristalería, aplastó esperanzas y provocó una crisis del espíritu profunda nunca vista hasta hoy.

Sacó a la superficie las antípodas del ser humano para enfrentar de manera directa, sin ambages ni afeites, el mal y el bien mediante una pandemia sanitaria combinada con otra económica. Las miserias y las virtudes humanas se mezclaron como una confusa bola de estambre.

La enfermedad, a la cual la ciencia bautizó como Covid-19, mató en un lapso cortísimo de 10 meses a casi dos millones de personas, aunque por mucho que el virus trató, apenas llegó a una pequeña parte de la que siguen matando el hambre, la desigualdad social y el mal reparto mundial de la riqueza.

Pero se le agradece a la Covid-19 haber dejado en paños menores al miserable sistema económico-social que engendró esa desigualdad criminal, y cuyo pus interno brotara por los poros abiertos en el cuerpo social, en particular de su sistema de salud.

El SARS-CoV2 fue el gusanillo de la peste que mostró la pudrición del tejido social hasta entonces ocultado por engañosos tintes rosas, que en realidad eran la coloración de un cáncer que finalmente erupcionó en el terrible año bisiesto.

Las alternativas paz-guerra, riqueza-pobreza, bien-mal, salud-muerte, afloraron a la superficie con fuerza aterradora, y mostraron en las elecciones presidenciales de Estados Unidos que no eran una contradicción simple, fácilmente domable e incluso de comprensión general.

Como siempre sucedió a lo largo de la historia en los estertores de los regímenes sociales que conocemos, funciona ahora también la división de la sociedad en clases con sus conspiraciones y violencia, incluida una atmósfera confusionista, que pueden conducir a terribles escenarios.

En Estados Unidos hay una derrota de las peores fuerzas del mal, pero solo de las peores, lo cual no significa de todas.

La concentración del capital es tan abrumadora e inédita, y la acumulación de riqueza tan particular y exclusiva, que deshebrarlas y redistribuirlas es hoy algo bastante incierto.

La obstinación de Donald Trump de no entregar el poder a Joe Biden ni reconocer su triunfo es un reflejo de esa dicotomía que abrió el 2020 entre las propias fuerzas representativas de las decadencias de un modo de producción agujereado que hace aguas por doquier.

Contradictoriamente, si bien 2020 fue un año destructor, el descalabro que ocasionó con su pandemia, sus crisis económica y climática, los ciclones, terremotos y voraces incendios también sirvió para mostrar los huesos inservibles de un sistema en quiebra.

Su sucesor, el 2021, debería ser constructor de una vida nueva social, política y económica, y reparador de todo el daño que se le ha hecho al planeta.

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