Por: Asiaraf Serulle | Érase una vez, en un país caribeño se vivía con tranquilidad. No era una paz absoluta, pero sus ciudadanos contaban con servicios que garantizaban calidad de vida. Disfrutaban de 24 h. de electricidad, agua potable y el cumplimiento del 4% del presupuesto destinado al sistema educativo.
Los más necesitados tenían acceso a las aulas donde podían sentarse y recibir clases, y los profesores, incluso aquellos provenientes del sector privado, preferían trabajar en el sistema público gracias a mejores salarios.
Las madres podían vivir tranquilas, pues dejaban a sus hijos en lugares seguros, donde recibían educación y alimentación. Ya que los dejaban en las mañanas para irse a sus trabajos y recogían en las tardes, gracias a ese programa de tandas extendidas.
Si alguien enfermaba, podía llamar al 911 y recibir asistencia de inmediato. Luego, podía acudir a hospitales bien equipados y adquirir medicamentos a bajo costo en las boticas populares, lo que les permitía controlar enfermedades como la hipertensión o la diabetes sin mayores preocupaciones económicas.
Para trasladarse al trabajo desde sus barrios, los ciudadanos confiaban en el metro o el teleférico, seguros de que llegarían a tiempo, sin contratiempos por inseguridad o cortes eléctricos. Si necesitaban viajar de una ciudad a otra, se sentían tranquilos gracias al cuidado y asistencia de los equipos de seguridad vial, siempre disponibles para atender cualquier desperfecto en sus vehículos.
Además, se enorgullecían de ver a su presidente visitando los campos, escuchando las necesidades de las comunidades y poniendo en marcha proyectos para garantizar que todos tuvieran lo necesario para sobrevivir y aprovechar la riqueza de la tierra.
Esa era la realidad de aquellos tiempos. Sin embargo, el pueblo, al parecer, se cansó y decidió creer en promesas de cambio, incentivados por 500 o 1000 pesos. Así, vendieron su confianza a un supuesto progreso, que terminó transformándose en todo lo contrario.
Ese cambio trajo consigo la pérdida de la electricidad 24 horas, la disminución de la calidad de la educación y la desaparición de las boticas populares. Ahora, los medicamentos se encuentran solo en farmacias privadas, a precios elevados. Lo peor es que, si alguien enferma, ya no sabe a quién recurrir para recibir asistencia inmediata, enfrentándose a una incertidumbre aterradora al acudir a los hospitales.
El precio de aceptar unos pesos fue un retroceso en sus vidas. Por eso, es fundamental reflexionar y evaluar quiénes realmente piensan en el bienestar del pueblo, diferenciándolos de aquellos que venden sueños e ilusiones. Políticos que improvisan y prometen cambios sin una idea clara de cómo mantener los proyectos ya existentes, terminan destruyendo lo que alguna vez benefició a la mayoría.
Hoy, ese país vive un cambio que decidió probar, un cambio que, con el pasar del tiempo, demostró ser un retroceso, dejando a cada ciudadano en la orfandad de los servicios más esenciales. Un cambio que estuvo marcado por la corrupción, pero al final no hay culpables. Solo quedan lágrimas de dolor y pesar: sin electricidad, sin agua, sin educación y, mucho menos, sin seguridad.
Hoy, el gobierno juega con el hambre del pueblo, prometiendo bonos mágicos que desaparecen y no llegan a los más necesitados. Un gobierno donde cada quien hace lo que le da la gana, olvidando que es el pueblo quien los elige. En medio de esta situación, las personas comienzan a hacerse preguntas como:
¿Dónde está la seguridad que me prometieron? ¿Dónde están los servicios que antes tenía? ¿Por qué mis hijos ya no pueden recibir la educación que recibían antes?
¿Dónde están las boticas populares para comprar medicamentos a menor precio?
¿Por qué los niños ya no pueden beneficiarse de las estancias infantiles o del CAID? ¿Por qué satanizaron Punta Catalina y ahora no tengo electricidad? ¿Por qué los bonos se pierden y nadie es responsable? ¿Por qué se gastan en alquileres de edificios mientras los servicios públicos empeoran cada día más?
En conclusión, es hora de que los ciudadanos de ese país inicien un proceso de reflexión y retomen la valoración de aquellos que, a pesar de cometer errores, gobernaron a su favor y se esforzaron por brindarles lo necesario para vivir con dignidad y seguridad.
Es momento de comparar esa gestión con la de quienes actualmente gobiernan, incapaces de planificar programas claros para mantener los beneficios que antes existían y que ahora se han perdido. Los sueños vendidos han salido más caros, y el endeudamiento crece día a día, sin generar inversiones que impulsen el desarrollo del país.
Hoy, ese hermoso país vive en la incertidumbre, el temor y la oscuridad. Las esperanzas de su gente se van desvaneciendo, pues el futuro parece cada vez más incierto. Por eso, antes de aceptar 500 o 1000 pesos, es fundamental reflexionar: ¿resolverán esos pocos pesos los problemas de los próximos cuatro años de gobierno?