Opinión

La lucha anticorrupción constituyó la principal bandera de campaña del Partido Revolucionario Moderno (PRM) desde que estuvo en la oposición, y una vez en el poder, el 16 de agosto del año 2020, la agitó con fuerza contra su principal adversario político.

Miriam Germán Brito, Yeni Berenice Reynoso y Wilson Camacho, en la cabeza del Ministerio Público, azotaron el látigo en las espaldas de dirigentes y allegados del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), en lo que, para muchos, se trató de una estrategia política diseñada por la administración del presidente Luis Abinader para destruir a esa organización que ha gobernado durante 20 años el país.

Mucho circo mediático ha rodeado a los expedientes de presunta corrupción administrativa sometidos a la justicia por la Procuraduría General de la República, pero a pesar de la narrativa oficial, cargada de “lawfare”, aún no ha logrado condenas definitivas en los tribunales. Existe la posibilidad de que parte de estos expedientes perlman al transcurrir el plazo legal para su conocimiento.

Durante gran parte de los más del cuatrienio de administración perremeísta se ha cuestionado al Ministerio Público ver corruptos en las filas del PLD, obviando todo señalamiento contra el oficialismo.

Ahora que sectores de la opinión pública vinculan a funcionarios del gobierno de Abinader en hechos de supuesta corrupción, el discurso anticorrupción ha sido enviado al zafacón.

Naturalmente, la simulación en la política vista como arte o como estrategia, posibilita alcanzar determinados objetivos de poder durante un tiempo, aunque resulta difícil mantenerla de manera indefinida.

A juzgar por los resultados, al PRM y a Abinader les favoreció la lucha contra la corrupción en vista de que lograron una cómoda reelección en las elecciones celebradas en 2024. La efectividad del “lawfare” resultó indiscutible.

El otrora poderoso PLD fue relegado a un tercer lugar del certamen electoral, logrando apenas el diez por ciento de los votos.

En la judicialización de la política confluyen varios actores: quien tiene el control coyuntural del poder político, el adversario blanco del ataque, la parte del Poder Judicial que se presta para motorizar la acción y los medios de comunicación que la promocionan sin llevar a cabo la comprobación de los hechos que demanda el ejercicio del periodismo.

Lo significativo es que la política dominicana ha incorporado ese fenómeno, que en ocasiones adquiere la apariencia del antiguo circo romano.

Este vino para quedarse, partiendo de que la retaliación política forma parte de la cotidianidad en el ejercicio del poder.

La novedad está en que ha abierto las puertas de las prisiones a los políticos que ejercen el poder en el presente y los del futuro. Los que hoy deben ser conscientes de que mañana les tocará cuando cedan el poder democráticamente en una sociedad pendular.

Los péndulos se mueven. Los cuerpos oscilan de un punto hacia otro si una fuerza externa los impulsa, o sea, que, de manera ineluctable, todo lo que se dirige hacia un lado, cuando pierde la fuerza, luego se dirige hacia el otro polo. Todo lo que se va, vuelve; y de igual manera, lo que sube, baja. Lo que ayer se llamaba populismo hoy es otro asunto.

Ahora que las cárceles han quedado abiertas en el presente y para el futuro, un buen consejo a los que gobiernan sería que tomen en cuenta que, como el péndulo, lo que sube, baja.

Aunque la lucha contra la corrupción haya sido enviada al zafacón, nadie duda que en futuro se convierta en búmeran para quienes la usaron a su favor en un momento determinado.

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