Por: Sergio Sarita Valdez | El cantautor folclorista argentino. Horacio Guarany vino al mundo el 15 de mayo de 1925, hijo de un hachero criollo y de una española de León. Al cumplirse un siglo de su natalicio, resulta justo y propicio rescatar uno de sus versos más profundos y conmovedores para las almas sensibles que pueblan la tierra.
Tantas fueron las emociones que despertaron sus rimas convertidas en melodías que, en 1972, inspiraron una película homónima. La canción se titula «Si se calla el cantor» y en parte dice así: “Si se calla el cantor / Calla la vida / Porque la vida misma / Es toda un canto… / Debe el canto ser luz / Sobre los campos / Iluminando siempre / A los de abajo… / Que no calle el cantor / Porque el silencio / Cobarde apaña / La maldad que oprime. / No saben los cantores / De agachadas / No callarán jamás / De frente al crimen».
Hoy, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y su rama iberoamericana, la Organización Panamericana de la Salud (OPS), al igual que la Cruz Roja Internacional , parecen letras muertas sepultadas en tumbas selladas, incapaces de transmitir las imágenes y voces de niños y adultos sin fronteras, cuyo único pecado fue nacer en la pobreza, sin acceso a alimentación, salud, educación, vivienda digna o un ambiente sano.
Centenares de millas de profesionales de la salud guardan mientras el mundo está despojado de medidas preventivas como las vacunas infantiles, que en el pasado lograron erradicar el silencio de enfermedades mortales como la viruela y la poliomielitis.
Incluso el SIDA, que pasó de ser una afección fatal a una condición controlable compatible con una vida prolongada, ahora corre el riesgo de regresar a su estadio mortal. Mujeres embarazadas y parturientas son expulsadas de hospitales por legiones modernas que, bajo el aplauso inducido, repiten consignas como «Limpiemos el patio de la mala hierba».
Juan Bosch Gaviño, discípulo del educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos y admirador del poeta y patriota cubano José Martí, pronunció una frase célebre: «Yo no voy a morir en la mentira». No dudo que, al decirlo, resonara en su memoria la enseñanza martiana: «Patria es humanidad».
Mi conciencia me impide olvidar aquel epitafio filosófico que John Donne convirtió en poema y que con frecuencia evoco: “¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece? / ¿Quién aparta los ojos de un cometa cuando está talla? / ¿Quién ignora el tañido de una campana que suena por algún motivo? / ¿Quién puede ser sordo ante esa campana cuya música lo trasciende? / Ningún hombre es una isla completa en sí mismo. / Cada hombre es una parte del continente, una pieza del todo… / La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad / Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti».
A quien le encaje este sombrero, se lo regalo. A mí, desde luego, no me cabe.