Por Paulo Cannabrava Filho
Israel se muestra hoy como un Estado sionista, teocrático y expansionista. Cada día desafía a la comunidad internacional al intensificar su guerra contra Palestina. Ni siquiera los llamados al alto el fuego ni la clara denuncia de un genocidio en curso han logrado frenar su ofensiva.
El gobierno de Netanyahu, con el apoyo de su ministro de guerra, llegó a afirmar que destruiría la ciudad de Gaza si Hamás no aceptaba el acuerdo de alto el fuego propuesto. Esta amenaza de aniquilación colectiva muestra que no se trata solo de una disputa militar, sino de un proyecto de exterminio y ocupación permanente.
Al mismo tiempo, Israel avanza en la construcción de 3 mil viviendas y de una carretera que corta Cisjordania por la mitad, haciendo inviable en la práctica la creación de un Estado palestino. Se trata de una política de apartheid, institucionalizada y sostenida por la fuerza de las armas.
El cerco impuesto a la población palestina se traduce en hambre, miseria y aislamiento. Gaza se ha transformado en un campo de prisioneros al aire libre, mientras Cisjordania es fragmentada por colonias ilegales y muros de separación. Organizaciones de derechos humanos denuncian que más del 70% de la población de Gaza sufre inseguridad alimentaria aguda, y los hospitales funcionan con suministros mínimos de medicamentos, interrumpidos con frecuencia por los bloqueos israelíes.
La guerra ya ha dejado decenas de miles de muertos, en su mayoría civiles, incluidas mujeres y niños. Informes de la ONU señalan que la destrucción sistemática de escuelas, hospitales e infraestructura básica constituye crímenes de guerra. El bloqueo de la ayuda humanitaria, con camiones impedidos de cruzar la frontera, intensifica el sufrimiento de la población.
Al mismo tiempo, países árabes y organizaciones regionales manifiestan creciente indignación. Egipto denuncia la inviabilidad de un alto el fuego sin garantías de retirada de las tropas israelíes. Jordania advierte que el avance de las colonias amenaza con desestabilizar toda la región. Arabia Saudita e Irán, rivales históricos, encuentran un punto de convergencia al condenar la escalada israelí.
Frente a ello, la comunidad internacional debe decidir si continuará asistiendo pasivamente a este proceso de destrucción de un pueblo entero, o si tendrá el coraje de actuar para garantizar el derecho de los palestinos a la vida, la libertad y la autodeterminación. La omisión, en este caso, equivale a la complicidad.