El Cineasta, como cualquier ciudadano, tiene responsabilidades políticas que no terminan en el celuloide sino que comienzan con el espectador como sujeto de todo acto artístico con pretensiones reflexivas…
El cine desde sus inicios marcó una política bastante controversial como lo fue David Wark Griffith y su monumental intolerancia, una gigantesca epopeya que como nos indica su titulo, por siglos, describe el caso de la intolerancia a todas las ideas, aunque un año antes había atizado los demonios del racismo en el nacimiento de una nación 1915, obra fílmica con unos tintes racistas bastante notorios.
En todo caso, el cine no debe ser un mero mecanismo propagandístico al servicio de una ideología o régimen político, sino una muy efectiva herramienta para dotar a ese espectador, que no sólo busca diversión, de otros horizontes mentales para cuestionar al sistema y proponer soluciones.
En donde se equivocaron y se equivocan los pensadores políticos es en asignar al cine valores netamente discursivos equivalentes a las banderitas que adornan los mítines partidarios, en todo caso con dudosa utilidad.
En los turbulentos 60 y los desencantados 70, dieron a luz ejemplares de cine critico y de gran relevancia.
Basta señalar a la Batalla de Argel -1965 dirigida por Gillo Pontecorvo sobre la guerra de independencia argelina y memorias del Subdesarrollo-1968- obra maestra del director cubano Tomas Gutiérrez Alea que narra la alineación y falta de compromiso de un burgués con la naciente revolución cubana; Estado de Sitio 1972- de Costa Gavras, situada en el Uruguay de los tupamaros que completa un acercamiento entre otros filmes que abordan temáticas cercanas a esta noble ciencia social.
Desde esas épocas, con unas formas de presentar las realidades de la pre y post-guerra fría damos un salto, desembarcando en el siglo XXI con los augurios fallidos del fin de las ideologías preconizados por Francis Fukuyama, a unas estéticas influidas por la velocidad de la vida y el cambio de formatos, del celuloide al cine digital.
En esta era se impone más que nunca el miedo al gran hermano, esta vez en versión digital como en Minority Report -2002- de Steven Spielberg, donde nada escapa al control del estado omnipresente y omnisapiente; Persepolis (2007) de Vincent Paronnaud, visión de una chica adolescente de la teocracia iraní y slumdog Millionaire -2008- de Danny Boyle, que muestra los retos sociales que enfrenta el estado hindú para armonizar modernidad tecnológica y justicia Social.
A estas alturas (2014) se ha empezado a sustituir al celuloide en los cines, ya nuestro país lo ha incorporado en sus salas, y eso implica un cambio abismal en los costos, además de la difusión vía internet de una amplia variedad de contenidos que impactan a menor plazo y a mayor cantidad de espectadores y por lo tanto obliga a repensar las relaciones entre el cine y la política.