El Presidente Ramón Báez se comprometió ante el pueblo dominicano y el poder norteamericano con propiciar unas elecciones libres e imparciales cuyos sufragios se realizarían los días 18, 19 y 20 de octubre de aquel mundialmente belicista año del 1914.
Con un exhaustivo rastreo a las publicaciones periodística de la época el lector podría juzgar qué tan libres e imparciales fueron las elecciones desde que arrancó la campaña electoral originalmente con cuatro competidores, reduciéndose a dos con los bloques que se conformaron en el último tramo de la contienda.
Tan pintorescos y folklóricos fueron aquellos comicios, que sirvieron de material para una película que se exhibió en las salas de cine de los Estados Unidos bajo el título “Elections in The Dominican Republic”.
El caudillo Horacio Vásquez salió al ruedo como candidato del Partido Horacista, cuyo símbolo era un gallo de gran cola; Juan Isidro Jimenes hizo lo mismo por el Partido Jimenista, con un gallo bolo como emblema, en tanto que, con menos posibilidades se lanzaron las candidaturas de Federico Velázquez, con la imagen de un toro, y Luis Felipe Vidal, éste último abanderado de la ideología “legalista”.
En la medida que arreciaba la campaña las preferencias del Presidente Báez por Jimenes se hacían más que evidentes. Los candidatos minoritarios buscaron la forma de cotizarse, y mientras Vidal negociaba una alianza con Vásquez, Velázquez llegaba a un acuerdo con Jimenes a cambio de que ya en el gobierno les otorgaría a sus partidarios el 25 por ciento de los cargos públicos.
Las fuerzas lucían electoralmente equilibradas, pero era poco probable que el Presidente Báez pudiera regalarle a la Nación unas elecciones libres, limpias e imparciales. Los horacistas eran mayoría en Santo Domingo, El Seibo, Espaillat y Puerto Plata. Las plazas de predominio jimenista estaban en Monte Cristi, Santiago, Barahona y Samaná, con una sostenida preferencia de Azua por su coterráneo Vidal, aliado del horacismo.
Hubo zonas donde no era fácil establecer quién llevaba la delantera, como La Vega, Pacificador (hoy Duarte) y San Pedro de Macorís. Así llegaron las cosas a los días de ejercer el voto, con un “sistema electoral” tan frágil que pronosticaba que el triunfo quedaría en poder del que mejor usara las malas artes.
Un atildado periodista de la época describe la situación con las siguientes palabras: “Sin listas de sufragantes y con una mesa electoral en cada común, lo que no permitía participar en la elección, en los principales centros, a más de la cuarta parte de la población hábil y pudiendo, en cambio, en cambio, votar una misma persona más de una vez, por creencia de medios efectivos de identificación, el triunfo dependía más de la habilidad o del azar que del número de partidarios”.
Recuérdese que para la época la oratoria política dominicana vivía su Edad de Oro. Eugenio Deschamps, Luis C. del Castillo, Rafael Estrella Ureña, Arturo Logroño, José Ramón López, Pelegrín Castillo, Miguel Angel Garrido y Rafael Césas Tolentino, eran los “picos de Oro” que enardecían las tribunas por los diferentes partidos.
El recurso de Venancio El Loquero y otras Bellaquerías
Los tres días de votaciones se iniciaron el 18 de octubre de 1914, pero en la Capital, desde la noche del 17, los horacistas ocuparon los alrededores del local donde funcionaría el colegio electoral. La acción sirvió de pretexto para que los jimenistas y sus aliados intentaran ubicarse en el área produciéndose una reyerta a trompadas, patadas, pedradas, palos y empujones por el control de la puerta.
Un horacista empedernido y de cuerpo hercúleo, solo conocido como Venancio El Loquero, soltaba en la anatomía mayoritariamente macilenta de los votantes contrarias derechazos letales con los que los ahuyentaba de las urnas sin que ninguna autoridad pudiera controlar sus abusos.
“Muchos votantes llegaban a las urnas con las ropas destrozadas y algunos chichones en la cara por un derechazo de Venancio El Loquero, broncíneo gigantón horacista”, reseña una crónica de la época.
Los velazquistas, aliados al jimenismo, ripostaron buscándole un rival a Venancio El Loquero, de su mismo peso y con iguales condiciones para el sadismo, con lo que lograron emparejar un poco la carga, recurso que refleja el canibalismo político de la sociedad dominicana de los años que antecedieron la Ocupación Militar Nortemericana.
El historiador Luis F. Mejía señala en su libro De Lilís a Trujillo que los generales de los partidos rivales “en sus caballos, conducían sus huestes a las urnas, mejor dicho a la lucha callejera, espectáculo pintoresco del que tomó una cinta cinematográfica un corresponsal americano, exhibida después en los cines de su país con el título graciosísimo: Elections in The Dominican Republic”.
Cuenta que ya en la tarde “los ánimos andaban demasiado excitados y empezaron a tirar piedras los contendientes. Pronto sonó un disparo seguido de un tiroteo. Hubo alrededor de treinta bajas entre muertos y heridos, no siendo mayor el número de víctimas por haberse arrojado al suelo la mayoría de los presentes y haberse amparado los combatientes tras los árboles de la plaza”.
Un golpe de habilidad le propinó el jimenismo al horacismo en San Francisco de Macorís, gracias a la astucia de su dirigente Juan Grullón, cuya casa colindaba con el centro donde se ejercieron las votaciones. De acuerdo con la Ley Electoral, a las seis de la tarde del último día de elecciones se cerraban las puertas del local para que votasen solamente las personas que quedaran dentro. Fue lo que aprovechó Grullón para introducir clandestinamente a sus correligionarios por su patio a votar provocándole una verdadera paliza al horacismo.
Más que los votos, en las elecciones dominicanas de 1914 se impusieron las trampas y las bellaquerías, obteniendo la mejor parte el caudillo Jimenes, proclamado ganador de los últimos comicios antes de la Intervención norteamericana de 1916.
Efímero gobierno de Jimenes: de la explosión a la implosión
Los gobiernos anteriores al de Jimenes eran derrocados por la explosión de las guerras civiles. En cambio, el que inició tras ser electo en 1914 fue implosionado por la conspiración interna de su propio ministro de Guerra y Marina Desiderio Arias.
Conjuntamente con los movimientos de presión intergubernamental contra el Presidente de su jefe militar, comenzaron a levantarse movimientos guerrilleros con Quírico Feliú, en el Cibao; Lico Castillo, en San Cristóbal, además de Chachá Goicochea y Vicente Evangelista, en el Este.
El gobierno de los Estados Unidos mostró de inmediato su preocupación por los movimientos que ponían en peligro nuevamente la tranquilidad política del país, después que con el pretexto de imponer el orden ocuparon militarmente al vecino Haití en 1915, donde las turbas populares habían derrocado al Presidente cuya cabeza fue exhibida en un asta por las calles de Puerto Príncipe. Recordemos que el año anterior había estallado en Europa la Primera Guerra Mundial.
Juan Bosch, fundador del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), describe magistralmente los acontecimientos de aquellos días, tanto del lado dominicano como del haitiano, en su voluminosa obra De Cristóbal Colón a Fidel Castro: El Caribe Frontera Imperial.
El 21 de julio de 1915 apareció en los periódicos de Santo Domingo un comunicado del Encargado de Negocios de los Estados Unidos donde advertía que a los conspiradores podría irle mal, ya que esa Nación estaba dispuesta a intervenir para imponer la autoridad del gobierno legalmente constituido. Solo un estúpido obsesivo podía poner en dudas la inminencia de la Intervención.
Con el entendido de que el caudillo Horacio Vásquez podría estar detrás de las conspiraciones y los levantamientos, el funcionario norteamericano le envió una carta en la que le manifiesta que “los Estados Unidos están muy apenados con motivo de la propagación de los desórdenes actuales, lo cual puede obligar a su gobierno a cumplir las anunciadas seguridades dadas al mundo y al pueblo dominicano”, por lo que “he sido instruido por el Gobierno de los Estados Unidos para llamar la atención a los jefes de la oposición no solo con respecto a lo que precede, sino de que en caso de que sea necesario, del desembarco de tropas para imponer el orden y el respeto al Presidente electo por el pueblo”.
Pese a las advertencias imperiales, las conspiraciones siguieron hasta llegar al Congreso, donde casi a unanimidad se acusó al Presidente de malversación de los fondos públicos, en lo que se coincide que estuvo detrás de todo la mano maliciosa del conspirador general Arias.
Al percatarse Jimenes de que la única forma que tenía de mantenerse en el gobierno era con el respaldo de la soldadesca interventora, decidió renunciar a la Presidencia el 6 de mayo de 1916, en un manifiesto a la Nación, evadiendo hacerlo ante el Congreso, por considerarlo un nido de conspiradores y desleales.
El ministro de Guerra y Marina, general Desiderio Arias, había sido el principal promotor del derrocamiento del Gobierno Constitucional. Tal vez su escasa formación política no le permitió darse cuenta de que su triunfo duraría lo mismo que una cucaracha en un gallinero. Se verá en lo adelante que su vil deslealtad solo sirvió de pretexto para la humillación del país, con la ocupación del territorio por tropas norteamericanas, ante las cuales huyó cobardemente, refugiándose en los montes inaccesibles de la Línea Noroeste.