Un emblemático merengue, interpretado, cantado y bailado por los dominicanos generación tras generación, promueve una idea distorsionada del general Desiderio Arias, cuando en sus estribillos expresa: “Ay que general, con tanto valor, a nadie hizo mal y a nadie mató”. Precisamente en el momento que debió demostrar coraje, cuando las tropas norteamericanas se disponían a penetrar a la Ciudad Primada de América, huyó como el peor de los cobardes pese a que previamente había proclamado que resistiría la embestida extranjera.
También está en cuestionamiento que Desiderio fuera “el más guapo cuando mataron a Mon”, donde el merengue pondera sus actuaciones a raíz del asesinato del Presidente Ramón Cáceres en 1911.
Fuera del poder el Presidente Juan Isidro Jimenes por la rebelión de Arias, el gobierno de los Estados Unidos a través de sus representantes militares en el país inició gestiones para la rendición del jefe rebelde, resistiéndose éste hasta que de último minuto comprobó que los yanquis tenían los juegos más pesados que los frágiles gobiernos dominicanos que estaba acostumbrado a chantajear y derrocar.
El 13 de mayo de 1916 el ministro norteamericano William W. Russel y el contralmirante W.B. Caperton le enviaron un ultimatum los generales Arias, Mauricio Jimenes y Cesáreo Jimenes para que se rindieran a las tropas interventoras, con entrega de armas y fortificaciones militares “dentro de 24 horas a contar de las 6:00 AM del 14 de mayo de 1916, porque a esa hora, es decir a las 6:00 AM del 15 de mayo de 1916 se empleará la fuerza para desarmar a las fuerzas rebeldes que hay en la ciudad de Santo Domingo y para sostener al Gobierno Constitucional”.
Ante el ultimátum, el general Arias, tan tozudo cuando se trató de persuadirlo para que actuara con apego a las leyes bajo el gobierno de Jimenes, al que traicionó, tuvo esta vez la oportunidad de demostrar que realmente tenía la valentía y el honor que le atribuye el merengue. Fue todo lo contrario.
Al ver que la decisión del poder militar norteamericano era irrevocable, abandonó la ciudad que sus acciones habían puesto en peligro, arriesgando las vidas y las propiedades de sus gentes, huyó con las armas que pudo cargar después de poner en libertad a los prisioneros con los que se proponía aumentar sus tropas.
El ejército invasor entró a la vieja ciudad de Nicolás de Ovando sin encontrar resistencia, mientras la población lucía como un funeral colectivo. Días después, los jefes militares extranjeros barajaban fórmulas con los congresistas dominicanos para elegir un presidente interino. La elección cayó sobre el doctor Francisco Henríquez y Carvajal, quien se encontraba en Santiago de Cuba, juramentándose el 31 de julio de 1916.
Poco duró el doctor Henríquez para darse cuenta de que su posición sería la de un presidente títere de las fuerzas de ocupación, sin independencia militar, económica, jurídica y política. Tan pronto mostró una radical oposición a las medidas imperiales, intentando conservar un mínimo de dignidad para su República, fue sustituido por capitán de marina H.S.Knapp el 22 de noviembre de 1916.
Como augurio de lo que en lo adelante le vendría a la Nación Dominicana, la sustitución del afligido gobernante se hizo mediante una proclama del capitán Knapp, quien desde su buque insignia Olimpia declaró depuesto el gobierno. Un empleado de la legación norteamericana en el país puso en manos del presidente Henríquez y Carvajal, el miércoles 29 de noviembre en horas de la tarde, copia de la proclama.
Ocupación de EE. UU: el crudo lenguaje de la guerra
El investigador y compilador Vetilio Alfau Durán recoge en el voluminoso libro “En Anales (Escritos y documentos)”, publicado por el Banco Central de la República Dominicana, la versión en español completa, traducida del inglés, de la Proclama del nuevo gobernante militar norteamericano en la patria de Juan Pablo Duarte en la que se ve claramente el despotismo naciente.
Para tener una idea de lo que se producía en República Dominicana hay que recordar que el mundo se encontraba en la etapa más sangrienta de la Primera Guerra Mundial. Y con lenguaje guerrerista fue que Knapp redactó su proclama, justificando la Ocupación del país en el incumplimiento de compromisos asumidos en la Convención de 1907 sobre el manejo de la deuda y los recursos financieros.
“Considerando: Una Convención fue concluida entre los Estados Unidos de América y la República Dominicana y la República Dominicana el día 8 de febrero de 1907, de la cual el artículo III dice: Hasta que la República Dominicana no haya pagado la totalidad de los bonos del empréstito, su deuda pública no podrá ser aumentada sino mediante un acuerdo previo entre el Gobierno Dominicano y los Estados Unidos”, indicando su violación en la proclama.
Asumía el texto que República Dominicana no había cumplido con la entrega total de los recursos obtenidos por el cobro de impuestos a las importaciones y exportaciones como establecía la Convención, mientras continuaba aumentando su deuda pública.
Un Considerando precisa que “El Gobierno Dominicano ha violado dicho artículo III en más de una ocasión” y que “de cuando en cuando ha incurrido como explicación de dicha violación la necesidad de incurrir en gastos extraordinarios incidentales a la supresión de las revoluciones”.
Obsérvese, el criterio de los Estados Unidos era que República Dominicana no podía cumplir con lo acordado en la Convención de 1907 con respeto a la deuda debido a que todos sus recursos se iban en combatir levantamientos y revueltas. De esa manera Norteamérica se vio en la “urgencia” de ocupar militarmente el país para acabar con las “revoluciones” que originaban los motivos del incumplimiento.
Aparentemente interesado en que no quede ninguna duda sobre lo que proyectaba hacer en República Dominicana, habló, en la misma proclama, en primera persona: “Ahora, por tanto, Yo, H.S. Knapp, capitán de la Marina de los Estados Unidos, comandando la fuerza de cruceros de la escuadra del Atlántico de los Estados Unidos de América y las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos de América situadas en los varios puntos de la República Dominicana, actuando bajo la autoridad y por orden del Gobierno de los Estados Unidos de América”.
Y continúa: “Declaro y proclamo, a todos los que les interese, que la República Dominicana queda por la presente puesta en un estado de ocupación militar por las fuerzas bajo mi mando, y queda sometida al gobierno militar y el ejercicio de la ley militar, aplicable a tal ocupación”.
Argumenta que la Ocupación no tenía el propósito de destruir la Soberanía Dominicana “sino, al contrario, es la intención de ayudar a este país a volver a una conclusión de orden interno, que lo habilitará para cumplir las previsiones de la Convención citada, y con las obligaciones que le corresponden como miembro de la familia de naciones”.
Reconoce sin embargo que el orden público y las leyes estarían a cargo del gobierno militar, con derecho a juzgar cualquier violación por un tribunal establecido por el Gobierno Militar. Pide colaboración a toda la ciudadanía y advierte que las leyes dominicanas seguirían vigentes “siempre que éstas no conflicten con los propósitos para los cuales se emprende la Ocupación”.
Con la “Proclama” del gobernante militar norteamericano se iniciaba para el país un doloroso período de ocho años, con un pueblo pisoteado por las botas yanquis y la sustitución de las leyes y los decretos por las Órdenes Ejecutivas del régimen interventor. La experiencia traería como consecuencia una práctica nueva en la manera de hacer política de los dominicanos.