Humberto Almonte
Las travesías de los cineastas de nuestro continente están unidas a un cordón umbilical que va desde la cotidianidad crítica hasta un realismo mágico poco entendido fuera de nuestro continente y una de esas voces más autorizadas es la del realizador cubano Tomás Gutiérrez Alea, Titón para muchos.
Estamos frente a un artista con una obra que asume los retos de una cinematografía inmersa en la dinámica de una revolución socialista que impulsò cambios sustanciales en el pensamiento de los destinatarios de este cine, y esos cambios hicieron al espectador cubano participante muy activo en demandar el tipo de obra que quería para su sociedad.
A lo largo de su carrera, Gutiérrez Alea ha ejercido un cine lúdico, como debe de ser, pero muy critico con su realidad pues el realizador opina que es una labor esencial del artista dentro del ambiente en donde produce su obra.
No sólo se ha involucrado en la dirección, estudiando música y derecho, aportando un texto de ensayos, Dialéctica del Espectador, donde articula su pensamiento teórico para movilizar el sentido crítico del espectador en un libro donde las preguntas son más importantes que las respuestas.
Todos estos elementos en su obra apuntan a unos niveles de coherencia en sus búsquedas estéticas que reflejan, con un margen flexible, una identidad propia en la imagen del cine cubano
Y latinoamericano.
Nos enfocaremos en tres de sus obras más importantes: Memorias del Subdesarrollo (1968), La última Cena (1975), y Fresa y Chocolate (1993), las cuales reflejan de manera significativa la visión fílmica de Titòn.
Memorias del Subdesarrollo se origina en la experiencia de Sergio, un burgués que decide quedarse en Cuba al triunfo de la revolución, pero a quien sus contradicciones pequeño burguesas le impiden involucrarse de manera activa en los cambios que se están dando en la sociedad cubana.
La película parte de una novela corta de Edmundo Desnoes que Gutiérrez Alea con maestría amplia y profundiza para lograr un esplendido retrato de la las contradicciones de un individuo, y de todo un conglomerado social.
Esta es una obra comprometida, inteligente y critica con un gran nivel de realización, de musicalización y de actuación que demuestra el oficio de un director que se arriesga y sale muy bien parado del reto.
La Ultima Cena (1975), que de la anécdota del conde dueño de un ingenio azucarero a finales del siglo XVIII, quien intenta remedar a Cristo, invitando a cenar a los esclavos, lavándoles los pies y queriendo congraciarse con ellos, y a raíz de esto, al día siguiente se desata una rebelión pues los esclavos se niegan a trabajar el viernes santo, como les dijo el conde en sus delirios etílicos.
Filme que desvela los mecanismos del poder económico y político de la clase dominante con la complicidad de una religión acomodada a los disfrutes de la buena vida terrenal, todo un tratado de teología desarrollado en la escena central de la cena, con unos diálogos y una fotografía, que se encuentran entre lo mejor que ha producido el nuevo cine latinoamericano.
El acierto en su tratamiento en su tratamiento es la ausencia de la demagogia y de paternalismo para centrarse en la interacción ideológica de los personajes que arroja luz sobre las ideas de cada representante de su clase.
El director no sigue los caminos usuales ni la dramaturgia al uso, que aconsejarían un final espectacular y manipulador, al contrario se vuelca hacia un realismo mágico que choca con lógica sangrienta del opresor y muestra el camino hacia la libertad que sigue Sebastián, el único esclavo sobreviviente.
Fresa y Chocolate (1993) narra la historia de David y Diego, uno miembro de la juventud comunista y el otro un homosexual que poco a poco, y pese a los recelos desarrollan una amistad que echa por tierra los prejuicios de ambos.
Creo también, como opina Senel paz, autor del cuento El Lobo, El El Bosque y El Hombre nuevo, en el que se basa la película Fresa y Chocolate es menos acerca de la homosexualidad y más sobre la amistad y la intolerancia.
Dirigida en conjunto con Juan Carlos Tabío, se sumerge en temas como son la conservación del patrimonio artístico, la burocracia de la cultura y el protagonismo de la ciudad de la Habana enriquecidos por sus miradas escrutadoras.
Son poderosas las actuaciones que sostienen a lo largo de su metraje al film, y que arrojo a las pantallas del mundo el talento de Jorge Perugorría, Vladimir Cruz, Mirta Ibarra y Francisco Gattorno.
La belleza de la fotografía de Mario García Joya, la música de José María Vitier y el catalogo de la gastronomía cubana presente a lo largo de las escenas, son elementos que redondean esta obra que fue nominada al óscar como mejor película extranjera de 1995 y que gano muchos premios entre ellos el Goya en España y el Oso de Plata en Berlin.
Gutiérrez Alea es un autor emblemático alrededor del mundo y se destacó por su nivel de compromiso con su arte y su sociedad, por su honestidad, su criticidad, su profundidad en los análisis fílmicos, todas esas cualidades que fueron sus sellos distintivos.
Un director que asumía cada película como la primera, que hizo énfasis en la comunicación, y que busco entender y disfrutar el mundo para entregarnos, transformada, nuestra realidad en una pantalla de cine.