Con la toma de posesión de Juan Bautista Vicini Burgos como presidente interino de la República el 22 de octubre de 1922 su gestión se concentró en los preparativos para las elecciones a celebrarse el 15 de marzo de 1924 y la terminación de obras iniciadas por el gobierno interventor, cuyas tropas empezaban su gradual retirada.
Si se observa la composición del gabinete podría calificarse el gobierno de Vicini Burgos como de Unidad Nacional. Como lo estableció el Plan de Evacuación, la Secretaría de Interior, Policía, Guerra y Marina debía ser ocupado por un independiente, designándose al industrial José del Carmen Ariza. Las carteras restantes fueron ocupadas por horacistas, jimenistas y velazquistas, mediante ternas sometidas por sus partidos al jefe del Estado.
Renació de inmediato la pasión competitiva en la carrera electoral, con la renovación de los partidos políticos, que cambiaron los nombres de sus caudillos por denominaciones más consecuentes con las de verdaderas organizaciones políticas.
Los horacistas adoptaron por nombre Partido Nacional, definiéndose como liberales y democráticos; los jimenistas, que habían perdido su caudillo, se congregaron bajo la sombra del prócer Francisco J. Peynado, quien había creado la Coalición Patriótica de Ciudadanos, en la que cabían dominicanos de todas las corrientes por el prestigio ganado por su fundador con el Plan que le puso fin a la Ocupación.
De esa forma los jimenistas renunciaban al viejo emblema del gallo bolo por un sol naciente. Si se estudian los programas de gobierno de las organizaciones creadas por Vásquez y Peynado se observará que no difieren en nada fundamental, por lo que la división de sus adeptos era por vínculos meramente personales.
El caudillo Federico Velázquez, que desde 1916 había registrado su Partido Progresista con el símbolo del toro, terminó negociando la Vicepresidencia con Vázquez, en tanto que el guerrillero liniero Desiderio Arias, saliendo de su anonimato, acuñó el Partido Liberal, terminando uniéndose a Peynado.
Calles y campos de todo el país recobraron el bullicio de la actividad partidaria tras el silencio y el terror de los años de intervención. Mítines y concentraciones con vibrantes discursos de los “picos de oro” de entonces hacían que los dominicanos disfrutaran el sabor de la libertad y la democracia, reconquistadas con tanto sacrificio.
En la prensa la competencia era también reñida con periódicos evidentemente parcializados como El Siglo, identificado con la Coalición Patriótica de Ciudadanos, y Listín Diario, que prefería resaltar las actividades del Partido Nacional.
Aunque, justo es decirlo, la violencia era menor a la que se observaba en los procesos electorales anteriores a la intervención, no faltaron los hechos de sangre como el que se produjo en La Vega donde el simpatizante de la Coalición Pipí Lora mató al abanderado del Partido Nacional Pedro Pichardo, en venganza por el golpe que el segundo le había dado días antes con una fusta.
Como ocurre siempre, la muerte de Pichardo fue aprovechada por sus compañeros para hacer de su sepelio un acto político con el que buscaron sumar votos a la candidatura de Horacio Vásquez.
Los cronistas que trataron de guardar por lo menos en apariencia alguna imparcialidad periodística reconocen que Vásquez y Peynado no alentaban la violencia, pero muchos de sur oradores conservaban los viejos hábitos de las arengas levantiscas, fanatizando a las masas analfabetas que se enfrascaban en riñas lamentables.
La Junta Central Electoral organizadora de los comicios estuvo integrada por los licenciados Alejandro Woss y Gil, presidente; Horacio Vicioso y Fidelio Despradel, vocales. A los tres se les atribuían preferencias, abiertas o discretas, por el candidato Peynado, pero como se verá, eso en nada conribuyó a torcer la voluntad de las urnas.
El carisma de Vásquez, quien enarboló la bandera del nacionalismo, superaba con creces el reconocimiento que le hacían los dominicanos a Peynado por los servicios prestados al país con el Plan de Evacuación. La identificación de las mayorías con ex presidente llegó expresarse con palabras que para muchos eran una blasfemia cuando en un recorrido por El Seybo, Higüey y Hato Mayor lo bautizaron como “La Virgen de la Altagracia con chiva”.
El investigador Luis F. Mejía refiere que “el licenciado Francisco J. Peynado, aunque convencido de su fracaso, persistió en ir a los comicios, para cooperar en la aprobación plebiscitaria del Plan de Evacuación”. Muchos de sus seguidores llegaron a proponerle el retiro de la candidatura.
El autor describe el ambiente electoral en víspera del 15 de marzo de 1924. “La noche anterior al día señalado ambos bandos celebraron fiestas en los campos, para reunir sus adeptos, con sancochos, tragos y cigarros en abundancia. Se bailaba el típico merengue al son de los acordeones. Al amanecer, los directores de los comités rurales llevaron a votar a aquellos campesinos casi todos analfabetos, gratificando a cada uno con un clavao (20 centavos)”.
Concluye en que la votación “fue nutrida y correcta. Con la multiplicación de las mesas electorales y las inscripciones previas se evitaron desórdenes y los votos repetidos. El fraude se redujo a la mínima expresión”.
Contados los sufragios, Vásquez obtuvo aproximadamente cien mil votos mientras los de Peynado se acercaron a los ciencuenta mil. En la elección de los congresistas, el primero alcanzó diez senadurías y 24 diputaciones, en tanto que logró dos representaciones en la Cámara Alta y siete en la Cámara Baja.
Conocidos los resultados sin mayores impugnaciones, el gobierno de los Estados Unidos invitó al Presidente Electo a visitar Washington, donde fue recibido con honores por el Presidente Cavin Coolidge, quien le ofreció un banquete junto al secretario de Estado Charles Evans Hugues y el comisionado Summer Welles, figuras claves en el Plan que puso fin a la Ocupación Militar.
Trascendió que en el banquete “se tuvo un cambio general de impresiones sobre las futuras relaciones entre ambos países, tratando los gobernantes americanos de disipar todo resquemor que pudiera quedar por la ocupación en el ánimo del nuevo Presidente dominicano”.
Analistas de la época, tanto en El Siglo como en Listín Diario, interpretaron que “comenzábase ya a rectificar la política la política de la gran nación americana respecto a Hispanoamérica y se quiso sellar con un gesto amistoso aquel período dolorosos para el patriotismo de los dominicanos”.
Con excepción del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), ninguna otra entidad rindió culto este año, según nuestro rastreo en diferentes medios de comunicación impresos y electrónicos, al 12 de julio como fecha conmemorativa del retorno a la Soberanía Nacional en 1924.
Los periódicos de la época reseñaron que los dominicanos celebraron con júbilo cuando tras juramentarse el Presidente Vásquez como jefe del Estado “se arrió el pabellón extranjero, enarbolándose nuevamente el nuestro en la Torre del Homenaje”.
Con el barroquismo característico en la prensa de los primeros años del siglo XX, uno de los periódicos relata que “la Capital mostrábase desbordante de alegría. En la vieja Catedral cantó solemne Te Deum el Arzobispo Nouel, y Monseñor Lamarche habló de las glorias del Resurrexit, después de los dolores de la pasión. Bailes en los centros sociales, banquetes en los restaurantes de lujo, bulliciosas fiestas en los barrios populares engalanados con mil variados colorines, y derroche de bebidas alcohólicas, celebraron el renacer de nuestra Independencia…”.
Ya al finalizar el mes de agosto de 1924 no quedaban en el territorio y los mares dominicanos ni un solo miembro de las tropas interventoras. El yanqui se había retirado con sus buques de guerra a sus playas norteamericanas. El Plan Hugues-Peynado, tan satanizado por los ultranacionalistas del país, había funcionado como se acordó.
Muy diferente a lo ocurrido en la vecina República de Haití, donde los interventores entraron en 1915, un año antes que en la República Dominicana, y permanecieron allí hasta el 1935, sometiendo bajo sus botas al bravo pueblo de Toussaint y Desalines.