Hablan los hechos

El retorno a la soberanía en 1924 pudo ser propicio para que el liderazgo político dominicano se unificara en un esfuerzo por erradicar los viejos hábitos de anarquía, indisciplina social, desorden e irrespeto al poder legalmente constituido, que sirvieron de pretexto para la ocupación militar norteamericana que humilló al país durante ocho largos años.

Cabe el dicho popular: fue como alegría en casa de pobres. Lo cierto es que tras la euforia dominicanista que se vivió en plazas y calles con el izamiento de la Bandera Nacional el 12 de julio, renacieron las viejas prácticas de antaño como semillas inextinguibles dormidas en la corteza vegetal en espera de un cambio climatológico para germinar.

Los seguidores del vicepresidente Federico Velázquez en el Congreso Nacional rompieron con el gobierno del Presidente Horacio Vásquez para, aliados con los representantes del candidato derrotado Francisco J. Peynado, poner en aprieto a la primera administración surgida del voto popular tras el retiro de las tropas de intervención.

El rompimiento de la alianza entre horacistas y velazquistas comenzó a gestar peligrosos proyectos inspirados en el viejo pesimismo dominicano que predica la imposibilidad de gobernar a este pueblo con métodos democráticos.

Otra vez la deuda como tema de división política

El Presidente Vásquez para enfrenar la precaria situación económica en que recibió la administración pública renegoció con los Estados Unidos otra Convención en sustitución de la de 1907 que le permitió un empréstito ascendente de US$ 25.0 millones de dólares para fusionar la deuda pública y los bonos emitidos durante la intervención.

La nueva Convención, que no constituía ninguna novedad en lo que a deuda del Estado respecta, sirvió de pretexto a quienes con el “escrúpulo de María Gargajo” condenaban al Presidente en su esfuerzo por dinamizar económicamente al gobierno y al país con recursos provenientes de nuevos endeudamientos.

Como medio de impedir la aprobación en el Congreso de la nueva Convención, legisladores de todas las corrientes suscribieron un denominado “Pacto de Honor”, en el que llevaban la voz cantante los seguidores del vicepresidente Velázquez.

Legisladores fieles a Vásquez rebatían los argumentos contrarios con criterios como los expuestos por unos de sus voceros en el Listín Diario de la época: “Si no hubiese estado en vigencia la Convención de 1907 mi voto habría sido contrario a la de 1924. Ahora bien, esta última difiere únicamente de la primera: a) en que establece el arbitraje para dirimir cuantas diferencias de criterio se suscitaren en su cumplimiento, mientras aquellas carecía de esa previsión, que tan útil nos habría sido en el 1916”.

En su defensa al empréstito, el diputado y jurista Luis Felipe Mejía valora también que “el remanente del empréstito estaba destinado a obras de innegable utilidad, tales como el acueducto de la capital y la conclusión del plan de carreteras”, y resalta que se establecía el año de cancelación el año de 1942.

De nuevo, como en los últimos días de la Ocupación, volvieron las campañas de prensa y los mítines con tribunas enardecidas por fogosos oradores, los conocidos “picos de oro” de la época. Los insultos contra el Presidente de la Repúblicas estaban matizados por el desprecio y hasta incitando al magnicidio.

Un cronista de aquellos tiempos refiere que en “discursos en la Plaza Colón, Estrella Ureña (Rafael) y Peña Batlle (Manuel Arturo) insultaron despiadadamente a Horacio Vásquez. El primero dijo que había que hundirle en el pecho el puñal de Bruto. Reducidos a prisión por mandamiento judicial, dos días después estaban en libertad. El proceso fue archivado a instancias del mandatario injuriado”.

El Presidente Vásquez contó con el respaldo de su Partido Nacional en el Congreso, quienes también utilizaron el recurso los mítines y las tribunas para convencer a la población de las ventajas del nuevo tratado, debatido finalmente en la Cámara de Diputados en mayo de 1925, que por inexplicables ausencias opositoras, se aprobó sin mayores contratiempos.

En la Cámara Alta el conocimiento del nuevo convenio fue menos tortuoso. En lo adelante, el Gobierno Dominicano contó con recursos para iniciar un amplio programa de obras públicas, que por primera vez, desde los tiempos del Presidente Ramón Cáceres (Mon), pasaron a manos de ingenieros dominicanos en sustitución de norteamericanos.

Las obras de Vásquez con el empréstito satanizado

Entre las obras públicas que más se recuerdan de las construidas con el empréstito figuran la carretera que une a la región Este con la ciudad de Santo Domingo, que honra la Memoria del patricio Ramón Matías Mella, prolongándola desde San Pedro de Macorís hasta Higüey. La del Sur, que terminaba en San Cristóbal fue llevada hasta la frontera, bautizada con el nombre del padre de la Patria Francisco del Rosario Sánchez.

Otras vías que comenzaron a dinamizar el transporte terrestre en el país realizadas con los fondos del empréstito fueron de San Francisco de Macorís a Rincón, de Santiago a Puerto Plata, en prolongación de la que lleva el nombre del patricio Juan Pablo Duarte; la de esa misma ciudad con San José de las Matas, la de Moca a Salcedo, de San Francisco de Macorís a Pimentel, de Rincón a Cotuí, de Moca a Jamao, de La Vega a Jarabacoa, y también, la de Hato Mayor a Sabana de la Mar.

Todos los puentes de madera provisionales sobre los ríos fueron sustituidos por estructuras de concreto armado, pagándose a compañías estadounidenses los colgantes de acero que debían instalarse para el cruce del Yuna, en el Norte; el Higuamo, en el Este y el Nizao en el Sur.

Fue evidente que esas obras viales, al facilitar el desplazamiento de las personas y el transporte de los productos agropecuarios, dinamizaron el comercio junto a los demás sectores productivos y elevaron la calidad de vida en un país que se había quedado rezagado en la marcha del progreso con relación a las naciones del hemisferio.

La Escuela Experimental de Agricultura fue ampliada por el Gobierno con profesores traídos de países de mayor desarrollo en esa disciplina. Mejoró el ganado, sobre todo el vacuno, que entonces seguía con sus “vaquitas pica piedra” heredadas de la colonia, se fomentaron cultivos de arroz, maíz, frutas, habichuelas, tabaco y otros frutos menores.

En el campo de la salud se construyó el Hospital Padre Billini donde estaba la antigua Casa de la Beneficiencia, se mejoró el Hospital Nacional, levantándose dispensarios en los municipios cabeceras de las provincias, con campañas sanitarias contra el paludismo, la buba y la uncinariasis, comprobándose estadísticamente una disminución de la tasa de mortalidad y un aumento sin precedente en la población.

El Presidente Vásquez, en el plano educativo, reabrió las escuelas públicas que estuvieron cerradas durante la gestión de Juan Bautista Vicini Burgos, las cuales comenzaron a ser sostenida con el impuesto de patentes. Se abrieron Normales en San Francisco de Macorís, Moca, Monte Cristi y El Seybo. A la Universidad de Santo Domingo se le reconstrulló su vieja edificación de las calles Arzobispo Nouel e Isabel La Católica.

Para los capitaleños la obra más memorable producto de los fondos obtenidos por vía de la nueva Convención fue el Acueducto de Santo Domingo, que permitió a las familias sustituir los viejos aljibes coloniales por las modernas llaves que llevaban el agua hasta sus casas. Los tanques de almacenamiento se instalaron en lo que hoy es el sector Don Bosco, a la altura del barrio San Carlos. Los ingenieros puertorriqueños Adriano González y Miguel Ferrer, que ganaron el concurso, hicieron los estudios para traer el agua desde el río Isa, en Villa Altagracia, afluente del Haina.

Un jefe policial con energía

Con el dinamismo y el progreso que mostraba el país dirigido por manos dominicanas tras el retiro de las tropas que lo ocuparon entre 1916 y 1924, el Presidente Vásquez quiso mejorar también el orden público, área muy descuidada desde la Desocupación.

La vuelta a la soberanía encontró al país con una Policía Nacional Dominicana como única fuerza pública, con muy escasos agentes para una población que crecía de manera vertiginosa. De ahí que con el primer Presupuesto Gubernamental se aumentara considerablemente el número de miembros.

Era una opinión generalizada que el comandante del cuerpo con el arribo de Vásquez al poder, el coronel Buenaventura Cabral, era un militar sin suficiente don de mando para las nuevas circunstancias.

Señala un prestigioso cronista que “como no se confiaba en las energías de Cabral, se colocó a su lado a Simón Díaz, jefe del Cuarto Militar del Presidente. El 22 de junio de 1925 nombróse coronel-comandante a Rafael Leónidas Trujillo”, calificándolo como “el paso más funesto que pudo dar Horacio Vásquez”.

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