Desde la década de los años setenta, y hasta el día de hoy, son múltiples los países que han transitado por situaciones desagradables de crisis bancarias. Pero es que estos fenómenos de crisis tienen explicaciones multifactoriales que generalmente son ocasionados por un ambiente complejo de situaciones macro y microeconómicos, de origen endógenos, así como exógenos, que se expresan tanto en los países de economía emergente como en países desarrollados, tal como es el caso de la crisis 2007-2012 en USA.
Los fenómenos de crisis bancarias ponen en evidencias el nivel de fragilidad con que operan los diversos sistemas financieros frente a los grandes capitales especulativos que se desplazan y que se expresan con operaciones financieras en los diferentes mercados en el mundo acompañadas de una complejidad de instrumentos financieros, provocando un alto grado de volatilidad en los mercados de capitales que hacen que estos operen con riesgos muy elevados, fruto de que el tamaño de las transacciones realizadas, traen consigo la presencia de los riesgos sistémicos y el riesgo de contagio.
Es importante precisar que cuando hablamos del riesgo sistémico hacemos referencia al peligro de desplome que corre el sistema de pagos en su totalidad fruto del efecto que en cascada se puede generar por la incapacidad, o insolvencia financiera, de uno o varias entidades bancarias al incumplir con sus obligaciones interbancarias. Por su lado, en lo que se refiere al riesgo de contagio este hace referencia a los posibles impactos que se pudieran derivar de una crisis bancaria, de origen local o extranjera y que afecta al sistema financiero de un país. En ambos casos se presenta la pérdida del control de riesgos por parte de las entidades de intermediación financiera y de los supervisores, como resultado de la incapacidad, de ambos, de mitigar la exposición al riesgo de las entidades bancarias.
Lo más perturbador de una crisis bancaria son los efectos negativos importantes que se produce en el desempeño del sector real de la economía. En efecto, la primera víctima es la contracción del crédito el cual imposibilita el buen dinamismo del mercado financiero e impacta en las tasas de interés, afectando a los diversos sectores y agentes económicos, así como el riesgo a que se exponen los depositantes. En adición, están la devaluación de la moneda y la espiral inflacionaria que en lo inmediato acompaña un colapso bancario, lo que conduce de manera incontrolable a una caída en la actividad económica, afectando así la capacidad de pago de la deuda de las personas físicas y jurídicas.
Una reflexión sesuda, al respecto, la proporciona el profesor Frederic S. Mishkin, en su libro moneda, banca y mercados financieros al sostener que en “los comienzos de una crisis financiera suelen caracterizarse por la confluencia de tres factores: un incremento de la morosidad y de la cartera de créditos incobrables, un aumento de los tipos de interés reales y un aumento de la volatilidad de los precios de los activos”. Pero resulta que esta situación tiende a profundizarse en la medida que el entorno económico entra en una fase de inestabilidad y es aquí donde las autoridades pierden el control total del problema ya que es en tal entorno que se observa que estas generalmente son incapaces de contrarrestar la creciente vulnerabilidad al que se expone el sector financiero, derivado del hecho de que no se sancionan y corrigen oportunamente prácticas como la concentración crediticia y la excesiva toma de riesgos, muchos en que los bancos incurren como expresión de una mala administración de su cartera.
Con las experiencias de enfrentar las diferentes crisis, se puede llegar a la conclusión de que cada crisis tiene su resolución particular y que es inexistente un modelo estándar de enfrentar las mismas. Por tales razones, generalmente esta situación conduce a que las autoridades adopten una serie de medidas de saneamientos orientadas a enfrentar lo ocurrido, la cual se inicia cuando estas reconocen públicamente la gravedad de la crisis, cuya credibilidad ha de estar rodeada de la mayor transparencia posible, garantizar el buen funcionamiento de los mercados financieros y evitar un elevado costo fiscal.
Por lo general, las resoluciones de crisis bancarias sugieren las intervenciones y posteriormente se procede con liquidar o hacerle aportaciones de capital a la entidad colapsada, para evitar un mayor deterioro de la misma y reducir el efecto contagio dentro del sistema financiero. Por igual, una vez que la autoridad interviene un banco, puede tomar la decisión de fusionarlo con un banco sano, cuyo atractivo está en función de limpiar la cartera y venderlo con un bajo nivel de cartera vencida. Pues como se sabe muchas veces la cartera es también consecuencia de malas prácticas e incluso fraudulentas que no son frenadas ni sancionadas oportunamente por los supervisores, pues los bancos no se cierran, se solucionan con un continuador jurídico, o como puente, de elevado prestigio.