Opinión

Al momento de escribir este artículo Panamá se encuentra en los preparativos finales para el montaje de la VII Cumbre de las Américas, evento que se estará desarrollando el día de esta publicación, para la cual ya los temas que llenarán la agenda no sólo habrán tomado forma sino que, quizás, estarán, unos, a niveles de consensos, y otros, de los disensos que la nueva realidad geopolítica regional impone a los históricos dueños de la Organización de Estados Americanos, madre de La Cumbre, y que languidece en la proporción que lo hace su aun poderoso jefe, que desde el centro de Norteamérica manejó los hilos del poder mundial de forma absoluta a partir de 1991.

Ya en la anterior Cumbre, celebrada en Cartagena de Indias, la anemia hegemónica comenzó a presentar sus síntomas cuando al unísono, los países de América Latina, advirtieron que no se celebraría otro evento como aquel, sin la presencia de Cuba, expulsada del sistema interamericano establecido bajo los intereses de los Estados Unidos. El nuevo escenario político armado a partir de la llegada al poder de Hugo Chávez y todo el empuje de las fuerzas progresistas que dieron inicio a un verdadero proceso de liberación nacional de nuestros pueblos, crearon las condiciones para que el David del Caribe llegue a esta cumbre americana en medio de negociaciones para reestablecer las relaciones comerciales y diplomáticas con Goliat.

El cambio en la correlación de fuerzas, no solo en América, sino a nivel mundial, ha impuesto a los estadounidenses una variación en su política exterior para poder adaptarse a una realidad que les está excluyendo del pastel de una globalización que aceleraron, creyendo que su aceleración sería para su beneficio, pero que vino a resultar provechosa para los emergentes que supieron aprovechar los errores de diseño que cometieron embriagados por el triunfo que les representó en su momento el colapso de las llamadas democracias populares, que sucumbieron a manos de burócratas que se alejaron de los principios que dieron origen al sistema que construyeron, el que debió renovarse constantemente para no perder el carácter revolucionario.

El asunto es que, EEUU, llega a la Cumbre en un contexto de reordenamiento hacia la multipolaridad que le pone casi del tamaño de Latinoamérica, en el sentido de la importancia política, diplomática y comercial que está adquiriendo nuestra región, expresada en la CELAC como ente unificador que ya negocia con China; o como Brasil, integrante del pujante grupo conocido como BRICS, del que son parte países emergentes como Rusia, India, China y Sudáfrica.

Pero no es solo esto, sino también el golpe dado a su hegemonía financiera por China, al crear el Banco Asiático para la Inversión en Infraestructura, BAII, con un capital de 100 mil millones de dólares y 40 países como socios fundadores, entre los que están, para mayor dolor, sus tradicionales aliados, Inglaterra, Francia, Alemania, Corea del Sur, España e Italia, algunos de los cuales militaron poco en aquellas anunciadas sanciones a Rusia. En ese contexto y sin ALCA ni Alianza del pacífico y con Canadá enfrentándolo comercialmente, se convoca, desarrolla y concluirá la Cumbre.

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