Opinión

El profesor John K. Galbraith, fue uno de los economistas del siglo XX, USA-Canadá, más respetable de la cátedra de teoría económica que desde 1949 ejerció en las aulas de Harvard University, con una fecunda intelectualidad, considerada como una especie de testamento intelectual, fruto de su interpretación sobre las consecuencias de la política económica en la sociedad y el análisis de la economía política en el entorno de los siglos XX y XXI.

La economía del fraude inocente: la verdad de nuestro tiempo es el legado a las presentes y futuras generaciones de economistas, y en el cual enfatiza en la institucionalidad sobre la base del fortalecimiento de la política económica con participación deliberada del Estado ya que “la distinción entre los sectores público y privado cada vez tiene menor sentido, porque son los grandes conglomerados empresariales quienes controlan el gasto militar y dinero público”. Pues para Galbraith la realidad es que el mercado está sujeto a gestión que financian y planifican cuidadosamente las grandes corporaciones privadas.

En palabras del profesor Galbraith, el trecho entre la realidad y la “sabiduría convencional nunca había sido tan grande como hoy en día porque el engaño y la falsedad se han hecho endémicos”.

Sostiene que tanto los políticos como los medios de comunicación han metabolizado ya los mitos del mercado y que la economía se estimula si la intervención del Estado es mínima o que las obscenas diferencias salariales y el enriquecimiento de unos pocos son reglas inherentes del sistema que hay que aceptar como males menores, lo que en la práctica se interpreta como estar vencido ante el engaño o dar como bueno y válido el fraude legal, inocente.

Galbraith nos conduce a interpretar que en los actuales momentos que vive la humanidad, dada las grandes transformaciones a una gran velocidad, cada cual se cree portador de la verdad sobre los fenómenos que acontecen en lo político, en lo económico y lo social. Cada cual se da la razón y quiere imponerla sobre la base de sustituir la realidad por su voluntad, pero la sabiduría popular nos recuerda el legado del poeta español Ramón Campoamor de que “en este mundo traidor, no hay verdad ni mentira: todo es según el cristal con que se mira”, pero es con Mahatma Gandhi que podemos fortalecer tal afirmación cuando se preguntó y respondió: “¿Qué es la verdad? Pregunta difícil, pero la he resuelto en lo que a mí concierne diciendo que es lo que te dice tu voz interior”.

Al pensador francés Jean-Baptiste Say, los economistas le agradecen por los siglos de los siglos la concepción sobre los mercados de que toda oferta crea su propia demanda. Pues hoy transitamos por esa realidad cuando observamos el mercado de la verdad donde cada cual cotiza su verdad, como una mercancía cualquiera, y en función de eso surge la ingratitud, los insultos, la traición y el afán de venderse al mejor postor, la desvergüenza nos invade, la indignación nos arruga el alma, la dignidad se va de vacaciones permanente, pero esas verdades tienden a devaluarse en el mercado, nada importa, aunque ya sabemos que en economía no hay almuerzo gratis, así lo estableció el economista Paul Samuelson.

Nunca podré separar de mi mente la asignatura de lógica formal y dialéctica impartida por el profesor Félix Gómez, la cual me impactó con el concepto de epistemología para explicarnos que al hablar de creencias, hablamos fundamentalmente de la verdad lógica, o en todo caso de la verdad semántica. Es aquí donde aprendimos a diferenciar las tres grandes verdades que la filosofía nos enseña; la existencia de la verdad absoluta, la verdad percibida y la verdad científica, pues con ello construimos un sistema de conocimiento que nos permite llegar a elaborar nuestra verdad, por tanto, nadie tiene el derecho de imponernos la verdad de su percepción ya que la verdad mal intencionada es peor que la mentira, y, si tiene precio, es tan destructiva como la bomba de Hiroshima.

Ya lo advirtió el orador y político romano Marco Tulio Cicerón de que “la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio” porque en ella se conjugan tres características como lo es la honestidad, la sinceridad y la buena fe, y mucho abusan utilizando su verdad para desahogarse desde su interior ya que para escribir sólo hay que tener algo que decir, ocultando sus intenciones malsanas, pero los grandes sabios nos han permitido identificar los lobos vestidos de abuelitas. Por esa razón es importante recordar al economista P. Salvemini cuando afirmó “la imparcialidad es una ilusión de los tontos, una jactancia de los oportunistas o una bandera de los deshonestos, nadie tiene derecho a ser imparcial entre lo verdadero y lo falso”.

Una mirada a la Santa Biblia nos recuerda que cuando Jesucristo acude ante su verdugo Pilatos, éste le pregunta qué es la verdad, y el Maestro le responde que él es la verdad. Pero Jesús con su sabiduría divina y firme le dijo: “¿Quién eres tú, Pilatos, frente a mí, frente a la verdad?”. ¡Cada cual tiene su verdad!

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