Opinión

A primera vista, “El fin del poder”, logra suscitar la curiosidad y hasta desconcertar, al descubrirse su título en la portada. Sin embargo, al leer su contenido, y sobre todo, tras complementarlo en un diálogo reciente que sostuve con su autor, el economista y escritor venezolano Moisés Naím, se llega a una conclusión diferente a la que se sugiere en este best seller internacional.

Ciertamente, no es que el poder haya llegado a su fin, sino que ha experimentado una notable transformación. El poder, que antes estaba concentrado en el Estado, ahora se ha hecho más difuso; y como expone el escritor, más difícil de ejercer y más fácil de perder.

Esta tesis, Naím la considera una realidad en todas partes del mundo, y por igual, en todos los ámbitos de la actividad humana. Esto así, por supuesto, desde la política; pero además, desde la religión, el sector privado, el plano militar y la geopolítica.

Todo esto se debe al hecho de que cada vez hay más protagonistas, más competidores, más fiscalizaciones y más exigencias de los ciudadanos; y consecuentemente, mucho más presión. Así, quienes ostentan el poder tienen ahora muchos más limitaciones para ejercerlo y mayores retos que asumir.

Dice Naím -quien utiliza la metáfora del fin del poder para referirse más bien a la mutación del mismo- que aquellas barreras de exclusividad que protegían a los poderosos de los competidores, o sobre quienes ellos ejercen poder, ya no son tan eficaces.

Esos elementos catalizadores, como el acceso a la tecnología, el conocimiento, mayor competencia en todas las áreas, así como la presencia e interacción constante a través de los medios modernos de comunicación, hacen que los poderosos se vean compelidos a “compartir” el poder.

A estas afirmaciones, podemos añadir el caso de la proliferación de armas, tan imprescindibles para las naciones que ejercen su hegemonía en base al poder armamentístico. Sin embargo, a pesar de su poderío, su seguridad y poder se ven vulnerados por grupos organizados con acceso también a armamentos que resultan igualmente destructivos.

En el mundo de los negocios se da el mismo fenómeno. Esto ocurre con empresas pequeñas, recién llegadas, que no existían hasta hace poco tiempo y de repente asumen roles importantísimos en nuestro medio. Un claro ejemplo lo constituyen las que se dedican al desarrollo de programas de software.

Mucho se ha escrito y estudiado a lo largo de la historia sobre el poder, uno de los elementos esenciales de la civilización. Su alcance, su influencia, las tácticas para obtenerlo y retenerlo, su estructura y su clasificación, son temas reiteradamente analizados de forma minuciosa por destacados especialistas de las ciencias sociales en todo el mundo.

Y es que, así de abarcador como es el poder, de igual manera resultan irrefrenables los deseos de muchos que aspiran a conquistarlo. El peligro se presenta cuando esas ansias de poder superan la bondad de las intenciones, ya que éste provee las llaves que abren las puertas del bien o del mal.

Lo lógico, sabio y honesto sería que, ante el deseo de lanzarnos ávidamente tras su búsqueda o retención, procedamos a formularnos las siguientes preguntas: ¿Cuál es nuestra causa?¿Para qué estamos usando el poder? ¿Será para procurar el bien común o para satisfacer nuestro ego personal? ¿Es el poder un fin en sí mismo o es un móvil para realizar los cambios que trascienden generaciones? ¿Es el poder un arma para destruir e imponerme, o una herramienta para construir y consensuar?

Queda claro que lo planteado por Naím no es que el poder haya llegado a su fin, sino que él mismo ha evolucionado hasta convertirse en lo que es hoy: un escenario con mayor número de actores, inmensos desafíos y grandes riesgos.

Esta nueva dinámica obliga a quienes en estos tiempos lo ostentan, a procurar mayor nivel de concertación, de participación y de legitimación.

Solo así podrá fortalecerse plenamente la democracia en el siglo XXI, en beneficio de la paz, el desarrollo y el bienestar de los pueblos.

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