El Estado debe, como es el caso de los países más avanzados, incluyendo en primera fila a los Estados Unidos, no sólo promover la innovación desde la perspectiva proactiva de creación de nuevos mercados, sino también asumir una función netamente emprendedora liderando inversiones radicalmente nuevas.
Su presencia debe ser fuerte en aquellos sectores donde el llamado capital riesgo es generalmente pusilánime, apoyando el direccionamiento estratégico a través de una misión, una visión y unas políticas públicas bien sopesadas. Sin embargo, debe tomarse en cuenta que la innovación motorizada por el Estado ocurre en economías con un alto grado de cohesión interna “…con continuos efectos de retroalimentación entre los diferentes individuos y organizaciones para permitir que se comparta el conocimiento y se amplíen sus fronteras” (Mazzucato, 2013).
Generalmente creemos que bastaría con disponer formalmente de un sistema nacional de innovación. Es necesario que el Estado actúe dentro de tal sistema marcando el paso, definiendo prioridades en función de su estrategia nacional de desarrollo y haciendo inversiones importantes y atrevidas (de alto riesgo) en compartamientos prometedores del quehacer tecnocientífico. En este sentido, no se trata de “elegir a los ganadores” y subsidiarlos a largo plazo, como ha acontecido durante decenios en el ejemplo de muchos estados de la región, sino de diseminar nuevas ideas, cubrir las urgencias de la red nacional de laboratorios y unidades de investigación, y utilizar inclusive las compras, encargos y funciones regulatorias para configurar nuevos mercados y promover el aprendizaje y desarrollo tecnológicos.
En una palabra, el Estado no puede seguir viendo al Sistema Nacional de Innovación desde fuera, como un expectador al que incumbe exclusivamente la financiación de los gastos corrientes y precaria o tímidamente algunos nuevos proyectos, sino asegurarle al Sistema una compañía diligente que señale las vertientes cruciales de los avances que se requieren, las adopciones y adaptaciones que se procuran y los procesos realmente creativos o innovadores que potencialmente pueden cambiar la configuración actual de las bases del crecimiento y la capacidad competitiva de las empresas y la sociedad.
En otras entregas hablamos de la importancia de la financiación de la ciencia básica y aplicada. Seguiendo a Block y a Fuchs (2008 y 2010, respectivamente), el esfuerzo del Estado para producir desarrollos innovadores útiles demanda orientar recursos a áreas y direcciones específicas; abrir nuevas ventanas de oportunidades; negociar las interacciones entre los agentes públicos y privados implicados en el desarrollo tecnológico, incluyendo la dinámica entre el capital riesgo público y privado, y facilitar la comercialización.
La II Guerra Mundial fue para los Estados Unidos lo que la Economía Global y del Conocimiento debe ser para República Dominicana y países en situaciones equivalentes. Para el primer país, la guerra impulsó de manera activa y continua la organización y aplicación de las políticas públicas en materia de innovación. En efecto, bajo la égida y el formidable soplo monetario del Estado Norteamericano, diferentes agencias del Gobierno o relacionadas estrechamente con él (Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada en Defensa-DARPA, Comisión de Energía Atómica, NASA) llevaron en poco tiempo al mundo a la era de los ordenadores, los aviones a reacción supersónicos, la energía nuclear para aplicaciones civiles, al láser y sus múltiples revolucionarias aplicaciones, y a la revolución biotecnológica.
En realidad, el efectivo apoyo del Estado a los desarrollos en el campo de la informática consolidó de manera crucial, al decir de Mazzucato, “…un nuevo paradigma para la política tecnológica”.
El impulso innovador proveniente de la Guerra siguió con una motivación mayor y de grandes implicaciones en términos de seguridad nacional: el fortalecimiento tecnológico de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). De hecho, el lanzamiento del primer satélite artificial por la URSS en el marco de su programa Sputnik, en 1957, fue en realidad la principal razón por la que los Estados Unidos, proponiéndose lograr la superioridad tecnológica en frentes vitales, en primer lugar el militar, crearon la DARPA mencionada, solamente un año después (1958) del exitoso y sorprendente experimento soviético.
El presupuesto anual de la DARPA ronda los 3.200 millones de dólares, mientras el número de sus empleados en funciones es de unos pocos cientos, mucho menos que el total de los empleados activos de algunos ministerios de un Estado pequeño y con muchas carencias como el dominicano.
Lo asombroso es que, no obstante su tamaño, esta pequeña organización ha podido impulsar y coordinar el desarrollo de proyectos tan importantes como, por ejemplo, los de aviones no tripulados, fusil de asalto M-16, óptica infrarroja, GPS y la “joya de la corona”: Internet (este último nacido como redes de ordenadores ARPANET y después desarrollado como Internet), entre muchos adelantos verdaderamente revolucionarios que llevaron a la humanidad a un nuevo escalón en su indetenible marcha hacia niveles de progresos tecnológicos que hace apenas cincuenta años eran sencillamente inimaginables.
Su escasa empleomanía radica en una estrategia certera: “Ha conseguido reclutar gestores de programas altamente calificados, que están dispuestos a asumir riesgos, ya que firman contratos de corto plazo, de una duración de entre cuatro y seis años. Su estructura tiene el propósito de actuar como puente entre el trabajo académico, con horizontes temporales de largo plazo, y el desarrollo tecnológico más progresivo que se produce en el sector militar” (Mazzucato, Ob. Cit.).
De una manera espectacular la hermandad entre gobierno y ciencia siguió consolidándose con el formidable esfuerzo científico llamado Proyecto Manhattan, liderado por los Estados Unidos, Reino Unido y Canadá, y cuyo primer producto resultó siniestro para la humanidad: el uso de la energía atómica para fines militares con el resultado inmediato entonces de dos bombas nucleares arrojadas innecesariamente en la mañana del 6 y el 9 de agosto de 1945 sobre dos ciudades japonesas importantes: Iroshima y Nagasaki.
En relación con el tema que tratamos, la gran lección que puede extraerse de la participación emprendedora del Estado desde mucho antes de comenzarse la II Guerra Mundial, es que “…el gobierno puede obrar no solo con arreglo a la función militar tradicional (de la que indudablemente se han derivado avances extraordinarios, JS), sino también con propósitos económicos y civiles” (Mazzucato, Ob. cit.). Para ello, el Gobierno pone atención y recursos en la llamada “reflexión abstracta”, o lo que es lo mismo, en aquellas ideas que con una cierta probabilidad producirían resultados en el muy largo plazo.
La ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas igualmente estuvo en el grupo de las naciones más innovadoras del mundo. Ahora, luego de la desintegración de la URSS y el crack financiero de 1998, muchos apuestan a que el sector tecnológico y de la innovación ruso no vuelva a sacar cabeza. No obstante, la Federación Rusa es hoy ejemplo de un Estado que ve la inversión en ciencia y tecnología como la verdadera garante del crecimiento y progreso futuros. Ella está decidida a recuperar el terreno perdido, en estrecha alianza con el sector privado. Un ejemplo, sin contar los sorprendentes desarrollos en el terreno de la aviación militar, es la puesta en marcha del Skolkovo Technopark District, uno de los mayores centros de innovación del mundo.
Con ese grandioso parque Rusia está decidida a reactivar el futuro de su economía como potencia tecnológica y científica. El macroproyecto se inició en 2010 con el reto de renovar el anquilosado inventario de parques tecnológicos y centros científicos heredados del pasado Soviético, y convertirse en el mayor campo de pruebas de I+D+i para la nueva política económica rusa.
Con una extensión de unas 400 hectáreas, tanto la urbanización como la construcción del centro tecnológico están diseñados bajo criterios de sostenibilidad y certificación LEED, financiados por patrocinadores privados y estatales y con una fecha tope de finalización prevista para el año 2020. Está basado en modelos como el centro tecnológico Sophia Antipolis en Francia, el centro Cyberjaya en Malasia o el Masdar en los Emiratos Árabes Unidos. Las autoridades rusas se interesaron también en el modelo Silicon Valley (Valle del Silicio), una de las mayores corporaciones de tecnología del mundo que agrupa a miles de pequeñas empresas en formación (start-ups).
En las próximas dos décadas, Rusia habrá de convertirse, sin lugar a dudas, en una de las primeras potencias tecnológicas del mundo y en un ejemplo del papel activo del Estado en sectores de alto riesgo, en este caso, en estrecha colaboración con un sector privado que cuenta, luego de un proceso de acumulación “primaria” desenfrenada y violenta, con una inestimable capacidad financiera.
El punto de partida de República Dominicana para iniciar un re-reenfoque realista de las perspectivas de desarrollo de su Sistema Nacional de Innovación es uno de los más deplorables en su historia reciente. De acuerdo con el Informe de Competitividad Global 2011-2012 la República Dominicana está entre los 35 países que brindan un ambiente de negocios menos propicio para que las empresas radicadas en su territorio sean competitivas y ocupa el lugar 110 de 142 países analizados.
Esto es, el país cayó en 9 posiciones con respecto al informe 2010-2011, cuando ocupaba el puesto 101: “…en el informe 2009-2010 ocupaba el puesto 95, lo que implica que ha caído en 15 posiciones en sólo dos años. Estos resultados implican que el país ha visto disminuir su capacidad para brindar un ambiente propicio para que empresas establecidas en el territorio nacional puedan competir efectivamente con otras empresas a nivel global”. Más que eso, estos resultados, con sus aspectos metodológicos cuestionables, demuestran que nuestro Sistema Nacional de Innovación está fallando o que el Estado no lo prioriza en su agenda estratégica o que, priorizándolo, no canaliza los esfuerzos convenientemente.
En la próxima entrega analizaremos por qué la Economía Global y del Conocimiento, como la Guerra y otros procesos para los países desarrollados, debe ser el motor que impulse y haga entender a nuestros gobernantes una revisualización a fondo del rol decisivo que el Sistema Nacional de Innovación reviste para el futuro de cualquier economía que pretenda renovarse a sí misma sobre bases dinámicas.