Aunque el anunciado pacto electoral entre los Partido de la Liberación Dominicana y Revolucionario Dominicano, parezca un simple acuerdo que procuró, por un lado garantizar la reelección del presidente Danilo Medina, y por el otro, impedir que el reflujo en la militancia de la formación que lidera Vargas Maldonado, terminara disminuyendo su representación congresual y municipal, en realidad lo que comienza a marcar es un rumbo político que pudiera cambiar la fisonomía partidaria que hace más de 40 años se configuró con la creación del formidable instrumento organizativo que ideó juan Bosch.
Y es que, el pequeño grupo que decidió abandonar al PRD en diciembre de 1973, lo hizo guiado por Bosch para dotar al pueblo dominicano de un instrumento político antítesis del dejado atrás. Y a lo largo del camino de la construcción, se dotó al emergente partido de un marco ideológico que se fue fraguando a base de la disciplina consciente que inspiraba la causa noble de la redención de un pueblo a través de un proceso de liberación nacional. Fueron necesarios los métodos de trabajo y la unificación de criterio para que las ideas tuvieran la fuerza y empuje que contra todo pronóstico rompió el bipartidismo.
El PLD vino a ser la parte organizada de las fuerzas liberales representadas en una pequeña burguesía intelectual y académica que apostaba a un país con mayor justicia social y económica; el PRD siempre fue, desde su llegada al país en 1962, la fuerza liberal más pujante, enraizada por Bosch en los sectores populares que pudo seducir desde su llegada al país a través de Tribuna Democrática, escuela popular que alrededor de la radio reunió a los eternos marginados que, desde entonces, decidieron militar en la causa perredeísta a pesar de la salida de quien fuera El Maestro: el forjador de la conciencia política y social colectiva.
El problema desde la instalación del PRD en el país fue su desorganizada organización, producto de su composición, una baja pequeña burguesía que, por su naturaleza, tendía al individualismo que ha tenido de cuño hasta nuestros días de forma irremisible, cuestión que su antiguo líder quiso corregir al vacunar, desde su fundación, al PLD, con el esquema que definió al Partido como una formación política de organismos, proyecto que intentó establecer en la antigua organización.
De a poco, y por el formidable diseño de Bosch, la organización fue creciendo de forma geométrica hasta convertirse en la más sólida y dominante; solo que, en ese trayecto, mientras el desorden creaba ciclos autodestructivos en el PRD, y Joaquín Balaguer llevaba a su partido a una extinción segura tras su liderazgo unipersonal, el peledeísmo se nutrió tanto de los sectores liberales que huían del caos anidado en el perredeísmo, como de los sectores conservadores que tras la muerte del líder reformista, se quedaron sin una fuerza partidaria que les representara.
Así las cosas, el pacto del que hablé en el primer párrafo de este trabajo, responde a una coyuntura que fueron creando los movimientos en las fuerzas sociales, que a su vez son consecuencia de la recomposición de las fuerzas productivas que son las que definen a las sociedades y sus formaciones políticas. Partiendo de esa realidad, que es de carácter global, habrá que ver qué termina siendo el Partido de la Liberación Dominicana.
La interrogante, que tiene sus bases en la recomposición hacia el fortalecimiento de una organización que nació y creció bajo esquemas ideológicos bien definidos, recogidos en lo que los dirigentes peledeístas llamaron en su momento el boschismo, una teoría que recoge el pensamiento político del líder fundador, que abarca desde la interpretación de la sociedad dominicana vista desde el prisma del materialismo dialéctico, hasta la creación de los métodos de trabajo, surge a propósito de la ensalada ideológica de una formación que cada día adquiere las características de un frente en el que convergen todas las ideas sin importar que se contrapongan.
Aunque es cierto que las organizaciones políticas se van transformando en la medida que lo hacen las sociedades a nivel planetario, la realidad política de cada país, alimentada por los accidentes históricos de los movimientos económicos, sociales y políticos que paren a los grandes líderes que interpretan los procesos, a los rasgos característicos generales, se añaden otros que responden a esas particularidades que hacen singulares a los estados, a los países y naciones, por ello en República Dominicana y Chile se crean coaliciones con expresiones ideológicas distintas.
Ahora bien, hay una marcada diferencia entre el Bloque Progresista y Concertación, porque mientras el primero lo encabeza un partido de centro izquierda (el PLD) con fuerzas de derecha y de izquierda para enfrentar a una formación de parecida orientación ideológica; la segunda se articula con partidos de izquierda, centro izquierda y centro derecha para enfrentar a la dictadura de Augusto Pinochet y sus fuerzas de ultra derecha.
En el caso chileno las formaciones conservan sus espacios e independencia partidaria, lo que hace que conserven sus identidades e ideas; en el dominicano, el cabeza de la coalición se fue tragando a parte del resto, solo que, en vez del grande inocular con sus ideas a los individuos que comenzaron a engordar su matrícula, su fue produciendo una babel ideológica, en el mejor de los casos, porque lo que se hizo norma es que los pequeños contaminaran la matriz productora del ideario boschista, desdibujando, con ello, la esencia del peledeísmo.