Con el tema migratorio debemos verdaderamente pasar a hacer lo que nunca se ha hecho en República Dominicana.
No se trata de recurrir a inhumanitaria y odiosa práctica del pasado, cuando la guardia se tiraba en cualquier esquina a pedir los “tres palitos” o en vez de aplicar la cárcel como sucedía, pasemos ahora la modalidad de la masificación de la “camiona”.
Tampoco podríamos tolerar que humildes ciudadanos sean molestados o tengan que volver a sufrir nuevamente la práctica del arréstelo y averiguamos después.
Ni pensar en retornar a ver cientos de autobuses viejos o nuevos repletos de seres humanos de todas las edades y en peores condiciones sociales, desfilar hacia la frontera como en los viejos tiempos al final de cada zafra azucarera.
Pero, mucho menos que sea haga frecuente el espeluznante espectáculo de gente atrás de gente por barrios, campos y factorías para averiguar si tienen o no papeles de identidad.
Nos condenaríamos ante Dios y ante la historia si ahora de buena a primera comenzamos a molestar ciudadanos porque no saben decir bien “Perejil colorado”.
Nos hundiríamos como Estado si después de tantos años de recibir indocumentados, ahora nos dedicáramos a perseguir a todos los extranjeros.
Sin embargo, peor sería para el país permanecer cruzado de brazos ante la masificación ilegal y explotación de seremos humanos, solo por su condición de miseria.
Lo que se impone es hacer lo que nunca se ha hecho que es deportar masivamente la cultura de la informalidad, que nos atomiza y no nos deja avanzar en la guerra contra la pobreza.
¿Cómo combatirla? Con la creatividad, proscribiéndola en todas partes. Convocando a un diagnóstico nacional participativo e inclusivo de todas las fuerzas vivas del país.
Que sea el pueblo el que aporte la solución al proceso de regularización social que necesita y demanda la nación dominicana.
Porque para qué exigir a los indocumentados que se documenten si no se prohíbe que trabajen en el campo o la ciudad sin seguridad social.
Y para qué dotar a miles de ciudadanos nacionales o extranjeros de cédula nueva o carné de identidad si en los barrios, municipios y localidades crece como verdolaga el “buhonerismo” sin permiso ni regulación.
Es conveniente, entonces, que nos pongamos de acuerdo cómo desterrar, desde ahora y para siempre, la bendita informalidad, porque si no nos condenan por regularizar a miles de seres humanos, sean pocos o cientos de miles, nos sancionarán para siempre por permitir la masificación de la explotación.