Opinión

En los últimos meses se ha hablado hasta la saciedad sobre la discriminación en las premiaciones respecto a raza, orientación sexual, política o cultural por la que determinados artistas son excluidos de las distinciones otorgadas en su sector u oficio. Esto no es de extrañar si observamos el panorama político alrededor del mundo.

A veces, el discriminado se convierte en discriminador. Termina excluyendo a aquellos que no defienden con ardor la causa o sus posiciones que tienden a ser más equilibradas de la cuenta, un pecado capital para cualquier radical que se respete.

La vida imita al arte y el arte a la vida. Una frase dicha millones de veces. Pero en muchas ocasiones esa misma vida nos demuestra nuestras propias inconsistencias, como las del cineasta Spike Lee quien clama su indignación contra un Hollywood racista, pero a la vez afirma que solo los negros pueden tratar los temas negros y que a ningún blanco le es lícito hacerlo.

El buen Spike tiene una película injustamente olvidada llamada Get On The Bus (1996), un hermoso y acertado filme que hablaba de un grupo de negros en camino hacia la marcha del millón en Washington D.C., una radiografía de la discriminación y la auto discriminación, como cuando hacen bajar al chofer del autobús por ser blanco y judío.

Quien esté libre de discriminar algo que tire la primera piedra. La tolerancia es una cualidad que se adquiere conviviendo con los demás, escuchando sus ideas u opiniones, respetando las diferencias conceptuales y aceptando que “el mundo es ancho y ajeno”, como decía el novelista peruano Ciro Alegría.

La República Dominicana de nuestros amores no está libre de esas taras, aunque no necesariamente en la magnitud que claman los vociferantes radicales de siempre, pero como dice aquella frase tan castiza “de haberlos haylos”, aquí, en Francia o en cualquier otra parte del mundo.

Si recuerdan, hace poco se decía que en las películas que se filmaban en el país no se contrataban actrices dominicanas porque no existían o porque no se encontraban en un número suficiente. Demás está decir que la campaña solidaria de un grupo de actores y actrices demostró que sí las teníamos en abundancia, y que además, poseían gran talento. Si esto no es discriminación, no sé lo que es.

En mi caso personal puedo decir que tenemos una discriminación por apariencia física en nuestras audiencias. Recibí en días pasados la visita de un gran amigo, el actor Gerardo Mercedes protagonista de La Gunguna. Después de que salió de mi oficina, me pregunta alguien que quién era. Al yo decirle, me contesto esa persona que “Gerardo no lucia como un actor famoso protagonista de una película porque su apariencia no lo demostraba”. Saque usted sus propias conclusiones.

Las exclusiones se dan por múltiples vías, por la producción y por las audiencias. Los primeros toman a los segundos como chivos expiatorios, y seguir exhibiendo las películas que mantienen esos prejuicios en la mentalidad de los espectadores, un proceso sin fin que solo puede terminar cuando la gente acceda de manera continua a un cine más equilibrado e inteligente.

No vayan ustedes a creer que estamos hablando de hechos y actitudes que solo se dan en este país u otros de menor desarrollo económico. Pues no. Si tomamos el caso de USA, podemos estar seguros que la gran masa de espectadores entrará a ver Las 50 Sombras de Grey y no a Spotlight. Que esto no les sorprenda.

Dentro de las más sutiles actitudes discriminatorias del entorno fílmico Hollywoodense está el factor edad, y no porque el actor o la actriz pierdan facultades con los años. Nada que ver. A estos artistas se les va relegando a papeles cada vez menores e imperceptibles. Comienzan a ocultarlos y nosotros a olvidarlos. Intérpretes de la calidad de Geraldine Chaplin cada vez trabajan menos y no por falta de interés.

Un análisis que la Universidad de San Diego hizo en el 2013, encontró que los personajes femeninos eran menores de 40, un 26% de los papeles eran para las de 20 años, y el 28% para las que tenían 30. Sin embargo, el 31% los personajes masculinos pasaba de los 40 años. Es decir, la línea de Pizarro de las mujeres llega a los 40, mientras que en el sector masculino esto no lo es tanto.

Para muestra podemos ver la situación por la que pasó la actriz Maggie Gyllenhaal, quien al hacerle una prueba para un papel le dijeron que era demasiado vieja a sus 37 años para hacer de novia de un personaje… ¡de 55 años! Una queja que se repite con mucha continuidad como para que no sea verídica, pues Patricia Arquette se quejó de lo mismo.

Una veterana tan laureada como Helen Mirren, quien a sus 70 sigue tan campante, ha dicho que es ridículo que se juzgue la capacidad de actuación de la mujer por su edad: “Todos hemos visto como James Bond se iba haciendo más y más viejo, mientras que sus novias eran cada vez más y más jóvenes”.

Buzzfeed se dedicó a hurgar la edad en la edad de las parejas en las películas y encontró que en la mayoría de las situaciones los actores pasaban de 45 y las actrices no eran de más de 30. Con un promedio de 20 años en los filmes analizados, la mujer siempre tendía a ser más joven, pero para el hombre no se aplicaba ese rasero. Lo que se ve muy poco es el caso contrario, mujer mayor y hombre joven.

Si esa es la política seguida, veremos muy poco a actrices de cierta edad, pues como revela Catherine Zeta Jones: “Los grandes jefes de estudios en Hollywood creen que a los grupos de mayores no les interesan los filmes si las historias no son interesantes”. La oscarizada Anne Hathaway ya siente que papeles que a ella le gustaría hacer se lo llevan las más jóvenes.

Los papeles para la mayoría de actores de edad avanzada suelen ser de abuelos bonachones o casos parecidos, nada atractivos ni siquiera para la gente de su propio sector. Por eso, cuando te encuentras con casos como los de la película dominicana No Hay Más Remedio (2014), de José Enrique Pintor, en donde un grupo de tres hombres, Roberto, Ángel y Fonso, interpretados por Ángel Hache, Iván García y Salvador Pérez Martínez, desmontan el factor edad para llevar a cabo sus planes.

Como las audiencias son cada vez más jóvenes, se cae en la tentación de producir casi exclusivamente para ellos sin tomar en cuenta a los otros segmentos del mercado, excluyendo a actrices y actores que aún se encuentran en plena actividad con sus facultades artísticas y creativas en buen estado, pues la edad avanzada no es un impedimento per se.

La exclusión, como hemos visto aquí, no se circunscribe a la etnia de los actores y actrices que optan por los reconocimientos a los méritos artísticos, se excluye también a estos intérpretes de acceder a la pantalla para demostrar su capacidad de transmitir sus emociones y mensaje estético, tal y como se le permite al resto de la comunidad fílmica.

La discriminación por edad y sexo quizás sea menos notoria y glamorosa que la étnica, pero no deja de ser un atentado contra la diversidad y la posibilidad expresiva de una comunidad. Negar a esos grupos el acceso a las audiencias es quitarle a los espectadores el derecho de la interacción con actores y actrices que tienen mucho que decir y que mostrar.

últimas Noticias
Noticias Relacionadas