Durante años, o quizás las últimas tres décadas, es posible que un buen porcentaje de la población occidental ignorara en gran medida la realidad de Zimbabue, una icónica nación africana que hace 37 años rompió sus ataduras coloniales, tan solo para dar paso a una férrea dictadura de la que hoy muchos se comienzan a percatar.
Hoy por hoy Zimbabue es una nación con precaria situación económica, con un PIB que se redujo en aproximadamente un 50% entre los años 2000-2008 y cuyas principales consecuencias en esta materia se pueden visualizar a partir de datos proporcionados por el Banco Mundial. Por ejemplo, según el BM tenemos que: a julio del 2008 la tasa de inflación fue de 231 millones por ciento (231.000.000%); la moneda nacional (el dólar zimbabuense) llegó a cotizarse a 35 mil millones por 1 dólar; desempleo según los principales sindicatos ronda el 90%; hay un 27% de retraso en crecimiento de los niños, en especial por los problemas de desnutrición propios de ambientes en pobreza extrema. Sin embargo, más allá de estos desafíos, la nación africana posee una tasa de alfabetización de 89% y en términos per cápita, la pobreza es menor que en la región Subsahariana, donde el 41% suele vivir con menos de US$ 1.90 dólares diarios.
Lo anterior resulta impactante al contrastarlo con el pasado de Zimbabue, dado que en su etapa colonial, durante la cual solía conocérsele por Rodesia, esta era vista como un granero fértil del Continente. No obstante, una serie de eventos perniciosos confluyeron a partir del año 2000 para transformar en un modo negativo la realidad de esta nación, entre ellos grandes sequías y una reforma agraria que terminó por debilitar aún más la producción nacional, sirviendo de caldo de cultivo a la crisis económica patente en la actualidad. En todo ese proceso un solo hombre ha estado al frente del país, Robert Mugabe, antiguo héroe revolucionario que lideró una de las facciones que en los años 70 enfrentaron a la Corona británica por su independencia, rompiendo en el proceso con un statu quo liderado por minoría blanca, que para entonces representaba el 25% de la población (200 mil blancos, frente a 4 millones de negros).
Sería en 1980, cuando tras lograr la expulsión de la minoría blanca del país, el territorio adquiere su actual nombre y Mugabe asume como presidente, declarando en lo inmediato la guerra al “capitalismo y al colonialismo”, a la vez que usaría al partido Zanu-PF como base de apoyo para aplastar todo tipo de disidencia (se estima que miles de civiles han muerto o desaparecido desde el inicio de su mandato). Estas prácticas fueron haciendo del entonces líder independentista, un personaje altamente cuestionado por los gobiernos democráticos, a pesar de que muchos líderes africanos han optado por no criticarlo.
Las acciones represivas en contra de críticos y adversarios políticos aumentaron a partir del año 2000, cuando tras una sorpresiva derrota electoral, Mugabe hizo uso de su milicia personal para eliminar opositores y diseminar el temor en la población. Iguales medidas serían usadas en el 2008, cuando a pesar de haber expresado previo a las elecciones que: “Si se pierde una elección y el pueblo te rechaza, es el momento de dejar la política”, el dictador zimbabuense se rehusó a aceptar una nueva derrota, obligando mediante actos violentos a que su entonces opositor, Morgan Tsvangirai, se retirara de la segunda vuelta.
Detrás de ese sombrío panorama que pintaba la represiva y cada vez más longeva presidencia de Mugabe, había un personaje cuyo protagonismo y capacidad de incidencia en las esferas de poder iba en constante aumento, nos referimos a Grace Mugabe, una figura sumamente controvertida e impopular, que por demás es la esposa del dictador. Conocida despectivamente como “Gucci Grace” por sus gustos excéntricos, esta dama de unos 40 años más joven que el mandatario aprovechó su posición para junto a su esposo apropiarse de las mejores fincas agrícolas y ganaderas, compañías de lácteos, entre otros lucrativos negocios que contribuían a financiar su lujoso estilo de vida, el cual contrastaba con el resto de la población.
No obstante la evidente resignación social y en parte política que se percibía en Zimbabue, más allá de las deplorables condiciones a las que había sido condicionada la población durante el dilatado régimen de Mugabe, la incertidumbre general volvió a aflorar cuando ante el evidente deterioro de salud del dictador, quien arribaba a 93 años, su esposa comenzó a mostrar interés de mostrarse como potencial sucesora. De hecho, Grace nunca vaciló en mostrar sus ambiciones, llegando al extremo de exclamar que el vicepresidente Emmerson Mnangagwa “El Cocodrilo” era “una serpiente venenosa, que debía ser golpeada en la cabeza”.
Más allá de las citadas declaraciones, lo que nadie esperaba es que como efecto de esto Robert Mugabe destituyera a Mnangagwa alegando supuesta deslealtad, procediendo en lo inmediato a procurar apoyo del partido para que su esposa ocupara el cargo vacante, en lo que se prevé como un anticipo a su futura imposición en la presidencia. Tal maniobra despertó temor entre adversarios políticos, el propio partido de Mugabe y el ejército de Zimbabue, dando paso a una crisis insospechada que daría al traste con 37 años de régimen.
En efecto, el alto jefe militar zimbabuense, Constantino Chiwenga, advirtió inmediatamente que el ejército intervendría para evitar purgas y mantener el orden, acción que no tardó en producirse cuando tropas y tanques militares comenzaron a verse en las calles de la capital, Harare. Resulta peculiar que aún incurriendo en una reconocida maniobra subversiva, los militares insistieron en que no se trataba de un “Golpe de Estado”, a pesar de que Mugabe fue puesto en arresto domiciliario.
En principio Mugabe trató de resistir a su deposición, sin embargo su partido, el Zanu-Pf, lo destituyó, a la vez que expulsó a Grace Mugabe y otros dirigentes, exigiendo de paso su renuncia para evitar ser procesado mediante juicio político, bajo el cargo de “usurpar el poder constitucional a favor de su esposa”, tras lo cual el longevo dictador accedió a través de una carta leída en el Parlamento. En lo adelante, Mugabe será recordado más por las atrocidades cometidas durante su régimen, que por su rol protagónico en la independencia. Quien le ha sucedido en el poder, su ex vicepresidente Emmerson Mnangagwa “el Cocodrilo”, también fue parte de esas acciones.
De hecho, el nombre “Cocodrilo” por su astucia política, quien fuese designado la semana pasada como nuevo líder de Zanu-Pf, fue jefe de los espías durante la guerra civil y sindicado como responsable de miles de muertes, lo cual es negado por él. Dada su cercanía, Mnangagwa era visto como el heredero natural del régimen, por lo que la movida de Mugaba de destituirlo no hizo más que poner en alerta al ejército y sus seguidores, temerosos de perder poder con la esposa del dictador.
Tras la deposición de Mugabe, muchas naciones han mostrado su regocijo, ante lo que perciben como el inicio de una nueva era para la malograda pero prometedora Zimbabue. Sin embargo, dado el perfil del “Cocodrilo”, los factores culturales y la preminencia del ejército, resulta un tanto utópico pensar en un futuro establecimiento de un democrático y tolerante régimen en este país africano.