Opinión

Ética, estética y técnica

Lo expuesto en estos tres artículos sobre por qué se escribe encarna un triple enfoque, referido a la ética, estética y técnica.

La primera, la ética trata sobre el cumplimiento de los principios o valores universales del comportamiento honesto, honrado, justo, amoroso, etc. que contribuye al buen trato entre los humanos, y lleva como parte concreta y particular a la moral, que va enlazada al respeto de las costumbres y leyes de cada comunidad o sociedad. En ese caso, aludimos a que el proceso creador literario -aunque de alguna manera abarca al de toda creación artística en sus distintas disciplinas- es también un acto ético, que supone la búsqueda de beneficios para los demás, contribuir a nuestra propia dicha a través de estimular en los humanos la pasión por los valores.

La estética contiene un arte poético, como se decía hace unos siglos, porque establece una suerte de criterio sobre el germen de lo bello, el acto impiratorio que nos conduce a convertir el efímero instante en un producto que se pretende eterno, que pueda sobrevivirnos y continuar produciendo felicidad a otros en esa acción generosa del que se ausenta dejando frutos imperecederos.

La técnica, se refiere a la prescripción o conjetura de un método para escribir, a partir de la idea del encuentro mental casual de una idea intensa que se nos impone emocionalmente y la cual usamos como primer paso del proceso de estructuración de una pieza artística cuyas herramientas básicas son las palabras.

Dedícate a lo que te haga feliz

Hay una frase atribuida al destacado filósofo chino Confucio que es una verdad incuestionable, muy válida en el tema que tratamos: “Dedícate a un oficio que te guste, para que no tengas que trabajar ni un solo día de tu vida”. Si uno ama eso a lo que se dedica, si es feliz mientras lo hace, no está trabajando, sino que le pagan por jugar, divertirse, entretenerse.

Algo así expresó la artista norteamericana Diana Ross al iniciar uno de sus conciertos: “Les diré un secreto que no quiero que salga de este salón: Que los que me pagan por cantar, lo hacen porque no saben que si no me pagaran de todos modos yo cantara”.

Artistas y científicos despreciados en su época

Cuando Walt Whitman publicó su magistral libro Hojas de Hierba, ahí estaba Song Myself (Canto de Mí Mismo) uno de los más grandes poemas que conoce el género humano, entre otras joyas verbales. Sin embargo, se lo envió a los más destacados escritores de su época, y ninguno -a excepción de Emerson- le hizo caso. Y el crítico literario oficial del New York Times llegó al colmo. Comentó: “Para ver como poesía lo que el señor Whitman ha vertido en ese libro, habría que considerar que todo lo que se ha escrito como poesía no lo es”. Hasta ese extremo alcanzó su desprecio hacia las letras del hijo de Manhattan.

Siempre, en cada circunstancia, hay una poca gente, una minoría que posee suficiente amplitud mental para ver claramente el oro que brilla dentro del lodo de una época y cultura. Así, Ralph Waldo Emerson, el genial escritor estadounidense, dio la única respuesta que el tiempo ha confirmado y validado para siempre: “No me ciego ante el valor del maravilloso regalo que es Hojas de Hierba. Creo que es una de las piezas más extraordinarias de humor y sabiduría con las que América ha ribuido. Me siento muy feliz al leerla, como cuando el gran poder nos hace felices. Está a la altura de lo que siempre he demandado de lo que parecía la estéril y mezquina Naturaleza, como si mucho trabajo manual, o demasiado temperamento linfático, hicieran de nuestro humor occidental algo gordo y grosero. Me complace tu pensamiento libre y valiente. Me deleita. Encuentro cosas incomparables dichas incomparablemente bien, como debe ser. Encuentro en ti el coraje de enfocar las cosas, que es algo que nos deleita y que sólo una percepción profunda puede inspirar”.

Algo parecido ocurrió cuando Beetoven estrenó la que hoy día gran parte de la humanidad considera la pieza musical más hermosa del mundo: su 9na. Sinfonía, la Coral. Los compositores de su tiempo la calificaron como un disparate. Pero su autor, como otros intrépidos creadores, siguió con firmeza su senda, ignorando esos desjuiciados juicios, poniendo en primer lugar la dicha, la felicidad, el encanto de crear, que se paga en sí mismo con el transporte sublime que genera al espíritu.

Por fortuna, históricamente ha ocurrido de esa manera, pues si le hiciesen caso, abandonarían las innovadoras formas y se pondrían a escribir como los que más éxito social y momentáneo han tenido; y en ese caso no trascenderían, aunque vendan mucho, tengan cantidad de lectores y buenas críticas. Ese es mejor destino que el de escritores que han triunfado en su época y luego son olvidados porque la crítica y el público posteriores demuestran que es poco su aporte. La mejor muestra son las telenovelas, novelistas rosas, de vaquero, muñequitos, sagas. Son insulsas, nada creativas, hechas como clisés, repeticiones, copias, y no obstante han encontrado a muchos seguidores. Igualmente, hay autores premiados en diez mil concursos, pero sus textos no les llegan a nadie, ningún lector puede degustarlos. Es más, ni ellos mismos, porque precisamente muchos confiesan, en voz baja, que no les gusta lo que escriben, aunque haya sido premiado.

En mi criterio, el seguro y productivo éxito de un creador literario es la conciencia de que lo que hace puede producir felicidad a quien lo lea a través de comunicarle una experiencia única, irrepetible, honda, comenzando por el que debe ser su principal lector: él mismo. En mi caso, escribo en primer lugar para mí, tal como lo han hecho esos grandes transformadores de las letras, aunque no me considere a su nivel. Reitero que lo público porque he comprobado que hay gente que también es feliz con ello, y quiero disfrutar ese acto reconfortante de que otros se diviertan con mis trabajos. No niego, que también me complace la fama, la cual no es despreciable, a pesar de que reitero que no es lo más importante para mí.

Conclusión: la historia universal de las artes y ciencias nos enseña que quienes han creado nuevos caminos en esas labores han sido, en muchas ocasiones, rechazados en su tiempo, y su obra burlada y menospreciada, de tal modo que a la mayoría nadie los conocía en su tiempo, y los que dominaban el establishment las más reconocidas figuras de ambos oficios, los que imponían el canon, no los aceptaban.

Aquí cierro esta serie de artículos tratando de responder a la pregunta contenida en el título, fundamental para todos los que se dediquen a escribir con el verdadero sentido de quienes han aprendido a vivir y a triunfar en la vida: Para ser feliz, independientemente de lo que opinen los demás y el fortuito criterio de un tiempo o espacio determinados.

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