Opinión

En el umbral de esta Semana Santa se hace necesario plantear a las diferentes fuerzas sociales y políticas del país la posibilidad de asumir un pacto de serenaciòn de ánimos que conduzca a una  disminución considerable de las contradicciones y diferencias entre todos.

La concertación de este pacto al que se aspira, parte del  hecho de que a medida en que se acerca la fecha de celebración de las elecciones nacionales, parece que la histeria y la irracionalidad, serán las conductas que primarán  en el escenario político dominicano en lo adelante.

Esta sensación  se percibe con más intensidad en aquellos actores políticos y sociales que de manera cotidiana interactúan en el escenario público en una búsqueda errónea del poder en cualquiera de sus manifestaciones.

¿Pero que es el poder? Este término se origina del latín posse, poder ser capaz de, ser posible, también a veces tener una potestad o un poder. El verbo se forma de una contracción con el verbo esse (ser, estar, existir) con el adverbio y adjetivo pote (posiblemente, posible, capaz) (Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana).

Ahora bien, hay muchos teóricos que han estudiado el poder y de  cuyas reflexiones pueden atraerse importantes lecciones que pudieran servir al entendimiento de algunos   actores políticos y sociales criollos que andan locos por ahí. Veamos.  Por ejemplo, Thomas Hobbes (1651) considera el poder como el impulso que propicia la concertación de intereses en un contrato social. Para John Lock (1690) el poder se encuentra circunscrito a límites concretos donde debe primar un orden e igualdad para los miembros, y no extenderse más allá de lo necesario para el bien común.

En el caso de J. Rousseau (1762), el poder es un medio en la realización dentro del valor significativo de lo social, es decir, de las relaciones sociales. Es el instrumento que vence las diferencias y hace prevalecer los intereses generales sobre los individuales; es una condición del contrato social.

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