Opinión

Los más aguerridos en el afán por destruir al PLD son los que no han aportado ni construido nada. Tienen años sudando hacia sus vísceras; levantaron sus caquécticas imágenes de políticos sobre el trabajo serio y la entrega que las utopías enredaron en devaneos de esperanzas alimentadas con el esfuerzo cotidiano que se expresaba en la formación, la siembra de ideas a través de Vanguardia del Pueblo, la revista POLÍTICA: Teoría y Acción y la puesta en práctica de acometidas organizativas y recaudadoras amparadas en la imaginación como expresión de arte, y el método, en su eje disciplinario.

Despresiaban con sorna y asco nuestro discurso, sus mediocres dardos de palabras sin fundamentos se depositaban en Juan Bosch como en un blanco; el fin era letal. Solo que aquellos aguijones no eran más que hilos de plumas chocando con la recia estructura intelectual y moral que pudo, contra todo pronóstico, irrumpir en el bipartidismo, que tenía como pilares al PRD, que el convirtió en maquinaria política demoledora, y el PRSC, para hacerlo pedazos.

Éstos, teñidos de morado, pero de cuerpos y mentes incoloros, no fueron todos puntas que puyaban el proyecto político de la estrella amarilla. Algunos de ellos, embutidos en sus múltiples trajes de oportunistas, como no nos veían con chance de alcanzar el poder, nos miraban con aquella indiferencia que un recién satisfecho de un banquete pasa por el lado de un frio plato de lentejas: bribones y pendencieros cuya insolencia, desde sus usurpadas posiciones de poder, les llevan a hablar de lo ajeno como si fuera propio, con un descaro patológico que les despoja de cualquier asomo de humanidad.

Gesticulan pues, como primates, con ese aire rústico que engancha con los jeroglíficos verbales que escupen, sin darse cuenta de sus monadas, porque rascarse la cabeza y la panza a ritmo de chillidos «primáticos» no altera el compás que marca el sentido del oportunismo que les ha colocado en los espacios de toma de decisiones con la complicidad de algunos de los nuestros que instrumentalizan todo, hasta a sus propias madres, para lograr sus objetivos, siempre personales, un camino que les conduce a separar, en esa suerte de retorcimiento enfermizo, la moral de la política.

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