Como cada año, durante la última semana del mes de septiembre Nueva York concentra gran parte de la atención mundial, y no precisamente por su tradicional atractivo cultural y arquitectónico, sino porque durante éste periodo confluyen en esta icónica ciudad los representantes de 193 Estados miembros de la ONU, para tratar de manera mancomunada la agenda global.
No obstante, el acostumbrado protocolo que suele envolver a esta “fiesta de confraternidad internacional” se vio eclipsado este año por las notables ausencias de algunos de los principales líderes mundiales, así como también por la afamada selfie tomada por el presidente del Salvador, Nayib Bukele. Por si fuera poco, a lo anterior habría que agregar la irrupción en el debate de un nuevo actor sociopolítico, cuya juventud parece no traducirse en una limitante a la hora de alzar su voz, y alertar al mundo de las consecuencias que sobre el planeta tiene la actividad humana.
Mundialmente conocida por su duro discurso pro ambientalista, Greta Thunberg es una joven activista sueca, que en menos de un año ha logrado establecer un nuevo frente en la lucha contra el cambio climático. Todo comenzó en agosto del 2018, cuando tras una ola de calor histórica, que causó unos 50 incendios forestales que destruyeron aproximadamente 20,000 hectáreas de bosque en su nación, Thunberg de apenas 15 años, decidió no permanecer indiferente y asumir una causa que poco a poco podría tornarse en una revolución.
Inicialmente decidió que asistiría a clases solo cuatro días a la semana, usando los viernes para concentrarse en un vertiginoso ciclo de protestas frente al Parlamento sueco, que le han llevado a los más altos organismos internacionales, como el Foro Económico Mundial y la Cumbre Mundial del Clima, que tuvo lugar en víspera de la Asamblea General de la ONU. Inspirados en la determinación de Thunberg miles de jóvenes se han sumado al llamado, dando lugar a movilizaciones alrededor del mundo, que por momentos ponen en evidencia una posible ruptura generacional en cuanto a la forma de abordar tan controversial tema.
Lo anterior explica el que miles de estudiantes decidieran atender al llamado de Greta Thunberg, y realizar marchas simultáneas en más de 100 naciones el pasado 20 de septiembre, para exigir a los líderes mundiales acciones concretas contra el calentamiento global. De ahí que apoyándose en unos 4,000 eventos, además de concentrarse en Manhattan, Nueva York, las movilizaciones tuvieron gran repercusión en países como Alemania, Bélgica, Canadá, Burundi, Brasil, Australia e Inglaterra.
En cuanto a la Cumbre de Acción del Clima, que convoca por medio del secretario general de las Naciones Unidas a unos 60 líderes mundiales, la cita planteaba en esta ocasión la tarea de plantear soluciones medibles a las emisiones de gases de efecto invernadero. Lo preocupante, sin embargo, es que en la misma se ha destacado el aumento que ha tenido el impacto ambiental, donde entre los años 2014 y 2019, las emisiones de Co2 aumentaron en un 20%, registrando a su vez temperaturas récord y un aumento significativo del nivel del mar.
De hecho, aprovechando la Cumbre, expertos en la materia han planteado las repercusiones que sobre la humanidad tendrían estos cambios a futuro, destacando entre ellos la condena de unos 120 millones de personas a la pobreza extrema para el 2030, y unas 140 millones adicionales para el 2050 (solo en el África subsahariana), como víctimas directas del cambio climático. Visto esto, no es para menos que la joven activista aprovechara el magno escenario para lanzar duras acusaciones a las autoridades convocadas, cuyos países, paradójicamente, son en su mayoría los más contaminantes.
Las acostumbradas subidas de tono en las intervenciones de Thunberg han generado una evidente polarización, donde por un lado ha servido de estímulo a la creación de nuevos movimientos juveniles pro-clima en múltiples países, donde destacan #FridaysForFuture, #ThisisZeroHour, y Earthuprising.org. Por si fuera poco, Noruega le ha propuesto para el Premio Nobel de la Paz 2019, como un reconocimiento a su empoderamiento en tan noble causa.
No obstante, en la otra cara de la moneda están los detractores, donde políticos y empresarios de derecha han tildado su retórica de “perturbadora y escalofriante”, llegando incluso a llamarle “marioneta ecologista”. Y es que la denuncia de Thunberg, sobre la falta de acción de los líderes mundiales contra el calentamiento global, ha chocado de frente contra intereses corporativos, especialmente los que se benefician de los combustibles fósiles.
Esto evidentemente ha llevado a que los ataques contra la joven se enfoquen en los patrocinadores y grupos mediáticos que la apoyan, destacando que entre ellos hay intereses de empresas, Think Tank y grupos académicos pro generación de energía limpia. La respuesta de Thunberg a estas acusaciones ha sido la siguiente: “Durante años ha habido discursos, negociaciones, acuerdos vacíos de contenido, mientras las compañías petroleras tienen carta blanca para incinerar nuestro futuro motivadas solo por el lucro”.
Ahora bien, un aspecto en el que han coincidido numerosos observadores, ha sido en la confrontación generacional que se percibe en la retórica de esta joven activista y sus seguidores, que han concentrado sus ataques en las pasadas generaciones, a las cuales acusan de manera exclusiva por la degradación medioambiental. Dicha postura, como era de esperar, le ha creado cierta resistencia más allá de su segmento generacional.
Sin embargo, a pesar de los ataques contra Thunberg, la lentitud de los avances globales en cuanto a la aplicación de soluciones que mitiguen el impacto medioambiental, es lo que ha brindado fuerza a sus denuncias, mientras deja sin discurso a sus detractores. Por ello, a pesar de que sus quejas no presentan una novedad en el debate global, su juventud y peculiar manera de confrontar la inoperancia de las elites, le ha valido un fuerte posicionamiento y repercusión global.
Indudablemente el calentamiento global es junto a la hambruna y las guerras el más grande desafío moral del presente siglo, donde cada persona, por pequeño que sea su aporte, está en el deber de tomar medidas para reducir su impacto en el medio ambiente. En fin, el reclamo de Greta Thunberg no debería limitarse a una causa generacional, sino que constituye un compromiso apremiante para toda la humanidad.