En las dos columnas inmediatamente anteriores de “Crónica del Presente”, hicimos en resumen lo que podríamos llamar una crónica de la visita que realizamos a la República Popular China en 1966 comprendida entre los meses de marzo, abril y mayo; quisimos hacerlo para dejar la idea no solamente de lo que habíamos conocido de un país legendario, sino también cómo nos impresionó el proceso de desarrollo económico, social y político, apenas 17 años después del triunfo de la Revolución, que había encabezado el Partido Comunista de esa nación, realidad que nos llevó a la conclusión de lo que sería en términos futuros la República Popular China, convertida hoy en una de las tres naciones más poderosas del mundo. En aquel entonces pensamos también, dejamos constancia por escrito, del mercado para la exportación de productos agrícolas y marítimos dominicanos.
Al establecerse las relaciones diplomáticas con la República Popular China, se ha presentado lo que hace tantos años esperábamos fuese una realidad: el gobierno de ese país ha dado consentimiento, o mejor dicho su aceptación, para comprar por lo menos cinco productos agrícolas de producción dominicana: aguacates, cacao, mango, piña y bananos, que en el criollo dominicano quiere decir guineos.
Le ha correspondido al ministro de Agricultura, Osmar Benítez, dar la información publicada en diferentes medios escritos, señalando entre otras cosas que se podrían exportar, de primera intención, cada año el equivalente a 357 millones de dólares en esos productos. A nuestro criterio, vamos a explicar por qué estamos absolutamente convencidos de que no hay país en el mundo y menos en América que pueda competir con nosotros en la producción de esos productos.
El autor de esta columna ha publicado, hace años, en varias ocasiones que el pueblo dominicano produce el 90% no el 80%, de lo que consume y nuestro padre, que era un agrónomo práctico de alto nivel, afirmaba con la autoridad que tenía que en los valles del Cibao, San Juan de la Maguana, Bonao, Bani y Constanza, con un sistema de producción científico y técnico, había capacidad para alimentar una población de 50 millones de habitantes, en territorio dominicano solamente.
Esas tierras “tocadas por la mano de Dios”, como reza el refrán popular, solamente tienen como competencia el Valle de Cachemira, en Pakistán, el que según dicen es el más fértil del mundo; pero nosotros decimos que no es el más productivo, porque no tiene la cantidad de agua y de ríos que bañan y surcan las tierras dominicanas.
Ojalá que los dominicanos aprendamos a respetar las riquezas y fertilidad de nuestro país, y no seguir construyendo urbanizaciones en las tierras fértiles de nuestros valles, porque no hemos enseñado a nuestro pueblo a vivir en términos de viviendas horizontales, sino verticales, para respetar el espacio que debe dedicarse a la producción agrícola y ganadera. Sin contar la producción marítima que también tiene una gran demanda en la República Popular China.
Pongamos todo el interés, seriedad, dedicación y firmeza en el porvenir del pueblo dominicano y de esa carga imposible de resolver que tenemos con el conglomerado humano, que representa la población haitiana. 357 millones de dólares no es la cantidad por la que debemos conformarnos en esa relación comercial que anuncia el ministro de Agricultura con la República Popular China. A partir de 1940 nuestro país era el abastecedor de las islas del mar Caribe de esos productos agrícolas, que ahora vamos a comenzar a exportar para el gigantesco mercado de la República Popular China.