Opinión

La República Dominicana, al igual que las demás naciones del mundo envueltas en la pandemia del siglo, vive un período muy especial, en el que no solamente se somete a prueba el temple de sus instituciones, sino también la fortaleza de sus virtudes, así como la capacidad de controlar sus naturales vicios y debilidades. Hay mucha incertidumbre y temores en la población. Nadie tiene una varita mágica para predecir con exactitud meridiana cuándo y cuál será el balance final del covid-19.

Basado en el soporte histórico sanitario de la Influenza de 1918 diremos que, si con el nivel de conocimiento y desarrollo de esa época logramos sobrevivir y superar la catástrofe, ahora con más razón para sentirnos optimistas y confiados en que superaremos la tormenta. Luego vendrá la calma, seguiremos la batalla y juntos le ganaremos la guerra al coronavirus.

Ahora bien, similar a otros países, hemos, estamos y estaremos confrontando dificultades en la lucha diaria contra el nuevo germen mutante. Las experiencias compartidas y la asistencia mutua entre los pueblos fortalecen el frente común de lucha por la vida. Todos los esfuerzos deben estar dirigidos a sumar voluntades y recursos para asistir a quienes necesitan de la ayuda oportuna tendente a prevenir el contagio por medio del distanciamiento físico, el confinamiento racional, el internamiento temprano y los cuidados de lugar.

La solidaridad, la cooperación, los recursos oportunos y las intervenciones puntuales sin discrimen, mirando hacia todos los continentes como una gran aldea global permitirá ponerle coto a la hecatombe. Sabemos de antemano que, una vez controlada la pandemia tras la fabricación de una efectiva vacuna de distribución universal, seguirá una endemia que manejaremos con menos premura y con una reducida morbilidad y mortalidad. No es el momento de comenzar una cacería de brujas buscando a un culpable. Ello no contribuye a aminorar, ni tampoco a reducir los sufrimientos y las pérdidas humanas causadas por el actual terremoto sanitario. Debemos contribuir a crear puentes de unión que faciliten y agilicen todas las formas de asistencia humanitaria. Que se abran todas las compuertas y que las fronteras permitan el libre tránsito de los insumos médicos tan precarios en varias latitudes del planeta.

A esas voces agoreras que pregonan el fin del mundo, apoyándose en referencias científicas tales como la del meteorito que exterminó los dinosaurios, o basándose en las leyendas bíblicas de Sodoma, Gomorra y el gran diluvio, las siete plagas de Egipto, o las predicciones apocalípticas debemos responderle con una enorme y creciente capacidad de sobrevivencia y adaptación de la especie humana. Cierto que confrontamos grandes retos, no podemos negar la amenaza del cambio climático, la contaminación ambiental, la galopante pobreza y las desigualdades universales. Pero como retos que son sabremos enfrentarlos y junto a la amenaza vírica vencerlos a todos y unidos cantar victoria de la vida sobre la muerte.

Hombres y mujeres de bien trabajan como abejas en el campo de la investigación científica para lograr desarrollar una efectiva y confiable vacuna para prevenir la expresión patológica del covid-19 en la humanidad. Es una realidad aquel dicho de que nunca es más oscura la noche que cuando va a amanecer. Probablemente aún no haya pasado lo peor, sobrevivimos a la sorpresa y de una etapa reactiva estamos arribando a una fase proactiva, lo cual es una buena señal.

Convencidos de que la fe mueve montañas, sin duda alguna ¡triunfaremos!

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