Por Mario Muñoz Lozano
Aclamado por una valiosa obra literaria y criticado por posturas políticas en las últimas décadas, el mundo despide al reconocido escritor peruano Mario Vargas Llosa.
Fallecido el 13 de abril en Lima, a los 89 años de edad, fue una figura tan monumental como contradictoria en el panorama cultural hispanoamericano. Merecedor del Premio Nobel de Literatura en 2010, sus libros se erigen como pilares de la narrativa contemporánea, mientras su trayectoria política -de marxista juvenil a abanderado neoliberal- suscita debates intensos.
Sin duda, su vida estuvo marcada por la tensión entre el genio creativo y la posición ideológica, dos facetas que, aunque entrelazadas, no siempre convergieron armoniosamente.
ENTRE LA DENUNCIA Y LA EXPERIMENTACIÓN
Vargas Llosa emergió en los años 60 del pasado siglo como parte del llamado “Boom latinoamericano”, junto a esos otros grandes que fueron Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes. De esa época se recuerda su estrecho vínculo con Casa de las Américas, de Cuba.
Novelas como “La ciudad y los perros” (1963) -cruda radiografía del machismo y la violencia en una academia militar- o “Conversación en la catedral” (1969) -laberinto narrativo que disecciona la corrupción bajo la dictadura de Odría- consolidaron su reputación.
Su prosa, caracterizada por estructuras complejas y múltiples voces, refleja una preocupación por desentrañar las estructuras de poder y el impacto en el individuo.
En obras posteriores, como “La guerra del fin del mundo” (1981) o “La fiesta del chivo” (2000), abordó conflictos históricos con una mirada crítica hacia el fanatismo, ya fuera religioso o político
Fueron libros donde su literatura funcionó como un espejo deformante de América Latina: un territorio marcado por el caudillismo y la utopía fallida. Sin embargo, incluso en la etapa más incisiva, en sus volúmenes subyació una desconfianza hacia las masas y una exaltación del individuo rebelde, tema que prefiguró su giro ideológico.
DE LA IZQUIERDA AL NEOLIBERALISMO
Si en su juventud abrazó el socialismo sartreano, el cambio político aconteció con los años y pruebas de ello fueron los constantes pronunciamientos contra la Revolución Cubana, la cual defendió en sus primeros años luego del triunfo de 1959.
Este quiebre lo acompañó de un abrazo público al liberalismo económico. Su candidatura presidencial en Perú (1990), derrotada por Fujimori, simbolizó la transformación: de crítico literario a defensor del libre mercado.
Su posicionamiento político ha sido objeto de duras críticas. Intelectuales como Eduardo Galeano lo acusaron de traicionar sus raíces, mientras que sus apoyos a intervenciones extranjeras (como la invasión de Iraq en 2003) o su respaldo inicial a Fujimori -luego retractado- mancharon su imagen.
Para muchos, su neoliberalismo rayó en un elitismo a través del cual llegó a separarse por completo de las causas más nobles del independentismo y el antiimperialismo latinoamericano. En ensayos como “La llamada de la tribu” (2018), defendió un individualismo que, según críticos, ignora las desigualdades estructurales.
¿COHERENCIA O CONTRADICCIÓN?
La paradoja de Vargas Llosa reside en que su literatura a menudo desnuda las injusticias que en el discurso político minimiza.
Mientras “Lituma en los Andes” (1993) explora la violencia de la formación política armada Sendero Luminoso con empatía hacia las víctimas campesinas, su retórica pública ha tendido a reducir los conflictos sociales a fracasos del estatismo. Este divorcio entre el autor comprometido y el intelectual mediático revela una escisión entre arte y pensamiento.
No obstante, sería simplista reducir su legado a una mera contradicción, porque el Vargas Llosa de las últimas décadas fue consecuente.
Su defensa del modelo de democracia occidental -aunque selectiva- y sus condenas a gobiernos progresistas o de izquierda como los de Evo Morales, en Bolivia; Rafael Correa, en Ecuador; o Nicolás Maduro, en Venezuela, evidenciaron su hilo político.
No obstante, hasta los últimos días, su narrativa interpeló a lectores de todas las ideologías, prueba de que la literatura trasciende las posturas de su creador.
UN LEGADO DUAL
Mario Vargas Llosa encarnó la dicotomía del intelectual público: un gigante literario cuya obra exploró la complejidad humana, pero con certezas políticas que lo mantuvieron durante las últimas décadas en el banquillo de los acusados de la izquierda en el mundo.
Mientras sus novelas perdurarán como monumentos a la ambigüedad moral, su activismo evidenció los límites que no pudo saltar para llevar las ideas al terreno de lo concreto.
En él convivieron el genio que retrató las heridas de América Latina y el polemista que, en ocasiones, pareció ajeno a las propias ficciones. Tal vez su grandeza resida, precisamente, en esa incapacidad para ser reducido a una sola faceta.