En las últimas décadas, el concepto de emprendimiento ha ganado una presencia notable en los discursos políticos, económicos y educativos a nivel global. Presentado como una vía hacia la autonomía, la superación personal y el progreso económico, el emprendedurismo se ha convertido en uno de los pilares ideológicos del proyecto neoliberal. Sin embargo, una mirada crítica revela que esta aparente panacea es, en realidad, una estrategia sofisticada del capitalismo contemporáneo para perpetuar la explotación del trabajo bajo nuevas formas, más sutiles, pero igual de opresivas.
Desde la lógica neoliberal, el emprendimiento se promueve como una forma de libertad individual: cada sujeto es responsable de su propio éxito o fracaso, en función de su esfuerzo, creatividad y capacidad de adaptación al mercado. De este modo, se oculta la responsabilidad del Estado en la garantía de derechos sociales, se debilitan los vínculos colectivos y se normaliza la precarización del trabajo. El trabajador deja de ser visto como sujeto de derechos para convertirse en «empresa de sí mismo», obligado a competir, innovar y rendir constantemente, incluso sin garantías mínimas de seguridad o estabilidad.
El filósofo Byung-Chul Han lo expresa con contundencia en su obra «La sociedad del cansancio» (2012), al señalar que «el sujeto de rendimiento no se trata de un sujeto libre, sino de un sujeto sometido que se explota a sí mismo creyendo que se está realizando» (p. 48). Esta auto explotación, revestida de libertad, es uno de los mecanismos más eficaces del neoliberalismo para sostener un sistema de dominación sin necesidad de coacción externa. El individuo internaliza las exigencias del capital y las reproduce voluntariamente, convencido de que se está empoderando.
En este contexto, el emprendedurismo se convierte en enemigo directo de los trabajadores. No solo porque los enfrenta entre sí en una competencia individualista constante, sino porque debilita la conciencia de clase, disuelve la acción colectiva y promueve un modelo en el que la precariedad se naturaliza. El trabajador emprendedor, lejos de liberarse, queda atrapado en una lógica de rendimiento que le exige más esfuerzo, más tiempo y más sacrificio, sin las protecciones que el trabajo asalariado, por más limitado que sea, llegó a ofrecer en el siglo XX.
Esta realidad también se manifiesta claramente en la República Dominicana. El discurso del emprendimiento ha sido promovido desde los años 90, pero se institucionaliza formalmente con la promulgación de la Ley 688-16 de Emprendimiento en 2016. Esta legislación establece un marco para fomentar la cultura emprendedora y facilitar la creación de micro y pequeñas empresas, trasladando al individuo la carga del desarrollo económico en un entorno marcado por la informalidad y la falta de garantías sociales. Figuras como el exdiputado David Collado, impulsor de esta ley, y diversas iniciativas públicas y privadas han sido clave en la difusión de esta ideología. El emprendimiento se ha convertido en una política de Estado y en un valor social promovido en las escuelas, universidades y medios de comunicación, reforzando la narrativa del «éxito personal» como sustituto de la justicia social.
La estrategia neoliberal no elimina la explotación, la redefine. Ya no se trata de un patrón que impone su voluntad, sino de un mercado que seduce al sujeto con promesas de éxito, innovación y libertad. El nuevo trabajador se convierte en su propio jefe, sí, pero también en su propio explotador, gestor de su miseria y responsable de su fracaso. Esta es la paradoja del emprendedurismo neoliberal: promete libertad mientras profundiza la subordinación.
Lo realmente preocupante respecto al emprendedurismo o emprendimiento es, que, como una ideología inducida y promovida por las clases hegemónicas, dominantes y neoliberales de la sociedad, se ha convertido en cultura, por eso todos los sectores sociales (empresariales, profesionales, eclesiales, políticos, hasta sindicales) lo ven como la panacea, como una vía de solucionar la pobreza, la falta de empleos, y la exclusión social y económica, sin reparar que se trata de un espejismo, de una falsa ilusión, de un callejón sin salidas.
Frente a esta realidad, es necesario recuperar una mirada crítica que cuestione los fundamentos ideológicos del emprendimiento como política pública y cultural. La verdadera emancipación del trabajador no puede pasar por la vía individualista del emprendedurismo, sino por la reconstrucción de lo colectivo, la exigencia de derechos y la transformación estructural del modelo económico que sigue privilegiando la ganancia excesiva de una elite, mientras destruye la verdadera fuerza generadora de riquezas del país, los trabajadores.