La prisión preventiva del expresidente brasileño Jair Bolsonaro abre hoy el capítulo más dramático de una carrera que abrazó el poder absoluto y se desmoronó ante una condena por intento de golpe de Estado.
Su trayectoria siempre avanzó a contracorriente. Nacido en el interior de Sao Paulo y forjado en la vida castrense, Bolsonaro, de 70 años, construyó una reputación de militar inquieto, disciplinado para el uniforme, pero indócil para la jerarquía.
Marcada por una investigación sobre explosivos que él negó, su salida del Ejercito lo empujó hacia la política en un país todavía en transición democrática.
Llegó a la Cámara de Diputados en 1991 como un anónimo del «bajo clero» y allí pasó casi tres décadas acumulando pocas leyes y muchas polémicas.
Desde la defensa acerada de la dictadura (1964-1985) a los discursos inflamados sobre armas y valores conservadores, el exmilitar encontró un nicho y lo explotó.
En la era de las redes sociales, esa oportunidad se transformó en caudal electoral.
Su victoria en 2018 fue un sismo. Con casi nada de televisión y un partido diminuto, se proyectó gracias a la indignación acumulada desde 2013 contra el Partido de los Trabajadores y a una ola conservadora global.
El atentado a cuchillo, que lo sacó de debates y lo blindó ante cuestionamientos, multiplicó su alcance. De desconocido pasó a encarnar una revolución de derecha con tintes mesiánicos.
Asumió el poder en enero de 2019, pero protagonizó un carrusel de choques con el Congreso Nacional y el Supremo Tribunal Federal (STF). El estilo de confrontación y la gestión desastrosa de la pandemia de Covid-19 lo fueron erosionando. Más de 700 mil muertos y un país dividido marcaron el corazón de su mandato.
Derrotado en urnas en 2022 por el actual presidente Luiz Inácio Lula da Silva, el margen más estrecho de la historia reciente, Bolsonaro optó por el silencio. Se marchó a Estados Unidos mientras su base convertía la derrota en conspiración. Sus ataques sistemáticos a las urnas electrónicas abonaron el terreno que estalló el 8 de enero de 2023 con la invasión a los Tres Poderes. Las investigaciones del STF lo colocaron en el centro de la estrategia golpista.
A partir de entonces enfrentó un cerco judicial creciente: inhabilitación electiva, procesos por desinformación, acusaciones por golpe y, finalmente, la condena de 27 años y tres meses de cárcel.
La vigilia convocada por su hijo Flávio Bolsonaro frente a su condominio, que según el STF buscaba impedir su detención, terminó por acelerar lo que el expresidente decía que nunca permitiría: ser llevado preso.
Una supuesta violación de la tobillera electrónica y los indicios de fuga convencieron al ministro Alexandre de Moraes, del STF, de que el exmandatario ultraderechista debía ser detenido de inmediato.
La prisión preventiva precederá a la ejecución definitiva de su condena, que entrará en vigor una vez agotados todos los recursos.
Bolsonaro, que unió sectores dispersos de la derecha y polarizó el país como ningún presidente desde la redemocratización, enfrenta ahora el capítulo más sombrío de su vida.
De símbolo para millones a condenado y preso, su caída reescribe la historia reciente de Brasil y deja un movimiento político huérfano, dividido y sin rumbo claro. Su figura seguirá pesando, pero, desde este sábado, lo hará desde una celda.