Hablan los hechos

América Latina avanza de forma sostenida en la construcción de espacios de concertación política y cooperación económica que contribuyen a afianzar su autonomía y autodeterminación, facilitando al mismo tiempo una paulatina redistribución de las hegemonías en el plano regional, así como nuevas y mejores formas de interactuación con el resto del mundo.

Estados Unidos se propuso mejorar su posición en el mundo con la ayuda de acciones militares que buscaban conseguir el control de los recursos energéticos y los mercados en Asia Central y Oriente Medio.

Se trataba del primer paso dentro de toda una estrategia que crearía las condiciones para extender su dominio hasta los países del denominado “Eje del Mal”, y desde esta plataforma construir el ordenamiento mundial del siglo XXI.

Sin embargo, esa estrategia devino en fracaso total, pues Estados Unidos terminó empantanado en el primero de estos dos escalones, incurriendo en enormes gastos que arruinaron su economía.

El resultado de todo esto es que el mundo de la post guerra fría, caracterizado por el predominio estadounidense como única superpotencia, fue desarrollando múltiples polos de poder con la aparición en el escenario mundial de los denominados países emergentes, en un sostenido proceso caracterizado por la pérdida creciente de influencia por parte de Estados Unidos, de la incapacidad de este país para revertirlo y de la falta de unidad política de Europa para constituirse en actor político determinante en el escenario mundial.

Todos estos cambios han repercutido significativamente en América Latina y el Caribe, que se ha hecho más heterogénea en el plano político con el surgimiento en varios países de gobiernos progresistas, moderados y radicales.

La región avanza de forma sostenida en la construcción de espacios de concertación política y cooperación económica que contribuyen a afianzar su autonomía y autodeterminación, facilitando al mismo tiempo una paulatina redistribución de las hegemonías en el plano regional, así como nuevas y mejores formas de interactuación con el resto del mundo.

Uno de los acontecimientos políticos más significativos ocurridos en la región en los últimos diez años fue el fracaso de la principal propuesta de asociación echa por Estados Unidos a nuestros países: el ALCA.

El Área de Libre Comercio de las Américas pretendía unir a todos los países del continente (a excepción de Cuba) en un mercado interdependiente y abierto, mediante la eliminación de todas las barreras al flujo libre de dinero, bienes y servicios entre las fronteras del hemisferio occidental.

La idea del ALCA la planteó por primera vez el presidente Bill Clinton en la Primera Cumbre de las Américas celebrada en Miami en 1994 y fue sepultada definitivamente en la cumbre de Mar del Plata, en noviembre de 2005, donde los países de la región rechazaron contundentemente una propuesta de la administración estadounidense encaminada a retomar el proyecto.

El rechazo se basó en que el ALCA no tomaba en cuenta las “las necesidades y sensibilidades” de todos los socios, así como las diferencias en los niveles de desarrollo y tamaño de las economías. Otro aspecto crítico fue la cuestión de los subsidios, pues el ALCA tampoco planteaba una solución a tan espinoso problema.

En realidad, el ALCA fue concebido por Estados Unidos como una herramienta para controlar los mercados de la región, garantizarse el acceso a sus recursos energéticos vía las privatizaciones y cerrarle el camino a la penetración de Japón, Europa y China en América Latina.

El rechazo al ALCA en Mar del Plata puso en evidencia el cambio en el equilibrio y la correlación de fuerzas que se había registrado desde el planteamiento de la idea hasta ese momento. También puso al desnudo la crisis profunda del denominado pensamiento único.

Como alternativa al ALCA Venezuela y Cuba impulsaron el ALBA, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, una organización internacional que busca agrupar a países latinoamericanos y caribeños bajo los criterios de la colaboración basada en la solidaridad, la complementariedad y la justicia. El ALBA se enfoca en la lucha contra la pobreza y la exclusión social.

Los países miembros del ALBA son Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua, Honduras, Dominica, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda, Ecuador, Santa Lucía y Surinam.

Un paso trascendental fue la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) durante la III Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo (CALC) y de la XXII Cumbre del Grupo de Río, reunidas en diciembre de 2011 en Caracas, República Bolivariana de Venezuela, como un “mecanismo representativo de concertación política, cooperación e integración de los Estados latinoamericanos y caribeños y como un espacio común que garantice la unidad e integración de nuestra región”.

El CELAC agrupa a los 33 países del Hemisferio Occidental, a excepción de Estados Unidos y Canadá, lo que la convierte en un mecanismo alternativo a la OEA destinado a cohesionar a los países latinoamericanos y caribeños en torno a sus intereses comunes y con la meta de “promover y proyectar una voz concertada de América Latina y el Caribe en la discusión de los grandes temas y en el posicionamiento de la región ante acontecimientos relevantes en reuniones y conferencias internacionales de alcance global, así como en la interlocución con otras regiones y países”.

Sintomático no deja de ser la aprobación en la II cumbre de esta organización, celebrada en La Habana, Cuba, en enero de 2014, de una declaración especial para expresar el apoyo a la creación de un foro China-CELAC con la pretensión de celebrar la primera reunión antes de que finalice el año, idea que de inmediato acogió el gobierno del presidente Xi Jinping. China es hoy un socio vital de América Latina, según consideraciones de la CEPAL.

Otra iniciativa importante fue la creación el 9 de diciembre de 2007 del Banco del Sur (BANCOSUR), una iniciativa de los entonces presidentes de Argentina y Brasil, Néstor Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva.

El BANCOSUR se concibió como una alternativa a organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Su misión es apoyar con financiamiento a los países miembros en la ejecución de programas previamente aprobados, en
base a principios como la igualdad, la equidad y la justicia social. Entre sus miembros figuran Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Venezuela. Chile y Perú son observadores, mientras que Colombia se abstuvo de incorporarse.

En el Banco del Sur cada país tiene derecho a un voto, independientemente del monto de los recursos aportados al capital inicial, lo que lo diferencia del FMI donde los votos están asociados al volumen de recursos de sus integrantes. Además, los préstamos están exentos de los condicionamientos característicos establecidos por el FMI para la aprobación de financiamientos.

Los países latinoamericanos y caribeños lucen decididos a impulsar la integración regional y subregional, así como a promover nuevos tipos de relaciones con el resto del mundo basadas en la igualdad y el beneficio mutuo. Otro paso importante en esa dirección fue la creación de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), la cual agrupa a todas las naciones de América del Sur.

El tratado constitutivo de esta organización se firmó el 23 de mayo de 2008 en Brasil, el cual la define como una organización que tiene como objetivo construir un espacio de integración y unión en lo cultural, social, económico y político entre sus integrantes.

Todas estas iniciativas han ayudado a potenciar la autonomía de los países latinoamericanos, viabilizando el surgimiento y la sostenibilidad de ofertas políticas distintas que concitan cada vez más entusiasmo.

Los éxitos de algunos gobiernos progresistas de la región en materia de lucha contra la pobreza y la exclusión, como el caso de Brasil, El Salvador, Nicaragua, Bolivia y Ecuador tienden a legitimar esa vía política alternativa ante los ojos de los ciudadanos, que la apoyan ampliamente en elecciones transparentes y la hacen sostenible
A diferencia de lo que ocurre en Europa, donde cobran fuerza movimientos conservadores de derecha, en América Latina la tendencia luce al revés. Los recientes comicios presidenciales en El Salvador y Costa Rica avalan esta apreciación.

Pese a las esperanzas que despertó el ascenso al poder del presidente Barack Obama, Estados Unidos ha sido incapaz de presentar una propuesta atractiva de asociación a los países de latinoamericanos, que se emplean cada vez más a fondo en la construcción de espacios propios, aprovechables por todos, promoviendo al mismo tiempo una unidad que le asegure una interacción ventajosa con el resto del mundo.

Aunque en años recientes se produjeron tentativas golpistas en la región (Venezuela, 2002; Bolivia, 2008; Ecuador, 2010), felizmente se les pudo cerrar el paso. La excepción fue Honduras, donde en 2009 se destituyó al Presidente Manuel Zelaya.

Todas estas maniobras tuvieron un denominador común: las manos inconfundibles de los Estados Unidos. Su recuerdo sirve para avivar en toda la región las viejas preocupaciones en torno al rol de las bases militares norteamericanas que cercan la región.

La reciente resolución de la CELAC que declara la región como zona de paz presagia un fuerte accionar con miras a reducir el número de bases militares en la región, si bien el asunto se presenta como algo sumamente complejo.

No obstante, en la lógica de la competencia política en los distintos países latinoamericanos y caribeños, la celebración de elecciones participativas y transparentes se ha ido imponiendo como mecanismo único y democrático de ascenso al poder.

Esta garantía de legitimidad de los gobiernos que surgen como expresión de la voluntad de los pueblos constituye el mejor desincentivo al injerencismo.

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