Opinión

Este 26 de enero se conmemoró un nuevo aniversario del natalicio de nuestro Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, y con el inicio del mes de la Patria, comenzando un nuevo año, resulta interesante cuestionarnos sobre ese rasgo pesimista que aflora en la psiquis de cada dominicano. Pesimismo que se expresaba ya en el padre de Francisco del Rosario Sánchez cuando le reprochaba su lucha por la Independencia con la advertencia de que este país nunca sería Nación. Pesimismo reflejado en la obra de ilustres pensadores, como José Ramón López y Américo Lugo, quienes fotografiaban un cuadro sombrío sobre el porvenir dominicano. Y pesimismo que se manifiesta aun en el presente cuando al dominicano se le pregunta cómo anda las cosas y nunca se oye responder que marchan bien. La percepción captada en las encuestas lo revelan: la inseguridad en el país es mucho mayor que en los demás países del área; la corrupción, por igual, es superior a todos los países del Continente; la economía presagia un desastre, no obstante el Banco Central anunciar que ha crecido más del siete por ciento y que la inflación no ha llegado a dos por ciento; y el futuro de la situación personal es verdaderamente calamitoso, incluso para un multimillonario que siempre responderá diciendo que sus negocios marchan “ahí, ahí”.

Y, sin embargo, el nuevo año nos trae noticias que deberían hacernos sentir optimistas sobre el presente y futuro de nuestra República Dominicana. Pedro Martínez es elegido el 6 de enero como miembro del Salón de la Fama del Béisbol Norteamericano: un hombre humilde, nacido en las entrañas de nuestro pueblo, logra imponer su clase más allá de las fronteras y ser reconocido como uno de los mejores beisbolistas a nivel mundial. Robinson Canó, siendo uno de los peloteros mejor pagados de las Grandes Ligas, no duda un instante en poner en riesgo su futuro, y en muestra de su dominicanidad, juega cinco partidos con las Estrellas Orientales para que San Pedro de Macorís, su pueblo natal, y de pasada, todo el país, pueda disfrutar de sus proezas. Y en el mismo mes de enero de 2015, Leonel Fernández es invitado por Jeffrey Sachs para ser parte de un organismo asesor de Naciones Unidas integrado por reputadas personalidades a nivel mundial, primer latinoamericano y primer expresidente que recibe tan alta distinción.

Si en lo individual la República Dominicana descuella con figuras de primera magnitud, deberíamos cuestionarnos si no está ocurriendo algo similar en el plano colectivo. ¿Marchamos tan mal como nuestra psique lo percibe? Desde el año 2004 el país ha tenido un crecimiento promedio del siete por ciento en su producto interno bruto; el ingreso per cápita ha pasado de un poco más de dos mil dólares en el 2004 a más de cinco mil dólares en el 2014, y ya se anuncia, que para el 2030 este per cápita alcanzará doce mil dólares; la tasa de desocupación ha continuado en descenso desde casi un veinte por ciento en el 2004 hasta un poco menos del catorce en el año 2014; setecientas mil personas han salido de la pobreza en los últimos diez años; muy probablemente para el término de este año se habrá erradicado el analfabetismo; la estabilidad macroeconómica se ha mantenido y el país ha ido progresando año tras año.

Un historiador, Frank Moya Pons, acaba de escribir un libro en el cual, tal vez por primera vez, un intelectual dominicano deja atrás la nota del pesimismo para resaltar y demostrar que luego de cincuenta años de vida democrática, a partir del ajusticiamiento del Tirano en 1961, la República Dominicana se ha transformado. Ya no es la sociedad rural de aquellos pasados años, el país se ha urbanizado y con su desarrollo ha ido creciendo un sector burgués, comercial e industrial desconocido en los años sesenta; las mismas villas pueblerinas de antaño han desaparecido y un viajero de ojo perspicaz se dará cuenta de que aquellos villorrios de “tejamaní”, casuchas de paredes de barro prensado, son cada vez más escasos; las pequeñas comunidades de ayer muestran hoy calles asfaltadas, edificios de más de dos pisos, negocios por doquier.

Es cierto que aún queda mucha tarea por realizar, pero no hay dudas de que el país, de que nuestra República Dominicana de nuestros amores y dolores, ha tenido un desarrollo impresionante que la ha llevado mucho más lejos en crecimiento y expansión que muchos de los países de la región. Ese crecimiento y esa expansión deberían desterrar para siempre el secular pesimismo dominicano, pero estoy convencido que esa impronta del alma ancestral dominicana sólo podrá desaparecer en la medida que el desarrollo económico alcance a toda la sociedad, por lo que la tarea del presente debe encaminarse hacia la aplicación de políticas de igualdad e inclusión social. Si nos empeñamos en esta tarea, Juan Pablo Duarte podrá estar satisfecho de la obra que concibió y realizó cuando el 27 de Febrero de 1844 se dio a conocer al mundo una nueva nación libre, soberana e independiente.

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