El empresario, filósofo, cientista social y dirigente político, Federico Engels, afirmó en su ensayo “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, que el lenguaje articulado se formó durante el estadio inferior del salvajismo, paralelo, diría yo, a las transformaciones anatómicas sufridas a consecuencia de la adaptación que experimentó el ser anterior al hombre, a medida que cambiaba de ambiente para reproducirse y alcanzar o producir los alimentos que le permitiera subsistir.
No cabe duda de que este proceso de esfuerzos encaminó a la especie hacia un desarrollo superior que las demás, el que le permite conocer la naturaleza mejor, para dominarla y ponerla a su servicio. Como dijo Engles, “el trabajo hizo al hombre” y éste le ayudó a organizar sus ideas, complejizadas en una serie de sonidos con significados que vinieron a representar conceptos.
Moldeada la palabra, convertida en recipiente capaz de atrapar la realidad, de procesarla, de convertirla en sonido inteligente, construyó un lenguaje, una comunicación superior, que se colocó por encima de la corporal, de las de señales, visuales y químicas. Así, la combinación de contracciones y alargamientos de las cuerdas vocales, con cambios de presión del aire y movimientos de músculos que producen una vibración que resuena por la laringe para expulsar un sonido que esculpe el área de Broca del cerebro, dispara el maravilloso efluvio que nos conecta, que nos comunica.
Pero el hombre no se ancló, para comunicarse, en el lenguaje hablado; creó un sistema de representación gráfica para los idiomas, o forma particular de comunicarse de algún conglomerado humano, al que llamamos escritura, que evolucionó desde los jeroglíficos de las antiguas civilizaciones, hasta los alfabetos que permitieron, en 1440 la imprenta como la conocemos hoy, y, de aquella, a las rotativas en donde se imprimen los periódicos que juegan el papel de informar y desinformar, todo de acuerdo al interés del dueño del negocio.
La imprenta es la madre del periodismo, de la comunicación social, pues el primer medio de comunicación de masas es el periódico, de ahí que durante muchos años, para referirse a los medios de comunicación de masas se habló de La Prensa, para designar el periódico de papel, salido de aquellas maquinas, capaces de reproducir en grandes cantidades y a altas velocidades el medio informativo a través del cual la gente se enteraba, y entera, de los acontecimientos de la sociedad local y global.
Pero el término La Prensa se fue extendiendo en la medida que fueron surgiendo medios electrónicos, como la radio, que vino a ser más penetrante que el periódico impreso, no solo porque era un medio más abarcador, sino porque además las grandes masas de ágrafos, que podían ver pero no entender el contenido de la impresión en papel, encontraron en este medio, una forma cómoda de enterarse de los acontecimientos de su interés, sino que éste le daba la oportunidad de informarse sin interrumpir sus labores cotidianas.
La televisión, la caja mágica aparecida a mediados del pasado siglo, se vino a integrar a la trilogía de medios de comunicación que conocemos como La Prensa. Es tan arraigado el término que muchas veces, para no generar confusiones acostumbramos a decir, por ejemplo: la prensa escrita, la prensa radial, o la prensa televisiva.
El poder, que por ser medios masivos, ejercen éstos sobre la sociedad, ha sido una clave para que sectores poderosos privados, o gobiernos, en sus más amplias gamas ideológicas, se hayan interesado en controlarlos, porque en ellos se concentra el poder de condicionar, manipulando las informaciones mediante el recurso de a descontextualización, o el de presentarlas a medias y en combinación con rumores e incluso mentiras, como cuando la intervención militar estadounidense en la República Dominicana el 28 abril de 1965, agresión de la que se cumplieron recientemente 50 años, cables despachados desde los Estados Unidos decían que los revolucionarios colgaban a los sacerdotes en los postes del tendido eléctico de la ciudad de Santo Domingo.
Lo que se pretendía con la difusión de esta falsa información, no era manipular al pueblo dominicano que sufría la humillación de una intervención militar para impedir el retorno del derrocado presidente Juan Bosch, sino justificar la odiosa presencia estadounidense en un país pequeño e inofensivo, invadido decenas de veces por todas las potencias que convirtieron a El Caribe en el centro de las guerras de rapiña de los imperios europeos, e incluso por un pequeño país como Haití, que lo ocupó por 22 años.
Durante muchos años sufrimos de la verticalidad informativa de las agencias cablegráficas predominantes que moldeaban la opinión pública mundial, inyectándole una sutil carga ideológica que se complementaba con el cine, un medio de entretenimiento masivo muchas veces enajenante.
La influencia de los medios de comunicación es tan alarmante que puede llegar a causar histeria colectiva, como cuando el 30 de octubre de 1938, Orson Welles, se propuso difundir la radionovela “La guerra de los mundos”, presentándola como un acontecimiento real, a los fines de demostrar el poder de los medios de comunicación de masas. Welles logró su objetivo, el pánico se apoderó de los ciudadanos de Nueva Jersey y Nueva York, que comenzaron a salir despavoridos de estas ciudades, creyendo que estaban siendo atacadas por marcianos.
Los sectores de poder, sobre todo, los dueños del gran capital, tienen conciencia de lo que demostró Orson Welles, por ello tienen medios de comunicación y los compran, acaparan y concentran, y, si no pueden concentrarlos, se agencian la forma para convertirlos en empresas oligopólicas, para que la “verdad” tenga la orientación de sus intereses y esa sea la “verdad” que consuman las masas; no importa que vayan, incluso, en contra de sus intereses, porque los niveles de penetración llegan a adormecer la conciencia hasta a la embriaguez o la enajenación total.
América Latina (sus pueblos) ha sido víctima de la mala utilización de los medios de comunicación, de los que se pusieron al servicio de los peores intereses, la mayoría del tiempo, desde el inicio de la conquista europea hasta nuestros tiempos, de extranjeros que tuvieron como aliados a malos latinoamericanos que les entregaron sus manos, sus recursos e influencias. ¿Cuántos diarios “nuestros” no sirvieron a la causa del Plan Cóndor diseñado por los Estados Unidos para asesinar, desaparecer y torturar a dirigentes políticos democráticos o de izquierda; para secuestrar niños que luego dieron en adopción, destrozándoles sus vidas y las de sus familias?
La Prensa que hoy ya no es solo impresa, radial y televisiva, sino que se ha vuelto digital y de alcances mayores, sigue en manos de los mismos sectores, del gran capital, que en América Latina está siendo obligado a repartir sus riquezas, acumuladas sobre la base de la explotación de los más necesitados. Los partidos que les representan han sido desplazados del poder por la vía electoral, y derrotados una y otra vez, por lo que han activado todo un plan mediático para, mediante falsos expedientes y falsas informaciones, desacreditar y minar el liderazgo de los gobiernos progresistas de la región.
La Prensa, que también puede desempeñar un papel noble si estuviera en manos nobles, se ha convertido en parte de un plan que se ha articulado sobre la base del descredito mencionado y la judicialización de las falsas denuncias para aniquilar definitivamente a los líderes progresistas y sacarlos del poder por vías no democráticas, sin recurrir a los violentos golpes de Estado militares a que se nos acostumbró, como ocurrió en Paraguay y Honduras, aunque en el país centroamericano el uniforme mostró parte de sus garras.
Visto esto, visto el papel que están jugando ciertos medios de comunicación de nuestra región en combinación con otros que forman parte de la estructura pentagonista que describió Juan Bosch en su libro “El pentagonismo sustituto del imperialismo”, los partidos progresistas, junto a los movimientos sociales, deben tener conciencia de que el avance en la tecnología de la comunicación y la información nos facilita herramientas que pueden servir de contrapeso al poder de los medios tradicionales.
Estas herramientas han franqueado el dominio de los medios de comunicación controlados por el gran capital para horizontalizar la comunicación. La Primavera Árabe, el movimiento de los indignados y múltiples formas de articulación de redes sociales dirigidas con inteligencia, han burlado el cerco mediático, porque no han permitido que los grandes medios las influyan, las contaminen y manipulen para ponerlas a su servicio.
Los medios de comunicación de masas se horizontalizan, se democratizan a través de los medios electrónicos, el mundo está cada vez más conectado, no solo por vía de la data, pues ya Google anunció que las llamadas a nivel global serán gratuitas como ya aplica WhatsApp, que el abusivo roaming no existirá, que la Internet será gratis para todo el mundo. Esto nos indica que avanzamos hacia nuevas formas de comunicación que van abriendo oportunidades para la información abierta, hacia canales por donde fluyan todas las verdades, sin el cedazo de los grandes medios para imponer la agenda y justificar sus obscenos capitales, sus obscenas guerras, sus obscenos golpes constitucionales, sus obscenos golpes judiciales, sus obscenos golpes financieros y mediáticos.
Habrá que legislar, como de hecho ya se legisla en alguno de nuestros países, para regular el monopolio de los medios, habrá que legislar para que las nuevas herramientas que horizontalizan las comunicaciones, no caigan bajo control del gran capital, porque estoy seguro que buscarán la manera de hacerlo para seguir manipulando a las masas a los fines de imponer su agenda económica y política.
El progresismo latinoamericano y mundial, sin embargo, debe estar atento y orientar a sus pueblos, porque además de la influencia que se puede ejercer desde los medios tradicionales para contaminar a las redes sociales o incidir en ellas, la espontaneidad popular puede conducir a pobladas mediáticas, como las que se produjeron en Brasil a raíz de unas aisladas protestas por el aumento del pasajes de autobuses que terminaron en un aluvión de manifestaciones callejeras que emulaban a las que parieron la Primavera Árabe, el movimiento de los indignados en España y otro tipo acontecimientos parecidos que encontraron vía de convocatoria en las redes.