Opinión

El mundo ha vivido su período de paz más duradero en la historia conocida de la humanidad. La estabilidad económica y social, la integración de los países en bloques con intereses comunes, la creación de espacios de intercambio regulados y el rol de los organismos internacionales, han mitigado los grandes conflictos mundiales, de manera tal que los países han podido concentrarse en su crecimiento integral.

Sin embargo, los recientes sucesos que muchos alegan son el resultado de las políticas contra el terrorismo, implementadas luego de los ataques del 11 de septiembre, llaman a la reflexión de los actores mundiales, por constituir una amenaza a los cimientos ideológicos de todas las latitudes, favoreciendo el enfrentamiento de creencias religiosas y culturales.

Hemos creído por mucho tiempo que la próxima gran guerra iba a ser el producto de la carencia de recursos naturales, como el petróleo o el agua, o un producto de los efectos del cambio climático.

En sus informes de riesgo, el Foro Económico Mundial considera la falta de agua como el principal riesgo global en términos de impacto, por afectar a 780 millones de personas en todo el mundo. Sin embargo, a partir de su informe del 2015, el principal riesgo a la estabilidad mundial es la posibilidad de un conflicto interestatal, principalmente por la situación que ha causado el islamismo extremo.

Existe un riesgo real para la humanidad ante lo que se ha considerado una renovada “intolerancia religiosa”, como ya había advertido la filósofa Martha Nussbaum en su obra “La nueva intolerancia religiosa”, publicada en el 2012.

Nussbaum explica magistralmente la razones que llevan a que los choques de creencias sean más virulentos en Europa que en otras partes del mundo occidental, en razón de que “los países europeos han concebido como raíz principal y suprema de su propia nacionalidad una serie de características que son difíciles (cuando no imposibles) de compartir para cualquier inmigrante que llega a ellos”.

Los extremistas están basando su campaña de odio y temor en la intolerancia cultural y religiosa, que ha resultado en un discurso más cercano al nacionalismo extremo que a la derecha más conservadora. Quienes mantienen esta línea de postulación promueven una política del miedo irracional, que ha resultado en acciones y medidas por parte de los Estados, que amenazan con escalar hacia un conflicto mundial.

La solución a esta política del miedo, como lo plantea Nussbaum, es la empatía, es decir, “ver al otro fuera de su comunidad religiosa, nacional, cultural, y así favorecer el diálogo intercultural y la convivencia civil”.

Como han escrito varios autores, el triunfo del “extremismo”, en cualquier de sus denominaciones – no tan solo en el caso del Estado Islámico – supondría la derrota total de la tolerancia, dejando campo abierto a quiénes apuestan a imponer creencias por la fuerza. Es lo que ha llevado al Papa Francisco a implorar por “el diálogo religioso para enfrentar el extremismo”, durante la visita que realizó a Turquía el pasado año.

Como han escrito varios autores, el triunfo del “extremismo”, en cualquier de sus denominaciones – no tan solo en el caso del Estado Islámico – supondría la derrota total de la intolerancia, dejando campo abierto a quiénes apuestan a imponer creencias por la fuerza. Es lo que ha llevado al Papa Francisco a implorar por “el diálogo religioso para enfrentar el extremismo”, durante la visita que realizó a Turquía el pasado año.

La solidaridad y la empatía deben ser la respuesta mundial ante quienes quieren sembrar el miedo para “azuzar la agresividad contra grupos sociales impopulares”. Sin dudas, es más lo que nos une que aquello que nos separa como raza humana.

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