Opinión

En la actualidad existe mucha confusión en la ciudadanía sobre sus aspiraciones de avance en el combate a la corrupción y la erradicación de una vez y por siempre de la impunidad en la nación dominicana.

Pero, siendo una aspiración legítima de todo régimen democrático el factor justicia en equidad, a veces se nota una incomprensión de la gente común sobre los procesos que encamina la estructura judicial en su conjunto.

¿Y por qué existe confusión?

Porque se tiene una percepción de complicidad entre el entramado legal del Estado y la aplicación real del peso de la ley a quienes la violentan, y esa percepción aumenta, especialmente cuando los que están siendo encartados son políticos, debido al uso inadecuado de los medios de comunicación que han minado la credibilidad de los gobiernos en sentido general. Nunca en la vida humana habíamos estado tan comunicados, tan llenos de información, pero a la vez, nunca como ahora la gente común había estado tan manipulada a través de las emisiones interesadas de noticias y comentarios que pretenden ocultar la verdad. Y esto no es solo una acción de los que juegan al caos social, o de los que buscan ganar las próximas elecciones, también viene desde algunos sectores de gobierno que no son transparentes.

Estamos jugando al fracaso de la democracia y eso equivale a querer detener el curso de la historia actual, que busca la instauración de un estado de derechos fundamentado en el bienestar de la gente común.

Mucha gente desconfía de quienes lideran los procesos desde la estructura jurídica estatal -por un lado- y por otro, quieren ver las consecuencias que prevén las leyes frente a los comportamiento de los políticos. Es esa última parte, la que nos mueve a preocupación, porque algunos confunden los procedimientos actuales que se contemplan en el estado de derecho -como la libertad condicionada en espera de un juicio de fondo- mientras manipulan para crear desconfianza y los menos con mal intención, procuran fomentar la indignación popular para sacar provecho político. Estas acciones están socavando la credibilidad de los ciudadanos en la democracia como camino de paz social en armonía con la economía familiar y la libertad.

Otro aspecto preocupante se encuentra en la actitud protagónica en el enfrentamiento entre actores del sistema judicial, entrando en un populismo que solo cabe en la cabeza de quienes procuran solventar aspiraciones políticas futuras y eso es lamentable, porque se van socavando la credibilidad ciudadana. Lo que debe primar es la verdad sobre los hechos y no la condena mediática que manipula las actitudes ciudadanas.

Siempre digo en mis clases, que “los dominicanos tenemos que matar al Trujillo que llevamos dentro” y que brota en su violencia genética en cada una de nuestras expresiones. Tenemos que erradicar el “tráncamelo” de la era del “jefe” porque eso no es democrático. En democracia se va a la cárcel luego de un juicio que garantiza el estado de derechos ciudadanos y que debe ser para todos y no solo para una parte escogida bajo la lupa de un interés particular.

Tenemos que tener cuidado con lo que estamos provocando en la sociedad dominicana, en donde se pretende juzgar a través de los medios de comunicación y lo que es peor, violando todos los derechos elementales de discrecionalidad y respeto al derecho ajeno, como el del honor de quienes son acusados a través del populismo comunicacional. Sin darnos cuenta, podríamos estar solicitando la instauración de un Estado policial, en donde se condena a todo el que es reo de sospecha.

Un Estado policial está bien definido y es altamente conocido por los dominicanos, el último se desarrolló entre 1966 y 1978, en donde se violaban los derechos ciudadanos sin contemplación alguna. En esos doce años el “tráncamelo” era una expresión de poder y la desaparición física se justificaba en el mantenimiento del orden público.
Durante ese tiempo, se mantuvo un estricto control sobre la sociedad, enfatizándose en la privación de los derechos civiles, con un servicio policial secreto y un amasijo de mecanismos de vigilancia y hostigamiento. La moraleja del cuento es, que a los primeros que callan es a los “opinadores” y lo hacen con abierta naturalidad y en menoscabo de todas las libertades.

Nadie sabe lo que tiene, hasta que no lo pierde.

Esta democracia con grandes deficiencias es una construcción que ha costado mucho dolor y mucha sangre, pero no la estamos valorando y algunos procuran y añoran la vuelta de la opresión. Dios nos libre.

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