Opinión

25 de septiembre de 2017, se cumplen 54 años del derrocamiento del gobierno encabezado por el profesor Juan Bosch que el pueblo dominicano se había dado en las elecciones del 20 de diciembre de 1962. Ese acontecimiento es una cicatriz horrenda que afea nuestra fisonomía nacional. Ahí está, recordándonos el día en que malos dominicanos le torcieron el cuello a la incipiente democracia que empezaba a establecerse.

Con la perspectiva que da el tiempo estamos en mejores condiciones para apreciar el significado de aquel error histórico.

Bosch se juramentó como presidente el 27 de febrero de 1963. Sin embargo, había empezado a actuar para su buen desempeño como mandatario en el período de transición, pues consideraba que no había tiempo que perder. El 10 de enero de ese año fue recibido por el presidente John Fitzgerald Kennedy, como parte de un viaje con destino a Europa. Bosch —así lo dijo años después— entendía que el país no podría desarrollarse sin energía eléctrica, la cual era necesaria para el proceso del desarrollo industrial que empezaba impulsar. Hay que recordar que su gobierno fue pionero en América en el propósito de instalar zonas francas industriales; en 1963 había zonas francas comerciales, pero no industriales. De ahí su interés en construir presas hidroeléctricas. En ese propósito no tuvo amigos, pues el interés nacional estaba ante todo. Por eso rescindió un contrato que de manera muy oscura se había firmado en una gestión anterior con un italiano, si mal no recuerdo de apellido Barletta.

El Bosch presidente no era alguien con quien la oligarquía dominicana imperante en esa época podía sentirse cómoda a la hora de tratar los problemas nacionales. El ala militar de esa oligarquía, por ejemplo, estaba acostumbrada a participar en actividades comerciales y beneficiarse de las compras que se hacían para los cuerpos castrenses; el clero dominicano, por su parte, había evolucionado muy poco y, por ello, no podía ver con buenos ojos algunos de los avances que se aprestaba a poner en práctica el nuevo gobierno. Este es el caso de lo que dispone la Constitución de 1963 en el art. 48 sobre la disolución del matrimonio: “Sea cual fuere su naturaleza, régimen legal o condiciones, el matrimonio se disuelve por acuerdo de ambos cónyuges o demanda de uno cualquiera de los dos, en la forma y por las causas que establezca la ley”. Pero si esto era fuerte para nuestro clero, lo era mucho más el reconocimiento en ese artículo de efectos de las uniones de hecho similares a los del matrimonio. En cuanto a los extranjeros, los gringos no podían ver con buenos ojos el art. 25 del mencionado texto constitucional. Ese artículo dispone que solo las personas físicas dominicanas tienen derecho a adquirir la propiedad de las tierras. Establece excepciones a cargo del Congreso, cuando convenga al interés nacional la adquisición de terrenos en las zonas urbanas por personas extranjeras.

Si a todo eso usted le suma el que el gobierno negociaba con el país que le convenía y que en materia de política internacional también se obraba con independencia, podrá hacerse cargo de que se estaba ante un gobernante como el que nunca se había visto entre nosotros.

En cuanto a la efectividad de ese gobierno, pese al poco tiempo que duró los datos hablan a su favor. Recibió una administración sin recursos para pagar la nómina del mes y un déficit presupuestal de 53 millones de pesos; en poco tiempo ya se disponía de un superávit. La deuda externa era al momento de Bosch tomar posesión de 12 millones 722 mil 523 dólares; al momento del golpe de estado había bajado en alrededor del 60 %, pues en ese momento era de 3 millones 700 mil dólares. Respecto a las reservas en dólares y oro en el Banco Central, cuando Bosch llega al gobierno ascendían 7 millones 771 mil dólares; al momento del golpe de estado se habían elevado a 28 millones 359 mil dólares.

Con el criterio que estaba gobernando, ignoramos qué hubiera sido el país si Juan Bosch hubiera terminado el período de gobierno para el que fue elegido por el 60 por ciento de los dominicanos y las dominicanas que votaron el 20 de diciembre de 1962. Es una pregunta que muchos nos hacemos en estos días. En cambio, de lo que sí estamos seguros, porque lo hemos vivido, es de la mierda de país que nos tocó padecer después.

También estamos seguros, porque también lo hemos vivido, de que ese hombre que respondió en vida al nombre de Juan Bosch y que fue la víctima inmediata del golpe de estado —la víctima mediata lo fue el propio pueblo dominicano— se halla en un sitial de preferencia en la historia nacional, mientras que de los golpistas nadie se acuerda que no sea para maldecirlos como se lo merece gente de su calaña. La Historia coloca a uno en lo más alto de los pedestales que reserva a los grandes hijos de la patria, y a los otros los entierra en el más sórdido olvido. Es una lección que los débiles de carácter y aventureros deben tener siempre en cuenta, sobre todo ahora que algunos se han animado a jugar el jueguito de la ruptura el orden institucional que con tanto trabajo hemos logrado construir.

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