Opinión

Para hablar la educación como herramienta estratégica, es preciso iniciar haciéndolo sobre la misión y visión posible de perseguir en este importante tema. En ese orden de ideas, creemos firmemente, que nuestra educación debe asumir la misión de permitir a todos los dominicanos sin excepción, hacer fructificar todos sus talentos, fortaleciendo sus destrezas y sus habilidades.

Esa pudiera ser la vía, para que los egresados del sistema, puedan alcanzar la meta de acrecentar plenamente el valor de todas sus competencias y todas sus capacidades de creación.

Con esa misión como estandarte, cada dominicano se implicaría en un proceso permanente de responsabilizarse de sí mismo y así comprometerse a realizar su proyecto particular, porque cada persona debe asumirse como una empresa que busca ser autosuficiente para producir beneficios múltiples dentro de sus quehaceres cotidianos.

El siglo XXI viene acelerando en forma vertiginosa los cambios de paradigmas y tal es la intensidad de dicho proceso, que ha ido generando modificaciones que cuestionan -no solo los patrones de desarrollo vigentes- sino las formas organizativas, que inciden en el mundo del trabajo y la producción y que en consecuencia, van implicando desafíos con respecto a los países que necesitan insertarse en forma protagónica, en este nuevo modelo mundial de cambios hacia una sociedad al asecho de oportunidades.

El contenido de nuestra educación en sentido integral, debe enfatizar la relación entre desarrollo humano y educación, así como la satisfacción de necesidades básicas de aprendizaje, para el mejoramiento de la calidad de vida de las poblaciones vulnerables de la nación dominicana.

La educación y el conocimiento son los ejes de la transformación productiva con equidad de un país. Es por ello, que consideramos debemos trabajar una gestión escolar hacia la integración social, como fortaleza unificadora de propósitos comunes y desde las competencias particulares de los individuos.

Para lograrlo, debemos buscar que la educación pueda llegar a ser, aparte de un tema de agenda política, un elemento fundamental en la construcción de un proyecto integrador de nación.

El sistema debe poner atención a los esquemas que no responden a las demandas sociales de la actualidad, para ejercer presión a través de sus accionar, con el objeto de producir cambios.

Asistimos al agotamiento de la imagen de sociedad que teníamos en el pasado Siglo. Estamos ante un mundo que le gusta lo superfluo, lo liviano y lo que se pueda hacer con el menor esfuerzo.

Presenciamos el debilitamiento de los lazos que unen a las instituciones familiares y los centros escolares. Vivimos un distanciamiento acelerado entre estas dos instituciones implicadas en trabajar la conducta de los ciudadanos. Cada día se deteriora más la confianza de la gente hacia las autoridades.

Es bueno reflexionar sobre el hecho de que la organización eficaz ya no es aquella de tipo fuerte, de estructura simple, sólida y transparente solo en el discurso. La organización que funciona que hoy, tiene otro esquema y éste se manifiesta blando en su liderazgo, flexible en el trayecto de sus procesos y a la vez altamente compleja. La estructura organizativa urge de un liderazgo que sepa manejarse en una multiplicidad de retos, que sepa enfrentarse con los conflictos en entornos cambiantes y que pueda enfrentarse exitosamente con la velocidad con que se producen los cambios en la sociedad.

Es una época en que se rompen esquemas en el pensar y el actuar de los individuos y las masas. Es un tiempo delicado para el directivo.

La sociedad ya no vive en convulsiones sociales antagónicas entre sindicatos y patronos. Ya no vivimos en una sociedad industrial dominada por conflictos sociales centrales, sino que vivimos en medio de un flujo incesante de cambios y nosotros no hemos cambiado nuestros estilos ni nuestros modelos.

La sociedad se parece cada vez más a un mercado, donde los objetivos ideológicos y hasta políticos parecen haber desaparecido, sólo permanecen la lucha por el dinero y la búsqueda de la identidad particular, en un afán infinito por ser importantes, sin importarnos si somos útiles a la sociedad.

Es un tipo de sociedad que no busca ser pensada, que desconfía de las grandes ideas, porque perturban sus formas pragmáticas de vida u obstaculiza alcanzar sus sueños en forma acelerada. Esta visión, reduce la sociedad a un mercado y a un flujo incesante de cambios, pero no explica conductas que escapan a este reduccionismo. No explica ni la búsqueda defensiva de la identidad, ni la voluntad de equilibrio, no comprende ni la pasión nacional, ni la cultura de los excluidos y creo que no les importa.

Entonces, el verdadero desafío consiste en pensar la forma diferente en que viven los diversos sectores sociales, desde una visión que permita contemplar la diversidad de formas de supervivencia de esos estratos sociales, dentro de un marco de integración de los de mayor marginalidad, que permita integrarles en una lógica inteligente de construcción social y no de opresión o violencia.

Debemos atender ese complejo conflicto, sin perder de vista que la sociedad global está inmersa en una etapa de cambios que transcurren a un ritmo sorprendente y el escenario de inseguridad ciudadana en que vivimos nos distrae en cuanto a lo que debemos hacer para convertirnos en una sociedad competitiva y equitativa.

Mientras tanto, la velocidad alcanzada por los cambios globales, resulta tan vertiginosa que en cierto modo, resulta difícil realizar una previsión creciente en la precisión de los instrumentos de observación, que sirvan para perfeccionar nuestra imagen de esa sociedad global y así obtener un dominio preciso de las nuevas realidades que se irán presentando sin pedirnos permiso, pero afectándonos en todos los órdenes de nuestro crecimiento y desarrollo.

El sistema educativo en sentido general, debe entender, que el encadenamiento que nace en la tecnología y se extiende a las finanzas exige el abandono de numerosas prácticas tradicionales de política económica, con sus consiguientes cambios en el plano social y político por parte del Estado. Nuestro papel, como sistema educativo, debe ser de unidad estratégica frente a los retos que se nos presentaran en el futuro y el de ayudar con el cambio permanente desde cada centro educativo.

Vivimos en una sociedad mediática, que maneja la agenda social y pretende colocar los temas que les convengan, por encima de los intereses de la sociedad. Desde aproximadamente la mitad del último decenio del siglo XX, estamos viendo la instalación de una sociedad que cree solo en lo que se oye y lo que se ve a través de los medios de comunicación.

Este fenómeno que trabaja la percepción como una realidad, ha impactado a una sociedad que cada vez más se encuentra viviendo aceleradas innovaciones tecnológicas en el campo de las comunicaciones en sentido general, enfatizadas en los medios masivos en particular.

Las relaciones en todos sus ámbitos, son marcadas a través de sus procesos, por una sociedad de medios y la primera consecuencia social de esta realidad, es la redefinición de los papeles que interpretan todos los actores del espacio de lo público.

La educación es una herramienta estratégica de las naciones para marcar el rumbo de sus avances fundamentales, porque la educación a lo largo de la vida representa para el ser humano una construcción continua de sus conocimientos y de su facultad de juicio y acción.

Los egresados de cada nivel del sistema –desarrollando las competencias esperadas en cada salida- tendrían que permitirse tomar conciencia de sí mismos y sus entornos, para desempeñar cada uno su función social en el contexto correspondiente. Al final, al culminar su último nivel, debieran estar en condiciones de enfrentar con éxito el mundo del trabajo y desenvolverse eficientemente y eficazmente en la vida pública.

El “saber”, el “saber hacer”, el “saber ser” y el “saber convivir” en sociedad constituyen los cuatro aspectos, íntimamente enlazados de una misma realidad, el estado actual de un mundo con carencias que no están acordes con el avance científico y económico de la humanidad. Lamentablemente, la desigualdad en cuanto a la riqueza planetaria, crea abismos insalvables sobre los actuales esquemas socioeconómicos.

Pero, la construcción estos pilares enumerados por Jaques Delors, permite el ejercicio de una ciudadanía responsable y la integración plena en la sociedad del conocimiento, porque el conocimiento es la principal variable formadora de futuro, al transformar al individuo, desde el simple uso de sus manos, al uso del cerebro en forma creativa y productiva.

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